¿Una doctrina Monroe china?

Durante su próxima visita a la India, el ministro chino de asuntos exteriores, Wang Yi, se reunirá por primera vez con integrantes del nuevo gobierno indio, entre ellos la ministra de asuntos exteriores Sushma Swaraj y, sobre todo, el primer ministro Narendra Modi. Pero no será meramente una gira de presentaciones. Será una ocasión para que los líderes de China y la India se tanteen mutuamente; de sus conclusiones dependerá la evolución de la relación entre los dos países más poblados del mundo.

En algunos temas, la relación bilateral va por buen camino, especialmente en el frente económico. Sin embargo, en India hay malestar creciente por el desequilibrio comercial favorable a China, cada vez más evidente. Wang es una figura del establishment bien versada en temas de la India, y hará todo lo que esté a su alcance para restar importancia a los desequilibrios y promover el fortalecimiento de las relaciones.

Un desafío mucho más formidable es la disputa fronteriza de ambos países en el Himalaya, el diferendo territorial irresuelto más antiguo del mundo. De hecho, aunque ya hubo 17 reuniones de “representantes especiales” de los dos países para tratar de resolver la cuestión, los avances fueron muy escasos, lo que se debe sobre todo a las inquietudes chinas respecto de las agitadas provincias fronterizas de Tíbet y Xinjiang.

Como si el conflicto no fuera ya bastante complicado, China muestra una actitud cada vez más asertiva en la región, que llega hasta lanzar incursiones por territorios disputados. Por ejemplo, el año pasado tropas chinas levantaron un campamento temporal en el valle Depsang de Ladakh, lo que provocó un incidente de alto nivel con India. Mientras la “línea de control efectivo” siga sin definirse, las tensiones seguirán agravándose, con serios riesgos para ambos países.

Otro punto importante en disputa es el apoyo automático de China a los intentos paquistaníes de desestabilizar Ladakh y Cachemira, sostenido mediante una profundización de la cooperación militar. Es un aspecto desconcertante de la política exterior de China, no solo porque perjudica las relaciones con India, sino también habida cuenta de los temores que suscita en China el radicalismo islamista de los uigures de Xinjiang.

Todo esto revela un defecto fundamental de la estrategia de China en política exterior: sus intentos de usar su creciente poderío militar para intimidar a sus vecinos atentan contra su propia seguridad a largo plazo. De hecho, en vez de buscar una relación mutuamente provechosa con el mayor de sus vecinos, China está tratando de tenderle un cerco mediante la afirmación del control militar de los territorios circundantes. Esta estrategia del “collar de perlas” es una amenaza directa a los intereses de la India en materia de seguridad y hace casi imposible mantener una relación bilateral sólida del tipo que beneficiaría a ambos países.

De más está decir que China declara que sus intenciones para con India son pacíficas. Por ejemplo, sostiene que sus intentos de establecer bases en el océano Índico y fortalecer su armada de aguas profundas apuntan a proteger el estrecho de Malaca, una ruta de comercio marítimo considerada estratégica para la economía china.

Pero las acciones son más elocuentes que las palabras, y el mensaje que transmite el comportamiento de China no es para nada pacífico. De hecho, parece que el objetivo de su gobierno fuera reafirmar el control de una amplia extensión de los océanos asiáticos, aprovechando la oportunidad que brinda la excesiva dispersión de Estados Unidos.

A tal fin, China creó una vasta zona de identificación aérea sobre la mayor parte del mar de China Oriental (incluidos territorios reclamados y controlados por Japón y Corea del Sur), además de declarar la pertenencia a su zona económica exclusiva de territorios de la zona disputados. Estas acciones unilaterales recuerdan el anuncio de la doctrina Monroe en 1823 por Estados Unidos, que entre otras cosas, situaba a América Latina dentro de su esfera de influencia exclusiva.

En la recién concluida conferencia de seguridad de Shangri-La, celebrada en Singapur, el secretario estadounidense de defensa, Chuck Hagel, calificó las acciones chinas como “desestabilizadoras”. Con similar talante se expresó el primer ministro japonés Shinzo Abe, al declarar que Japón asumirá un papel más activo en la protección de la seguridad regional; esto incluye proveer de buques patrulla, entrenamiento y equipos de vigilancia militar a países que mantienen disputas territoriales con China.

La respuesta de China fue inmediata e inequívoca. Wang Guanzhong, subjefe del estado mayor del Ejército Popular de Liberación, fustigó a Hagel y Abe por “apoyarse y ponerse de acuerdo (…) para provocar y desafiar a China”.

Modi todavía no expresó postura sobre el desafío que las acciones chinas plantean para la seguridad de la India, pero tendrá que hacerlo pronto. De hecho, casi puede decirse que el presidente chino Xi Jinping llamó a su vecino a entrar en discusión, cuando en un discurso pronunciado en Shanghái el mes pasado, afirmó que “India, el mayor importador de sistemas armamentísticos del mundo, debería estar muy atenta” al aumento de las tensiones regionales.

Pero Modi no podrá satisfacer los intereses de seguridad nacional de la India sólo con palabras. Tras una década de descuido por parte del gobierno saliente del Congreso Nacional Indio, la nueva administración deberá actuar rápida y decisivamente para proteger la seguridad nacional del país. Un imperativo acuciante dada la decisión china de ampliar su presupuesto de defensa para el próximo año fiscal en más del 12%, hasta 132.000 millones de dólares, así como el contrato de provisión de energía durante 30 años recién firmado con Rusia, con implicaciones estratégicas para la India.

La visita de Wang se produce en un momento de total redefinición de las relaciones sinoindias. Incluso sin mediar un conflicto, es inevitable que las fricciones entre ambas partes continúen, de modo que es preciso hallar un modo de entablar una cooperación creativa y competitiva que fortalezca los esfuerzos de ambos países por erradicar la pobreza y promover el desarrollo económico.

Hace poco, Xi declaró: “En la cuestión de la seguridad de Asia, necesitamos innovar ideas, establecer una nueva arquitectura regional de cooperación y trazar una ruta común que nos beneficie a todos”. Pero las acciones de China sugieren que para sus líderes, la única estructura de seguridad viable para la región es la hegemonía china.

Seguramente Modi no pretende la subordinación a China. La pregunta es si podrá cooperar con China y con otros actores asiáticos para diseñar un marco alternativo para la paz regional.

Jaswant Singh was the first person to have served as India’s finance minister (1996, 2002-2004), foreign minister (1998-2004), and defense minister (2000-2001). While in office, he launched the first free-trade agreement (with Sri Lanka) in South Asia’s history, initiated India’s most daring diplomatic opening to Pakistan, revitalized relations with the US, and reoriented the Indian military, abandoning its Soviet-inspired doctrines and weaponry for close ties with the West. His most recent book is India at Risk: Mistakes, Misconceptions and Misadventures of Security Policy. Traducción: Esteban Flamini

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