Desde los años centrales del siglo XIX se desarrolló en Asia Central el denominado Gran Juego entre rusos y británicos, cuando sus mutuos impulsos imperialistas chocaron en torno a Afganistán. Menos de dos siglos más tarde, Afganistán y Asia Central siguen trayendo de cabeza a rusos y occidentales.
De nuevo, la lucha es muy enconada en la zona y se ha complicado por la concurrencia de protagonistas que a lo largo del siglo XIX no tenía la fuerza de nuestros días: potencias islamistas, como Irán o Arabia Saudí; potencias nucleares, como Pakistán o India; grandes superpotencias, como China.
En cualquier caso, no todo es guerra, también se producen audaces jugadas diplomáticas en toda esa zona, desde Turquía a los confines de Asia Central, pasando por el Cáucaso. Precisamente, estos días hemos asistido a una, y de gran calado, sin que la prensa occidental haya reaccionado ante lo sucedido.
El capítulo visible de la historia ha sido la reciente decisión del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de renunciar al escudo antimisiles a instalar en Polonia y la República Checa. Ese proyecto había sido impulsado por el presidente George Bush con la idea de proteger a Europa y los propios Estados Unidos de un presunto ataque balístico de los países del eje del mal, esto es, Irán y Corea del Norte. La idea recordaba mucho a la guerra de las galaxias impulsada en los años 80 por el también republicano presidente Ronald Reagan. Aquello había sido un bluff, hoy admitido por los historiadores. Y el escudo antimisiles de Europa oriental volvía a tener mucho de eso, dado que hubiera requerido enormes inversiones para poner a punto un dispositivo susceptible de ser burlado con relativa facilidad por el enemigo. De otra parte, el entusiasmo de los polacos y checos por el proyecto dejaba muy en evidencia que, de hecho, estaba más enfocado hacia Rusia que contra unos coreanos e iranís que a Varsovia o Praga dejaban indiferentes. Dicho de otra manera: el escudo antimisiles estaba más pensado para tensar las relaciones con Rusia y enfrentar a esa potencia con Europa, en una suerte de nueva guerra fría impulsada por la presidencia de Bush, que para un objetivo militar concreto y real.
Ahora, Obama ofrece un sistema alternativo de defensa ante la supuesta amenaza iraní basado en el una nueva generación de misiles antimisiles (ABM) a desplegar en el mar y en países cercanos a Irán. Entre ellos está Turquía.
Precisamente ahora, el Gobierno turco acaba de convocar una licitación para renovar su sistema de defensa antiaérea que los norteamericanos esperan ganar, de una vez por todas, con sus misiles Patriot de última generación.
Lo que no se cuenta es que ese concurso ya se planteó hace un par de años por estas fechas, en plena ofensiva diplomática de Bush, cuando arrancaba el proyecto del escudo de misiles en Europa oriental. Por entones, los rusos desbancaron a los competidores norteamericanos al ofrecer lo mejor de su arsenal: los misiles antiaéreos S-400 Tryumph, considerados por entonces los más eficaces del mundo.
La iniciativa tomó por sorpresa a los observadores occidentales y la misma plana mayor del Ejército turco acabó muy dividida ante la jugosa oferta rusa. Washington protestó recordando que, al ser Turquía un miembro de la OTAN, no debería utilizar sistemas de armas estratégicas rusas (olvidando el caso de Grecia, por cierto).
La maniobra rusa ante Turquía hablaba muy a las claras. Si los norteamericanos colocaban sistemas defensivos ante sus puertas, en países exaliados, ellos podrían hacer lo mismo con Turquía, país que hubiera sido la opción más lógica para detener una arremetida iraní.
Podemos imaginar las presiones que Washington ejerció por entonces sobre Turquía. Pero también parece evidente que ese país sacó beneficios de su actitud.
Posiblemente, la presencia de Obama en Estambul el pasado mes de abril, abogando por la candidatura turca a la UE, tuvo que ver con el deseo de conjurar las tentaciones rusas. Estas, mientras tanto, se habían materializado, de nuevo, en la venta de helicópteros de ataque MI-28 para combatir al PKK en Irak, en detrimento de los Cobra norteamericanos, cuya venta retrasaba Washington so pretexto de problemas legales debidos al traspaso de tecnología punta a los turcos.
En conjunto, en el periodo de pocos meses hemos asistido a un nuevo capítulo de lo que parece una entente ruso-turca, sobre la cual apenas informa la prensa occidental.
Ese acercamiento está provocando unas ondas subterráneas de gran alcance, que además traen recuerdos del pasado. En 1962, durante la crisis entre la Unión Soviética y Estados Unidos, Nikita Jruschov renunció a suspender el envío de misiles nucleares a Cuba a cambio de que los norteamericanos retiraran los suyos estacionados en Turquía. Si la oferta de los S-400 a Turquía influyó en la decisión de Obama con respecto al escudo antimisiles en la Europa oriental, ¿hemos vivido una reedición de ese acontecimiento, sólo que a la inversa?
Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea (UAB) y autor de El desequilibrio como orden, 2009.