Una divergencia histórica

En Occidente todos somos hijos de la Revolución francesa. América y Europa se configuran a partir de los principios revolucionarios: libertad, igualdad y fraternidad. La revolución burguesa tiene dos grandes hitos: 1775, con la revolución e independencia americanas, y 1789 con la Revolución francesa. Se acaba con una sociedad de privilegios, de aristocracia y de dogmas, y se instaura un nuevo sistema basado en la igualdad de los ciudadanos ante la ley y el pacto social: la Constitución en EEUU y los principios revolucionarios en Francia. Las dos revoluciones son en los principios y objetivos similares, pero tienen diferencias. La Revolución americana se basa en la descentralización y el federalismo: la europea, en el centralismo y la racionalidad jacobina del Estado.

La Revolución francesa tiene un corto recorrido y acaba por la efervescencia nacionalista que apoya el golpe de Estado de Napoleón, segmenta la libertad y acaba con la democracia en razón de la mejora de la eficacia del Estado y la defensa contra los enemigos exteriores de Francia. La americana llega hasta hoy sin cambios sustanciales y se refuerza por la expansión del país, la incorporación de nuevos estados a la federación y la llegada de una gran masa de europeos que no hallan salida en su patria de origen.

La alianza conservadora de Austria, Rusia, el Reino Unido y Francia después del cataclismo político que supuso la derrota de Napoleón pone en marcha una contrarreforma reaccionaria que frena en Europa la expansión de las ideas y los principios de la Revolución francesa. En realidad, solo en 1878, cien años después de la revolución, se constituye la Tercera República francesa laica, centralista y democrática. Pero esa esencia ideológica de la revolución, compartida en las dos orillas del Atlántico, da lugar en Europa, por la influencia de los estados conservadores de la Santa Alianza, la corrupción de los principios revolucionarios y el retroceso que supuso en Francia el retorno de los Borbones, el reinado de los Orleans y el imperio de los Bonaparte, a una explotación de la clase trabajadora que la revolución industrial agudiza. El liberalismo burgués conduce, en definitiva, a que los asalariados sean explotados en condiciones que difícilmente les permiten sobrevivir. En EEUU, esta situación es menos acusada por la mayor capacidad económica del país, por su mayor crecimiento económico y por el dinamismo de su sociedad.

El conflicto del proletariado y la burguesía da lugar en Europa a la revuelta que lleva finalmente a la Revolución rusa de 1917. Esto no sucede en EEUU, donde la lucha obrera tiene un alcance más laboral y menos político y donde las grandes diferencias sociales –incluso la discriminación racial una vez abolida la esclavitud por la guerra de secesión– no conducen al enfrentamiento revolucionario que el marxismo empuja en Europa.

Existen dos filosofías que conviven dentro de los principios de la revolución burguesa. Rousseau piensa que el hombre es bueno, que su inclinación natural se guía por la ética, la generosidad y la moralidad y que se debe confiar en el hombre porque solo es la sociedad la que corrompe esa tendencia. Voltaire es un cínico en el que la inteligencia, la ironía y la simulación están por encima de la ética. El hombre es para él un ser complejo por su inteligencia, lo que le lleva a tener pliegues y áreas oscuras. Por lo tanto, la persecución del mal debe ser la esencia de la convivencia social, porque si para Rousseau el hombre es esencialmente fiable, para Voltaire es exactamente lo contrario. Puede decirse con justicia que la Revolución americana es más roussoniana, y la europea, más volteriana...

Es posible que este mayor grado de libertad, pero principalmente de moralidad, sea lo que lleva a que en EEUU no se desarrolle un socialismo para moderar el liberalismo de la revolución burguesa. EEUU es el país en el que es más fácil ganar dinero rápidamente. Hay en cada generación personas y familias que amasan grandes fortunas: los Vanderbilt, Guggenheim, Rockefeller, Getty o Gates son buenos ejemplos. Todos ellos inducidos por principios morales superiores, dedican gran parte de sus fortunas al bien social en áreas como la atención médica, la promoción de la investigación, la educación o la ayuda al tercer mundo. O sea, devuelven a la sociedad parte de lo que de la sociedad han recibido y es exactamente el reparto de la riqueza a través de los impuestos lo que plantea la socialdemocracia moderna. Podría decirse, pues, que, en apariencia, el socialismo es menos visiblemente necesario en EEUU que en Europa.

Del mismo modo que la Revolución francesa ha hecho prosperar a Occidente a pesar de los retrocesos y ajustes de las contrarrevoluciones ulteriores, la Revolución americana, más moral, más lineal y basada en normas y principios de confianza en el hombre, ha sido más eficaz económicamente. Quizá es esta diferencia la que ha llevado al mayor progreso de EEUU respecto de Europa, porque la confianza y la ética son siempre económica y socialmente más eficaces que la desconfianza y el cinismo. Los negocios y el éxito económico están basados en la credibilidad, la confianza y la predictibilidad. Parece presuntuoso, pero es verificablemente cierto.

Joaquim Coello, ingeniero.