Una estrategia occidental para una Rusia decadente

El Grupo de Estrategia Aspen, un comité apartidario de expertos en política exterior, del que Brent Scowcroft (ex asesor de seguridad nacional de Estados Unidos) y yo somos copresidentes, se enfrentó hace poco a la cuestión de cómo responder a las acciones de Rusia en Ucrania. Y ahora la OTAN se enfrenta a la misma pregunta.

Occidente debe resistir el desafío planteado por el presidente ruso Vladímir Putin a la norma adoptada desde 1945 de no reclamar territorios por la fuerza, pero sin aislar por completo a Rusia, un país con el que Occidente tiene intereses en común en cuestiones como la seguridad nuclear, la no proliferación, el antiterrorismo, el Ártico y temas regionales como Irán y Afganistán. Además, en cualquier escalada del conflicto en Ucrania, Putin tendría la ventaja geográfica.

Es natural enojarse por los engaños de Putin, pero el enojo no es una estrategia. Occidente necesita imponer sanciones financieras y en materia energética para disuadir a Rusia en Ucrania, pero sin perder de vista la necesidad de colaborar con Rusia en otros asuntos. Reconciliar estos objetivos no es fácil, y a ninguna de las partes le conviene una nueva Guerra Fría. Por eso no es sorprendente que al momento de recomendar políticas concretas, el grupo de Aspen se haya dividido entre los partidarios de “forzar” y los de “negociar”.

Hay que colocar este dilema en una perspectiva a largo plazo: ¿qué tipo de Rusia queremos ver dentro de una década? Sin importar el agresivo uso de la fuerza y la alharaca propagandista de Putin, Rusia es un país en decadencia. La torpe estrategia de Putin de mirar a Oriente y al mismo tiempo librar una guerra no convencional en Occidente reducirá a Rusia al papel de proveedora de gas de China e impedirá a la economía rusa acceder al capital, la tecnología y los contactos que necesita en Occidente.

Algunos de los adversarios de Rusia dirán que su decadencia es deseable, ya que implica que el problema en algún momento se resolverá solo. Pero es un error. Hace un siglo, la decadencia de los imperios austrohúngaro y otomano fue sumamente disruptiva para el sistema internacional. Una decadencia gradual, como la de la antigua Roma o la España del siglo XVIII, es menos problemática que una decadencia rápida; pero en definitiva lo mejor de aquí a una década sería que Rusia se recupere y recupere el equilibrio.

Las pruebas de la decadencia rusa están en todas partes. El alza del precio del petróleo al inicio del siglo dio a su economía un impulso artificial, que llevó a Goldman Sachs a incluirla en el grupo de los principales mercados emergentes del mundo (los “BRIC” , junto con Brasil, India y China). Pero en la actualidad, ese impulso se desvaneció. El PIB de Rusia es alrededor de la séptima parte del de Estados Unidos, y el ingreso per cápita (medido según la paridad del poder adquisitivo), que es 18.000 dólares, es aproximadamente un tercio del estadounidense.

El petróleo y el gas equivalen a dos tercios de las exportaciones rusas, la mitad de la recaudación fiscal y el 20% del PIB, mientras que la alta tecnología sólo representa el 7% de las exportaciones rusas de bienes manufacturados (en comparación con el 28% de Estados Unidos). Toda la economía adolece de asignación ineficiente de recursos, y la estructura legal e institucional corrupta obstaculiza la inversión privada. A pesar del atractivo de la cultura rusa tradicional y los llamados de Putin a fortalecer su poder blando, la conducta abusiva del presidente ruso sembró desconfianza por doquier. El cine ruso interesa poco en el extranjero, y el año pasado ninguna universidad rusa quedó en la lista de las cien mejores del mundo.

La probabilidad de una fragmentación étnica es menor que en la era soviética, pero todavía es un problema en el Cáucaso. Los no rusos eran la mitad de la población soviética; hoy conforman el 20% de la Federación Rusa y ocupan el 30% de su territorio.

El sistema de salud pública es un caos. La tasa de natalidad está en baja, la tasa de mortalidad aumentó, y la esperanza de vida promedio de los varones rusos es poco más de sesenta años. Según estimaciones demográficas de Naciones Unidas, es posible que la población rusa disminuya de los 145 millones de la actualidad a 121 millones a mitad de siglo.

Pero aunque ahora Rusia parezca una república bananera industrial, todavía hay muchos futuros posibles. El país tiene recursos humanos talentosos, y algunos sectores (por ejemplo la industria de defensa) son capaces de crear productos sofisticados. Algunos analistas creen que si se reformara y modernizara, Rusia podría superar sus problemas.

El ex presidente Dmitri Medvedev, a quien preocupaba que Rusia pudiera caer en la llamada trampa de los ingresos medios en vez de ascender a la condición de país avanzado, diseñó planes en ese sentido; pero debido a la corrupción rampante, poco se implementó. Con Putin, la transformación post-imperial de Rusia fracasó, y el país sigue obsesionado con su lugar en el mundo y desgarrado por su doble identidad histórica europea y eslavófila.

Putin no tiene una estrategia para la recuperación a largo plazo de Rusia; sólo reacciona en forma oportunista (aunque a veces exitosa a corto plazo) a la inseguridad interna, a las amenazas externas percibidas y a la debilidad de sus vecinos. Rusia se convirtió así en la aguafiestas revisionista del statu quo internacional y pretende ser el catalizador de otras potencias revisionistas.

Pero una ideología de antiliberalismo y nacionalismo ruso no le dará al país el poder blando que necesita para aumentar su influencia regional e internacional. Por eso, las perspectivas de que una Unión Eurasiática dirigida por Rusia pueda competir con la Unión Europea son limitadas.

Cualquiera sea el resultado del revisionismo de Putin, el país tiene armas nucleares, petróleo, gas, habilidades cibernéticas y cercanía con Europa, lo que le da recursos para causar problemas a Occidente y al sistema internacional. Diseñar e implementar una estrategia para contener a Putin y al mismo tiempo mantener una relación a largo plazo con Rusia es uno de los desafíos más importantes a los que se enfrenta hoy la comunidad internacional.

Joseph S. Nye Jr., a former US assistant secretary of defense and chairman of the US National Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He is the author, most recently, of Presidential Leadership and the Creation of the American Era. Traducción: Esteban Flamini.

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