Una española ante Inglaterra

LA British-Spanish Society es una benemérita institución, que, desde Londres, lleva casi un siglo ( fue fundada en 1916) afanándose en estrechar cada vez más los lazos que unen a nuestras dos naciones. La concesión de becas para que estudiantes españoles y británicos completen su formación en Inglaterra y en España es una de sus actividades más importantes, además de la organización de numerosos actos sociales, culturales o deportivos, que sirven para que en la vida de la capital inglesa no falte nunca una huella de España.

Entre sus actividades se encuentra la organización de una cena de gala anual para recaudar fondos. Este año sus responsables han tenido la amabilidad de invitarme a mí a ser la oradora en esa cena, que se celebra en el palacio de Westminster, en el comedor de la Cámara de los Comunes. Esa generosa invitación me proporcionó, el pasado jueves, el honor de tomar la palabra bajo el mismo techo donde se han desarrollado algunos de los acontecimientos más importantes no solo de la Historia de Inglaterra, sino de toda la Historia Universal, y donde han hablado algunas de las personalidades políticas que más admiro, como Winston Churchill o Margaret Thatcher.

Para mí era un compromiso bastante delicado hablar ante un selecto auditorio formado por representantes señalados de la vida política, social, cultural y empresarial inglesa, interesados y comprometidos en intensificar sus relaciones con España. Por eso quise preparar mi discurso con una especial atención, y decidí centrarme en analizar aquellos aspectos de la vida inglesa, en especial de la vida política inglesa, que me parecen más positivos, y, al mismo tiempo, en reivindicar los mejores elementos de la cultura y la idiosincrasia españolas.

Al reflexionar sobre las diferentes maneras de entender la vida que tenemos británicos y españoles llegué a la conclusión de que, si los españoles lográramos echar en nuestra vida política algunas gotas de la manera británica de entender la política, probablemente mejoraría sensiblemente.

¿Y cuáles son esas gotas británicas que echo de menos en la política española? Pues, en primer y principal lugar, la relación de los políticos con los ciudadanos. Se ha dicho muchas veces en los últimos tiempos, y es verdad: con el actual sistema electoral español los políticos tienen que ocuparse más de caer bien a los dirigentes de sus partidos que de caer bien a los ciudadanos que tienen que votarles. Por el contrario, en el sistema electoral inglés cada candidato tiene que esforzarse en conquistar la confianza de los ciudadanos de su circunscripción, y debe estar dispuesto constantemente a responder ante ellos de todo lo que hace en la Cámara de los Comunes. Esto obliga a los partidos a seleccionar como candidatos no a los más dóciles, sino a los más capaces, lo que redunda en una notable mejora del nivel de los diputados.

Pero no es solo eso lo que me gustaría trasplantar a la política española desde la británica. También me gusta que los ciudadanos ingleses no toleren las mentiras en la vida pública. Puede haber mentirosos, claro está, pero, si se descubre que un político ha mentido, pierde toda posibilidad de seguir en política, y la tiene que abandonar, ante el repudio general de toda la sociedad.

Me gusta mucho que los ingleses valoren siempre el individualismo y sientan recelo ante los colectivismos. Eso ha hecho que, cuando algunos ingleses han caído en la tentación de ser socialistas, casi siempre se han limitado a ser unos fabianos moderados.

Me gusta que, en Inglaterra, la originalidad y hasta la excentricidad sean consideradas valores positivos porque a mí no me gusta que todo el mundo sea igual, piense igual y haga lo mismo.

Me gusta el patriotismo de los ingleses, que les lleva a luchar y a morir, sin rechistar, por su Patria, cuando su Gobierno decide que hay que hacerlo.

Hasta me gusta que Gran Bretaña no tenga una Constitución escrita. Es la mejor demostración de que nadie en ese país duda de lo que es su Nación, de cuáles son sus derechos y de cuáles son sus deberes.

Creo que todos estos elementos enriquecerían nuestra vida política si los trasplantáramos a España. En eso no hago sino seguir a Voltaire, que, en sus « Escritos políticos » y como consecuencia de sus años de exilio en Inglaterra, también expresaba su deseo de que algunas de las instituciones políticas británicas fueran trasplantadas al continente europeo, «como se trasplantan los cocoteros».

Pero allí, en la Cámara de los Comunes, también tuve la oportunidad de reivindicar la cultura y la manera de ser de los españoles, de las que me siento muy orgullosa. Y pude proclamar que, por su parte, algunas gotas de españolidad les podrían venir muy bien a los ingleses. Aunque suene a tópico, nuestra generosidad, nuestra hidalguía, nuestro idealismo quijotesco son virtudes típicamente españolas que tienen que seguir vigentes aquí, y en todas partes.

Al preparar mi intervención para el marco verdaderamente incomparable de Westminster, comprendí que, en el fondo, lo que nos pasa a todos los que miramos con simpatía a otros países es que admiramos en esos países lo que echamos de menos en el propio.

Y esas gotas de la « honesty » (que tendríamos que traducir por « sinceridad » ) , el amor a la libertad y el patriotismo que cultivan los ingleses me parecerán siempre enriquecedoras para la vida política de España.

Esperanza Aguirre, presidente del PP de Madrid.

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