Una democracia maltrecha

Protestas contra el indulto a Fujimori este lunes en Lima. MARIANA BAZO (REUTERS)
Protestas contra el indulto a Fujimori este lunes en Lima. MARIANA BAZO (REUTERS)

Pocos días atrás Perú pareció conjurar un grave riesgo de desestabilización a causa del proceso de destitución del presidente Kuczynski (PPK), abierto por el Congreso, en manos de la mayoría fujimorista, por sus supuestas vinculaciones ilegales con la empresa Odebrecht. El último en caer en esta infame red de contactos y relaciones turbias con la empresa brasileña había sido el presidente Kuczynski, una de cuyas empresas brindó asesoría a Odebrecht durante los años en que este fue ministro del anterior gobierno.

El presidente mintió acerca de ello y el congreso de mayoría fujimorista vio la oportunidad que necesitaba para proponer su “vacancia por incapacidad moral”. Al margen de que resulte desabridamente irónico que una organización como la fujimorista —cuyas filas se nutren principalmente de corruptos y congresistas con procesos judiciales abiertos— el asunto parecía dar la puntilla al débil Gobierno de Kuczynski, pues desde que este asumiera el poder en julio del año pasado, el fujimorismo se encargó de golpear sistemáticamente cualquier propuesta del ejecutivo y derribar uno a uno sus ministros.

Fuerza Popular, liderado por Keiko Fujimori, es una organización sin ideología ni propuesta política alguna que no sea restablecer el régimen corrupto de Alberto Fujimori de los años noventa y continuar medrando en el poder, bajo la dirección de Keiko, desde que su padre fuese procesado y enviado a la cárcel en 2009 para cumplir 25 años de prisión efectiva. Y ese ha sido el caballo de batalla del fujimorismo: conseguir el indulto “por razones humanitarias” del hombre que entregó al Perú a uno de sus periodos más sangrientos, oscuros y corruptos. La formidable batalla de las últimas elecciones demostraron hasta qué punto el Perú está dividido entre quienes creen que la única manera de prosperar es a través de la corrupción, tutelada y alentada por el fujimorismo, y quienes decidieron plantarle cara a tales aspiraciones, votando por candidatos de izquierda, centro o derecha cuyo principal mensaje era ya una consigna que coreaba una gran parte del país: “Fujimori nunca más.”

Esa esperanza encarnó Pedro Pablo Kuczynski –a quienes sus simpatizantes reclamaban como “presidente de lujo”-- y es la misma que acaba de hacer trizas, después de haberse salvado por los pelos de una ignominiosa destitución que parecía irremediable y que lo colocaba ya en una grave cuarentena por parte de sus votantes. No ha habido tiempo para festejar que el Congreso no pudiera vacarlo y que así Kuczynski cumpla su mandato para ser investigado después, pese a que el presidente lo festejara con un bailecito que a muchos nos trajo a la memoria los bailes del “chino” cuando era candidato presidencial; no ha habido tiempo para respirar aliviados de que nuestra maltrecha democracia no cayese en manos de la voracidad fujimorista porque finalmente se le ha otorgado el indulto a Alberto Fujimori, apenas tres días después de haberse librado Kuczynski de su vergonzosa vacancia.

Este presidente —no de lujo sino toda una joya— ha traicionado la confianza de sus votantes: Librarse de la destitución no resultó pues una partida ganada al matonismo de los fujimoristas sino el despreciable canje por el indulto de un delincuente. Kuczynski pasará a la historia y será recordado por su debilidad y por su traición a la democracia. Y ahora seguirá bailado como un títere al son de la música fujimorista mientras en el país se vislumbran tiempos aciagos.

Jorge Benavides es un escritor peruano.

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