Apenas dos años atrás, el rápido crecimiento económico y la expansión de su clase media convirtieron a Brasil en la niña mimada de los mercados financieros, mientras que México era más conocido por sus pandillas de narcotraficantes y violencia. Por su lento crecimiento y la paralización de las reformas económicas, los mercados financieros estaban a punto de declarar a México como una causa perdida.
¡Qué rápidamente pueden cambiar las reputaciones de los países! Actualmente, la economía brasileña se estanca y ninguna inversión en infraestructura para el Mundial y las Olimpíadas parece suficiente para salvarla. La economía mexicana, por el contrario, crece a un ritmo estable, impulsada por una reciente bonanza de las exportaciones industriales a Estados Unidos.
Así Brasil se ha convertido en la estrella que desilusiona y México, en el país menospreciado que inesperadamente se destaca. ¿Qué ocurre?
Para comenzar, el comportamiento de los mercados financieros dice más sobre ellos mismos que sobre los países en cuestión. Como los analistas se enfocan más en los números de corto plazo que en las tendencias estructurales, no sorprende que los mercados financieros a menudo sean incapaces de comprender la historia verdadera.
Dicho eso, existen importantes diferencias entre las formas en que Brasil y México han dirigido sus economías. Y esos contrastes sugieren lecciones útiles para otros países emergentes.
Una diferencia es que la economía mexicana es mucho más abierta que la brasileña. México no solo es parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Estados Unidos y Canadá, (TLCAN ) sino que participa además en una red de otros acuerdos que se extienden por Europa y Asia. La apertura brasileña, por el contrario, está limitada por las restricciones del Mercosur, una agrupación regional cuyo compromiso con el crecimiento a través del comercio internacional es, en el mejor de los casos, endeble.
Por supuesto, esta diferencia entre ambos países no es, en su mayor parte, una novedad. Lo novedoso es nuestra comprensión de lo mucho que se tardan estas diferencias en las políticas comerciales en generar brechas apreciables en el desempeño económico. Allá por 1994, cuando el TLCAN entró en vigencia, sus partidarios prometieron que las mejoras en el empleo y el crecimiento serían rápidas. No lo fueron. Pasaron casi dos décadas hasta que un número de empresas suficiente se instalara en México para aprovechar el acceso al mercado estadounidense.
Otros gurúes predijeron una avasalladora ventaja China, que eventualmente se quedaría con todos los empleos generados por el comercio en México. Esos gurúes también se equivocaron. Muchos empleos migraron de México a China durante la primera mitad de la década de 2000, pero en años recientes –a medida que los salarios chinos (medidos en dólares) aumentaron rápidamente– las ventajas de producir en México se reafirmaron. México también se benefició por el aumento de la producción justo a tiempo en Estados Unidos, que da importancia a la proximidad y el fácil acceso a los insumos importados.
Una segunda diferencia crucial reside en la combinación de políticas monetarias y fiscales de ambos países. Tanto México como Brasil implementaron paquetes fiscales anticrisis en 2009. Pero México retiró rápidamente el estímulo cuando su economía se recuperó y ha aplicado una política fiscal más estricta que Brasil desde entonces.
Esto no es deseable en sí mismo, como suelen argumentar los conservadores, sino por el espacio adicional que brinda a la política monetaria. México ha sido capaz de mantener sus tasas de interés en niveles mucho menores –la tasa de interés básica es del 4,5 %, frente al 7 % en Brasil (inusualmente baja para ese país)– y además tiene una inflación menor.
Ambos países son vulnerables a ingresos de capitales golondrina provenientes de los países ricos, pero las menores tasas de interés en México han aislado mejor a ese país ante esa amenaza, y también ante las presiones al alza en el valor de su moneda. El tipo de cambio real brasileño se ha apreciado considerablemente en los últimos tres años (con algunas oscilaciones durante los últimos meses), mientras que el mexicano se ha mantenido básicamente inmóvil. Y, por supuesto, un tipo de cambio competitivo es un motivo fundamental por el cual México se ha convertido en un poderoso exportador, cuyo sector manufacturero representa el 80 % de las exportaciones de mercadería.
Una tercera diferencia crucial es la forma en que ambos países se han posicionado en la economía mundial. Dejando de lado el reciente boom de productos básicos en el África, la mayor parte del crecimiento económico tuvo lugar en tres regiones del mundo con similares estructuras productivas. En el este asiático, una multitud de países produce componentes para su ensamblaje en China (o en otros sitios de la región) que luego serán reexportados; en Europa Central y del Este ocurre un fenómeno similar, en el que Alemania actúa como país ancla; y, por supuesto, en Norteamérica, tanto Canadá como México se integran cada vez más al mercado estadounidense.
Las autopartes y los vehículos terminados son los mayores componentes de esa integración en Norteamérica, pero la historia no termina aquí: artículos electrónicos, equipos de telecomunicaciones y muchos otros bienes también son parte del crecimiento. La canasta de exportaciones mexicanas es espectacularmente mayor y mucho más diversa que hace tres décadas. No puede decirse lo mismo de Brasil –o, de hecho, de ninguna de las economías sudamericanas con rápido crecimiento.
Estos países sudamericanos –Brasil incluido– deberían estar pensando en cuáles serán los motores de su crecimiento económico el día que el auge de de los recursos naturales se agote. ¿Qué nuevos bienes y servicios exportarán Brasil y al resto de los países dentro de una década, y a cuáles mercados? Desafortunadamente, los líderes políticos y empresariales de la región tienen poco que decir al respecto.
Por supuesto, deberíamos ser cautos y no saltar a conclusiones definitivas. Durante los últimos meses, las exportaciones mexicanas han disminuido y el consumo interno está aumentando como fuente de demanda. Y, dados los capaces profesionales brasileños y sus empresas de alta calidad, su potencial para vender mercancías a todo el mundo, si bien está relativamente limitado por sus relaciones comerciales, no debe ser subestimado.
Tal vez México y Brasil algún día se conviertan en las anclas, en el norte y el sur, del crecimiento económico latinoamericano. Eso daría a los mercados financieros –y a los ciudadanos de la región– un motivo genuino para celebrar.
Andrés Velasco, a former finance minister of Chile, is a visiting professor at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has consulted for the International Monetary Fund, the World Bank, and the Inter-American Development Bank, as well as for several Latin American governments. Traducción al español por Leopoldo Gurman.