Una elección muy insular

Todo el mundo en Gran Bretaña parecía aburrido de la campaña electoral, y a la mayoría de la gente solo le interesaba el resultado. En apariencia, la campaña se centraba en el Servicio Nacional de Salud (SNS), y, si bien nuestro servicio es importante para casi todos, hay quien piensa que su salud no es el único tema interesante. Es bien sabido que la reforma del SNS constituye una tarea fundamental.

Tomemos a un grupo de personas reunidas en Londres. Probablemente habrá algunas que preferirán hablar más de sus problemas en las piernas que sobre el poeta Byron, mientras que otras seguirán disfrutando de una conversación sobre el gran sir Walter Scott. Incluso en esta edad oscura de la prosa (¡y encima, mala!), algunos somos capaces de recordar unas pocas líneas en verso. En época de Winston Churchill, y hasta de Margaret Thatcher, los estadistas buscaban citas para reforzar determinado argumento. Se supone que sé algo de esto, ya que mi mayor logro político fue persuadir a la primera ministra para que citase el poema de Rimbaud «Le bateau ivre» [«El barco ebrio»] (La cita era «Añoro la Europa de las viejas murallas»).

Pero en la campaña electoral de 2015 apenas se ha hecho mención a Europa, ni a murallas antiguas o modernas, a pesar de que Cameron ha prometido un referéndum británico sobre la permanencia en la Unión que se celebrará en 2017. No ha dado la sensación de que ninguna otra tierra extranjera interesase al electorado, y eso que la diligente Nicola Sturgeon sigue queriendo hacer de Escocia una de ellas. ¿Y qué hay del extremismo islámico? En su Cuento de invier

no, Shakespeare hablaba con dureza de la «costa de Bohemia» (escena 3, tercer acto). Apenas hemos oído referencias a ella, a pesar de que un nuevo «califato», el más sanguinario, parece haber tomado posesión de grandes extensiones de Irak, un territorio creado en otro tiempo por Gran Bretaña.

¿Alguien ha dicho algo de Gibraltar o de las islas Malvinas? Por lo visto, no parece que actualmente tengan ningún interés político para mis compatriotas, obsesionados con los hospitales. No parece que nadie en la campaña haya recordado que, no hace mucho, en una reunión de la OTAN, Cameron intentó convencer a sus aliados de dedicar a defensa el poco apreciable porcentaje del 2 por ciento de nuestro PIB. Y se diría que Cameron también lo ha olvidado. ¿Y qué hay de los valerosos estados bálticos que se han unido a la OTAN y con los que, por lo tanto, tenemos un deber nuevo, aunque superficialmente asumido, en relación con el aparentemente incontrolable Putin, si este se presentase un día en Vilna o en Tallín con su nuevo tanque, el poderoso T-14 Armata? Hay otros asuntos de política exterior que tratar, de los que el primero y más importante es qué esperamos realmente los europeos de Estados Unidos a largo plazo: ¿que sea una potencia mundial, o que se retire? Por su parte, China sigue llamando a nuestras puertas con intenciones inciertas. Pero lo cierto es que hemos tenido las elecciones más dominadas por una perspectiva insular de nuestra historia, a pesar de que la opinión pública británica quiere claramente dar más ayuda a los desventurados refugiados del norte de África que se ahogan en el Mediterráneo.

Esta insularidad ha conducido a un resultado afortunado, ya que la noche del 8 al 9 de mayo el electorado dio al Partido Conservador una victoria inesperada, porque la BBC y la prensa toda crearon expectativa y pensaron que el ciudadano medio estaba muy enfadado. Una buena lección política. Como tampoco se creía que los laboristas saldrían tan malparados como han salido, sobre todo en Escocia, a la que se consideraba la «isla del tesoro» del laborismo. El desastre de los liberaldemócratas ya se preveía, al igual que los éxitos de los nacionalistas escoceses. Por último, nadie excepto unos cuantos conservadores optimistas, que no abundaban, había osado soñar que su partido obtendría unos resultados tan buenos como los que finalmente ha obtenido.

La responsabilidad de esta victoria corresponde a Cameron. Se ha presentado a sí mismo como un elocuente ciudadano de a pie que procede de una conocida escuela llamada Eton y que habla muy bien. En mi opinión, no es que sea muy bueno eligiendo a la gente –uno de sus asesores especiales durante su primer mandato ha estado en la cárcel–, pero es culto y tiene buenos modales, sin ser pomposo. Sus hijos van al mismo colegio religioso que mi nieto. Sé que adquirió sus conocimientos sobre España con Laguerra civil española porque me contó que mi libro era de lectura obligatoria en su clase de Eton. A pesar de que defiende un referéndum sobre Europa, creo que quiere que Gran Bretaña siga siendo miembro de la Unión. Tendrá que lograr persuadir a sus socios europeos de que introduzcan suficientes cambios en nuestros acuerdos como para poder decir a la derecha conservadora –a personas como Bill Cash, biógrafo de Richard Cobden– que ha llevado a cabo una transformación satisfactoria. Creo que se le podrá convencer de que se tome en serio nuestra defensa.

Con toda probabilidad, el primer problema de Cameron será Escocia. La victoria de los nacionalistas escoceses, actualmente liderados por Nicola Sturgeon, una dama muy enérgica y competente, es como si Cataluña obtuviese sesenta escaños en el Parlamento español. ¿Cómo resistir a ese desafío? Discutiendo los detalles, sospecho. Normalmente, ahí es donde está el peligro.

Se puede hacer hincapié en que la edad de oro de Escocia fue el periodo de finales del siglo XVIII, época de su considerable preponderancia intelectual. Entre los historiadores estaba el inmortal Macaulay; entre los filósofos, Hume; y entre los pensadores o los economistas, Adam Smith, cuya obra La riquezadelasnaciones ha sido prácticamente el origen de la ciencia económica. The Edinburgh Review, de Francis Jeffrey, fue el periódico más importante de la época. Asimismo, la Teoría de los sentimientos morales, del mismo Smith, fue un hito intelectual escocés. Todos ellos, al igual que Robert Burns y Walter Scott, eran unionistas. Volvamos a las reflexiones serias, prescindamos de Twitter y no tardaremos en ver qué obra va en cabeza: la de los independentistas o la de los unionistas.

Hugh Thomas, historiador.

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