Una educación sin esfuerzo

La publicación de diferentes estudios científicos que miden el rendimiento académico de estudiantes -en Matemáticas, comprensión lectora y Ciencias- puede distorsionar la percepción de la realidad sobre la evolución de la educación preuniversitaria en España. Un análisis equivocado o poco riguroso de estos estudios desembocará en unas conclusiones erróneas. Debemos saber que muchos de estos estudios emplean unos modelos comparativos entre países, de manera que conocemos el orden relativo del sistema educativo de cada país respecto al resto, pero no necesariamente las fortalezas y debilidades de cada uno de ellos. Por tanto, un estudio serio debería examinar un conjunto de años consecutivos y no un único dato aislado. Dado que la educación es un elemento clave para el progreso y bienestar de la sociedad, considero que debemos analizar seriamente la increíble transformación producida en los últimos años en España, yendo a las verdaderas causas que provocan los resultados obtenidos.

En primer lugar, como señalaba Juan Manuel de Prada en el «XL Semanal» del 29 de septiembre, se ha despojado de autoridad a los profesores. Hasta hace pocos años, no se discutía si el profesor o maestro es una persona autorizada para ensanchar los límites de nuestros conocimientos. En la actualidad, se considera que la autoridad suele ser despótica y autoritaria, por lo que el profesor se convierte en el mejor de los casos en un colega que desea caer simpático a los alumnos que le juzgan y evalúan arbitrariamente.

En segundo lugar, se ha producido un cambio radical en el papel de los padres como primeros educadores de sus hijos. Hace unas décadas, los progenitores respetaban y refrendaban la autoridad y las enseñanzas de los profesores. Hoy en día, acuden al centro escolar a quejarse del trato que reciben sus hijos, o vierten críticas en los «famosos» grupos de whatsapp de madres y padres de una clase. De esta forma, el alumno pasa a ser un cliente que exige unos servicios a sus padres y a la escuela.

Esta situación nos debería hacer reflexionar. En un mundo globalizado y competitivo se considera detestable y anticuado actitudes como el esfuerzo, el afán de superación, la lucha por alcanzar las metas que cuestan, el aprender a recomenzar después de un fracaso o la resiliencia (entendida ésta como la capacidad para superar la adversidad). Se premia la mediocridad y se rechaza la búsqueda de la excelencia. Pretendemos quitar todas las dificultades a los niños, que no tengan obstáculos, que no sufran, que siempre hagan lo que quieren y que nunca salgan de su zona de confort y comodidad. La educación a los hijos no puede limitarse a la lucha contra la obesidad y el sobrepeso, creando personas consentidas que no desarrollan una personalidad madura y se dejan llevar por el ambiente y las modas dominantes del momento.

¿Qué futuro desean estos padres a sus hijos?, ¿una vida a costa del erario público de la cuna a la tumba sin dar palo al agua?, ¿ser nombrados vicecomisionados de las Naciones Unidas para el desarrollo sostenible en el África subsahariana?

El falso progresismo considera que el esfuerzo o el afán de superación es algo retrógrado, propio de un capitalismo salvaje. Suponemos que estos padres desearán dejar a sus hijos un futuro mejor que el que ellos tuvieron. Con mayor razón, si el plan más atractivo de su ya lejana juventud consistía en ponerse una camiseta descolorida del Che Guevara y un pañuelo palestino, para acudir a la vigésima séptima marcha a Torrejón, a gritar «¡OTAN no!» y escuchar un aburrido discurso pacifista de algún cantante o actriz/actor multimillonario. Cuarenta años después, el que ha desaparecido es el Pacto de Varsovia y la OTAN participa en misiones humanitarias defendiendo la paz y los derechos humanos.

Y, por último, en tercer lugar, debemos resaltar que sería una visión reduccionista limitar la educación a la enseñanza de unos conocimientos técnicos necesarios para encontrar empleo. Es necesario la transmisión de valores que refuercen el respeto y la convivencia con los que opinan diferente. Asimismo, se debe enseñar a pensar y razonar por cuenta propia, manteniendo una saludable crítica ante la abundante información que se recibe por numerosos canales.

Decía el filósofo Pitágoras, conocido por sus teoremas matemáticos, «educad a los niños y no será necesario castigar a los adultos». La educación debe tener por objetivo la formación integral de la persona y la búsqueda de la verdad. No estamos ante un asunto cualquiera, sino ante un tema que configurará la sociedad del mañana. Por este motivo, debemos repensar lo que estamos transmitiendo a las generaciones venideras.

Ignacio Danvila del Valle es profesor de la Universidad Complutense de Madrid.

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