Una estrategia europea para Rusia

Desde la llegada del presidente Putin al poder, Rusia se ha embarcado en una política exterior y de seguridad propia de tiempos pasados, caracterizada por el regreso al ejercicio de políticas de poder, fuerza y zonas de influencia; así como por la impugnación del orden liberal vigente desde la II Guerra Mundial. Y ello, con el objetivo proclamado de recuperar el estatus internacional de gran potencia, perdido tras la caída del Muro de Berlín y la implosión de la extinta URSS.

Este paradigma estratégico de Moscú le ha inducido a impugnar la arquitectura política y de seguridad acordada y consolidada en Europa por el Acta de Helsinki de 1975. Así, ha modificado por la fuerza, por vez primera desde 1945, fronteras internacionales (invasión y anexión de Crimea), fomentado y alimentado enfrentamientos armados en la vecina Ucrania (regiones de Donetsk y Lugansk), intentado desestabilizar democracias occidentales mediante la manipulación informativa y las amenazas híbridas por debajo del umbral de conflicto armado, interferido en procesos electorales, o vulnerado los derechos humanos de los opositores y disidentes.

Consecuencia de su aspiración de recuperar protagonismo y prestigio internacional, Rusia no muestra interés alguno en normalizar sus relaciones con los EE.UU. ni con la UE. Muestra de ello es que ha iniciado una febril política de rearme con objeto de dotarse de un arsenal con enorme poder destructivo, basados en las emergentes tecnologías disruptivas, tales como indetectables drones submarinos nucleares (Poseidón), misiles hipersónicos (Tsirkon), cabezas nucleares hipersónicas evasivas (Avangard), un nuevo misil intercontinental (Sarmat) dotado de cabezas nucleares, o misiles de crucero con propulsión nuclear. El despliegue de tamaño arsenal provocará un notable desequilibrio estratégico, que será respondido tanto por EE.UU. como por China con una nueva carrera de armamentos.

Su aventurerismo político y agresividad estratégica empujan a Moscú a mirar hacia China, forjando con Pekín una alianza de conveniencia asentada en su común agenda antioccidental y su antiamericanismo. Así las cosas, tanto la Alianza Atlántica como la Unión Europea deberían acordar una genuina estrategia finalista hacia Rusia, que fuera más allá del vigente ‘modus vivendi’ instrumental plasmado en la denominada ‘doble vía’ (aplicación de sanciones económicas acompañadas de un diálogo crítico y selectico con Moscú). Occidente debería decidir qué política común seguir respecto a Rusia: ¿confrontación, aislamiento, contención, cooperación? Conscientes, eso sí, de que el diseño de una verdadera estrategia debería ser liderada por EE.UU. en el seno de la Alianza Atlántica, y por Alemania en la UE.

A partir de los imperativos objetivos dictados por la vecindad geográfica y la tradicional complejidad de las relaciones de Europa con Rusia, Bruselas debería apostar por una aproximación estratégica, asimismo compleja, que integre componentes de colaboración, competencia y rivalidad. Esto es, cooperaremos con Rusia cuando sea posible (cambio climático, no proliferación de armamentos y desarme, terrorismo yihadista, delincuencia internacional organizada, trata e inmigración ilegal), competiremos cuando sea necesario (nuevas rutas marítimas en el Ártico, seguridad y diversidad del suministro energético, ciberespacio) y confrontaremos cuando sea imprescindible (amenazas o coacción a nuestros vecinos orientales, injerencia en procesos electorales, campañas de desinformación masiva, violación de derechos humanos).

Nicolás Pascual de la Parte es embajador de España.

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