Una Economía que mejore el mundo

Una Economía que mejore el mundo

Hace 15 años hubiese sido impensable entrevistar a un economista en horario de máxima audiencia. La economía, al igual que la política, no suscitaba ningún interés en tiempos de bonanza. Del mismo modo que solo recurrimos a los médicos cuando ya caemos enfermos nos pasa con la economía preventiva, ¿Quién apuesta por reservas voluntarias cuando puede repartir dividendos? Somos poco dados a pensar a largo plazo. Carpe diem, tal vez porque muchos piensan que a largo plazo estarán otros en su lugar...

Los retos que nos depara el futuro son de ámbito global y a largo plazo. Por ello se deben tomar medidas económicas correctoras en el mismo sentido y con visión interdisciplinar (sociólogos, pedagogos, científicos y economistas deben trabajar juntos para buscar soluciones).

Cada sistema económico se ha visto precedido de un cambio en la filosofía de la sociedad. Además, dicho sistema ha respondido a una serie de necesidades e inquietudes propias de la época en la que fue creado.

Las necesidades se reflejan en prioridades que se fundamentan en nuestros valores. Ahora nos encontramos en una situación preocupante donde parece que ninguno de los valores que nos enseñaron de pequeños, que deberían ser apolíticos, se encuentran a salvo de ser cuestionados: justicia, igualdad, libertad, democracia, bien común... Parece que todo es negociable si está en juego el interés económico de unos pocos.

En 2011, Stéphane Hessel ya detectó que era imprescindible dar un toque de atención a la sociedad. ¿Quién más solvente internacionalmente que él para poder hacerlo? Él vio claramente que todo estaba en juego y nadie parecía reaccionar. Su libro Indignaos, llamando a la insurrección pacífica, fue inspirador para muchos, pero no pasó de eso.

Todo forma parte de un proceso para el que hemos de parar y cuestionarnos primero individualmente. ¿Cuáles son nuestras prioridades? Una vez que las tenemos claras, cabe pensar que otros tengan las mismas. Una vez que sentimos formar parte de un colectivo todo cobra más sentido y, utilizando la globalidad, vemos que en otros lugares se confluyen. Es gratificante y genera alternativas reales que nacen de prioridades comunes. Toca hacer el proceso inverso, de abajo a arriba, que reclame cambios en la Economía que nuestra sociedad necesita para solventar nuestras prioridades actuales y sobre todo futuras. Sí, ahora toca ser generoso y pensar en las próximas generaciones.

Si hay un cambio de filosofía en nuestra sociedad habrá un cambio en el sistema económico para cumplir con nuevas necesidades e inquietudes, y de aquí nacen todas las economías transformadoras actuales: del cuestionamiento individual al colectivo para proponer alternativas. La buena noticia es que hay muchas y se complementan. Reclamando un cambio de paradigma, que no solo se tenga en cuenta ratios económicos sino que garantice la Justicia Social, cumpliendo con los derechos humanos, basado en la solidaridad y que reparta los beneficios de manera más equitativa y en armonía con el entorno natural del que formamos parte.

Así como el capitalismo se fundamentaba en la riqueza como único fin a partir del uso de materias primas ilimitadas, premiando el individualismo, ahora toca la cooperación y la sostenibilidad. Alternativas como la Economía Circular o la del objetivo residuo cero, sobre la que escribí en este mismo blog en 2015 cuando nos visitó uno de sus referentes, Ken Webster.

La Economía feminista reclama la prioridad de poner la vida en el centro, evidencia cómo el capitalismo prosperó a costa de no remunerar la economía de cuidados y está pensada para ser sostenida por las mujeres. Su mercantilización, solución propuesta desde el capitalismo, no es para nada la solución óptima. La economía oficial solo tiene en cuenta el mercado, la producción, los servicios públicos y el sistema financiero.

Lo que se pretende poniendo como prioridad la vida es priorizar el bienestar por encima del interés económico, por lo que la reforma debe ser de base. Los cuidados deben ser asumidos socialmente, no de manera privativa, para que el bienestar de las personas pueda prevalecer por encima de la generación de beneficios: ambas son incompatibles. La crisis sanitaria de la covid-19 también ha puesto de manifiesto esta debilidad.

El nuevo sistema económico debe conllevar cambios en nuestra forma de relacionarnos socialmente, fomentando la comunidad. Hay que proponer un modo de consumo y producción distinto, ecológicamente sostenible, que sea capaz de generar justicia social redistribuyendo la renta de manera más equitativa y, en definitiva, que sea un reflejo de nuestras prioridades como sociedad. Que sea capaz de satisfacer nuestras diferentes necesidades vitales en cada fase de la vida (niñez, adolescencia, edad adulta y vejez). Por todo ello, se necesita un equipo interdisciplinar que proponga medidas correctoras que tengan en cuenta todas las casuísticas con visión de futuro. Así podremos ser capaces de adaptarnos a todos los grandes cambios tecnológicos que vienen sin perder nuestros valores por el camino.

Nuestro papel como ciudadanos consumidores es de vital importancia. Somos la garantía del cambio de sistema y, para ello, debemos cuidar nuestra capacidad de Indignarnos.

Laura Alcubilla es experta en gestión de entidades no lucrativas.

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