Una encrucijada en el camino de México

“Cuando llegues a una encrucijada en el camino”, dijo el ícono del béisbol Yogi Berra en la forma confusa que lo distinguía, “tómala”. Eso es lo que acaba de hacer México. Los resultados electorales muestran que Andrés Manuel López Obrador, conocido como AMLO, ganó una aplastante victoria en las elecciones presidenciales del país, obteniendo el 53% de los votos, mucho más del doble que el próximo candidato. Morena, su partido, conjuntamente con sus pequeños socios de coalición, tendrán amplia mayoría en el Congreso de la Unión.

No debemos subestimar los desafíos al nuevo gobierno. AMLO tendrá que enfrentar una combinación de malestar económico y niveles asombrosos de pobreza, desigualdad y deuda, agravados por un grave deterioro de las condiciones políticas y de seguridad. El grupo de vigilancia, Transparencia Internacional (TI), clasifica a México dentro del primer cuartil de países más corruptos, y la tasa de criminalidad es la más alta registrada en varias décadas, con más de 100,000 homicidios durante el sexenio del actual presidente Enrique Peña Nieto. Las tasas de impunidad también se encuentran entre las más altas del mundo. Si bien el marco legal existe, se debe fortalecer urgentemente el estado de derecho y la responsabilidad de los políticos de rendir cuentas.

El problema que preocupa a casi la mitad del electorado es si el camino que México tomó cuando llegó a la encrucijada lo colocará en el camino dictatorial y económicamente insostenible de Venezuela. Los que tienen ese temor, están juzgando a AMLO equivocadamente. Su Plan Nacional y su compromiso personal en la lucha contra la corrupción hacen más probable que se coloque a México en el camino menos conocido pero más sostenible seguido por Uruguay.

En Uruguay, las terribles consecuencias socioeconómicas de la crisis económica del 2002 condujeron a la victoria de una amplia coalición de izquierda, conocida como Frente Amplio (FA), en las elecciones de 2004. Pero la razón por la que el FA ganó esas elecciones (y las dos siguientes), es que había evolucionado políticamente y había preparado un detallado plan nacional para el período de gobierno, progresivo y con políticas consistentes entre ellas que se podían financiar sin incurrir en grandes desequilibrios.

Muchas personas, incluyéndome a mí, que habían argumentado en contra del plan del FA en 1999 – principalmente por sus inconsistencias, contradicciones y supuestos irresponsables desde el punto de vista fiscal – estuvieron dispuestas a votar a favor en el 2004. Para entonces, el FA había abandonado su vieja retórica sobre la deuda externa y proponía incentivos a la inversión, tanto para el sector privado nacional como para inversionistas extranjeros. El partido también se manifestaba a favor de los acuerdos comerciales para mejorar la competitividad internacional. Este cambio le dio a Tabaré Vázquez una clara mayoría para ser elegido presidente en primera ronda.

El FA resultó ser el camino correcto para Uruguay, y logró algunos resultados notables: el crecimiento aumentó al 6% en promedio durante sus primeros siete años en el poder, antes de desacelerarse a un poco menos del 3% anual durante los próximos seis años, cuando los precios de las materias primas bajaron y Argentina y Brasil, los grandes vecinos y socios de Uruguay, se estancaron. En diez años, la pobreza bajó del 33% a menos del 10%. La inversión extranjera directa saltó a alrededor del 6% del PIB en promedio en 2005-2011 (desde un 1% histórico), y promedió cerca del 4% a partir de esos años.

A los uruguayos, que en 2004 les preocupaba que la democracia peligraría si la FA ganaba, ya no están preocupados. Hoy, Uruguay no sólo tiene el ingreso per cápita más alto de la región, sino que también es el único país de América Latina, y el único país en desarrollo, clasificado entre las 20 “democracias plenas” del mundo. Además, Uruguay está clasificado como el país menos corrupto de América Latina y entre los 25 países menos corruptos del mundo. Después de 13 años de la administración del FA, los uruguayos tienen el más alto nivel de confianza en su gobierno entre todos los países emergentes.

AMLO, al igual que Vázquez en Uruguay, se había postulado dos veces sin éxito a la presidencia. En la tercera vez, AMLO, respaldado por un partido nuevo y más progresista con cero tolerancia a la corrupción, había aprendido de los errores del pasado, había adoptado posiciones más moderadas y estaba mejor preparado para gobernar. Al igual que Vázquez en 2004, AMLO también logró atraer excelentes asesores expertos en distintas áreas y produjo un plan económico riguroso, integral y con políticas consistentes. Aunque la oposición y la prensa continúan refiriéndose a AMLO como un “populista de izquierda”, desarrolló una estrategia detallada y progresiva pero fiscalmente conservadora para financiar su Plan Nacional.

La similitud entre los dos líderes no termina aquí. En contraste con sus contrincantes, ambos llegaron a la presidencia con experiencia ejecutiva como alcaldes de las capitales de sus respectivos países.

AMLO también tiene mucho en común con Pepe Mujica, que fue presidente de Uruguay entre los dos mandatos de Vázquez. Ambos tienen una imagen de personas honestas que siguen un estilo de vida ascético, sin mucho interés en posesiones materiales. Al mismo tiempo, se convirtieron en candidatos viables sin buscar venganza (Mujica por haber sido encarcelado y torturado durante la dictadura militar que duró12 años, y AMLO por el fraude electoral que lo privó de la presidencia por lo menos una vez). Como sucedió con Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil en 2002, el impactante y conciliatorio discurso de victoria de AMLO debería tranquilizar a los mercados con la expectativa de que él creará un marco de estabilidad más fuerte de lo que esperan.

Graciana del Castillo, a Uruguayan-American economist, is a political and economic risk analyst. As a director of Latin American sovereign ratings at Standard & Poor’s, she led the upgrade of Mexico’s credit rating to investment grade in 2002.

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