Una educación pospandemia

William Courtenay, al analizar el efecto que sobre la educación tuvo la peste negra en el siglo XIV descubre que el impacto, más allá de lo que podamos pensar, tuvo aspectos positivos. Por supuesto, están las pérdidas irreparables de grandes autores y profesores que no pudieron ser sustituidas. Pero también está la aparición de nuevas formas de aprendizaje y el fortalecimiento de las lenguas populares frente al latín, lo que tuvo una impronta definitiva en su desarrollo como lenguas cultas y de aprendizaje, facilitando el acceso de la población al conocimiento. Por supuesto, no vamos a comparar las dimensiones de aquellos momentos con los actuales pero, desde luego, con algunas semanas ya dentro del confinamiento y el cierre presencial de escuelas y universidades, va siendo hora de empezar a preparar el escenario al que nos vamos a enfrentar en lo que pueda quedar de este curso y en los siguientes.

Una educación pospandemiaLos estudios que han analizado el efecto de los cierres de colegios, especialmente cuando éstos se han dilatado en el tiempo, reseñan mayoritariamente que el impacto sobre el aprendizaje es permanente y relevante, especialmente en los salarios futuros. Es cierto que en los casos estudiados no existía la docencia on-line como alternativa masiva a las formas de aprendizaje tradicionales. Para la docencia on-line la crisis del coronavirus va a ser el momento de la verdad, de definir su efectividad real. La labor no es fácil, y se enfrenta al que va a ser el principal problema educativo de este confinamiento; el riesgo de que se produzca una segmentación de la población entre los estudiantes cuyos padres disponen de un bagaje educativo, lo que generalmente corresponde también a mayores rentas, y que por lo tanto pueden ayudar a los estudiantes a mantener su ritmo de adquisición de conocimientos, y los que no, incrementando la distancia entre ambos.

Este hueco, como señalan los profesores Rodrick y Salman, hace que cada vez sea más difícil encontrar un «buen trabajo», definido como aquel que permite a una persona un desarrollo profesional, un salario justo y, en general, la posibilidad de pertenecer a la clase media de un país con todos los privilegios y beneficios que esto conlleva. Para ellos, este proceso se inició con la irrupción de China como potencia exportadora, impactando sobre las clases medias industriales de los países occidentales y abriendo un espacio que los populismos, tanto de derecha como de izquierda, se han dado prisa en rellenar con promesas de sociedades igualitarias y con distinciones entre ciudadanos de primera y de segunda clase. Tristemente, muchos de los afectados por esta situación o no recuerdan los efectos que en el pasado tuvieron ideologías similares, o no quieren ver el resultado que están teniendo ahora mismo en estados fallidos como Venezuela.

Una falta de respuesta de la sociedad a estos problemas no haría más que exacerbar las diferencias que existen entre aquellos que son capaces de obtener un «buen trabajo» y los que no. Sinceramente, hay veces que tengo en duda que los beneficiados políticamente por estos problemas quieran resolverlos. Pero mi optimismo natural me obliga, en contra de toda lógica, a plantear la necesidad de, en la línea de Rodrick y Salman, un nuevo pacto social centrado en el bienestar de la sociedad a través de una mejora de la educación que permita a todo el mundo obtener las ventajas de pertenecer a la misma.

En el ámbito educativo está claro que el principal impacto que hay que resolver en la crisis del coronavirus va a ser que nadie se quede rezagado. Con esto no apunto que, como plantea la ministra Celaá, tengamos que permitir que los niños pasen de curso o etapa con asignaturas suspendidas. Esto sólo serviría para que esa diferencia entre los que pueden y los que no pueden se incremente. Esta decisión, la más fácil, sólo desplazaría el problema a un futuro en el que nos encontraremos que aquellos que no pudieron adquirir las competencias necesarias no van a ser capaces de responder a las necesidades de un sistema productivo que, bajo la necesidad de competir en un mercado global, buscará siempre la eficiencia.

Hay que romper este planteamiento de algunos partidos que recuerda al surrealismo de Buñuel en «El ángel exterminador»; evitamos que haya equiparación real para poder seguir apelando a la diferencia para mantener el sistema que mantiene el statu quo populista. Hace falta quebrar ese círculo vicioso a través de la mejora de la educación y de la igualdad de oportunidades real. Estoy hablando de un keynesianismo (espero que mis maestros me perdonen) educativo de apoyo real a los estudiantes que se pueden quedar atrás de forma permanente si no se hace nada. Y la ley que presentó el Gobierno es, en este momento, no hacer nada.

En esta línea, y tal y como propone el Banco Mundial en su informe sobre la crisis del coronavirus, es el momento de alcanzar esa equidad a través de apoyar a aquellos que lo necesiten, que nadie se quede rezagado. Sólo de esta forma podremos conseguir que esos jóvenes, independientemente de sus orígenes sociales puedan competir en igualdad de condiciones. La solución no está en aumentar el sectarismo, sino la inclusión y el consenso. Y esto sólo se consigue a través de ofrecer a todos las mismas oportunidades de formación, ayudando más a quién más lo necesita. En contra de lo que plantean los populismos, no estoy hablando de regalos, sino de que la sociedad se ocupe de que todos sus miembros sean capaces de conseguir un «buen trabajo» por sus propios medios, pero con la ayuda de todos, incluidas las empresas.

Jorge Sainz González es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos.

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