Una historia de dos reducciones de deuda

A finales del año 2015, la deuda pública de Grecia llegó a un nivel del 176% de su PIB, mientras que el ratio de deuda de Japón alcanzó un nivel del 248% de su respectivo PIB. Nunca, ni uno ni otro de estos dos gobiernos, pagará todo lo que debe. Las reducciones de la deuda y la monetización de la misma son inevitables, situación que pone a ambos países en una especie de vanguardia mundial. Ya que el total de la deuda pública y privada en todo el mundo representa el 215% del PIB mundial, y esta cifra está en aumento, se puede afirmar casi con certeza que las herramientas de las que Grecia y Japón dependan se aplicarán también en otros lugares.

Desde el año 2010, la discusión oficial de la deuda griega se ha desplazado, de manera caprichosa, del ámbito de la fantasía a convertirse gradualmente en una naciente realidad. El programa de rescate para Grecia que se puso en marcha ese año asumió que se podía lograr una ratio de deuda en disminución sin ningún tipo de reducción de la deuda privada. Después de una enorme reestructuración de la deuda privada en el año 2011, se prevé que el ratio alcance al 124%  hasta el año 2020, un objetivo que el Fondo Monetario Internacional  creía que podía ser alcanzado, “pero no con alta probabilidad”. Hoy en día, el FMI considera que un nivel de endeudamiento del 173% es posible hasta el año 2020, pero sólo si los acreedores europeos oficiales a los que debe Grecia otorgan un alivio adicional y significativo de la deuda.

Las perspectivas de Grecia con respecto a la sostenibilidad de su deuda han empeorado porque las autoridades de la eurozona se han negado a aceptar reducciones significativas de la deuda. El programa del año 2010  comprometió a Grecia a convertir un déficit fiscal primario (excluyendo el servicio de la deuda) del 5% del PIB en un superávit del 6%; pero, la austeridad necesaria para ofrecer la consolidación produjo una profunda recesión y un ratio de deuda en aumento. Ahora la eurozona está exigiendo que Grecia convierta su déficit primario del 1% del PIB del año 2015 en un superávit del 3.5% del PIB, y que mantenga dicha posición fiscal durante las próximas décadas.

Pero, tal como el FMI sostiene de manera acertada, ese objetivo es tremendamente no realista, e ir tras el mismo sería contraproducente. Si los talentosos jóvenes griegos deben financiar superávits perpetuos para pagar deudas del pasado, ellos, literalmente, pueden abandonar la deuda de Grecia mudándose a vivir en otro lugar dentro de la Unión Europea (llevándose con ellos los ingresos fiscales que producen).

El FMI propone ahora un superávit del 1,5% del PIB que es más realista; pero, el mismo podría poner el ratio de deuda en una senda sostenible únicamente si se lo combina con una significativa reducción de la deuda. La postura oficial de los líderes de la eurozona, sin embargo, continúa descartando esta posibilidad; dichos líderes solamente considerarán una extensión de los vencimientos y tasas de interés reducidas en una fecha futura.

Si se va a extremos para su logro, tales ajustes pueden hacer que cualquier deuda sea asequible – al fin y al cabo, una deuda perpetua que no devenga intereses no impone ninguna carga en absoluto – mientras que simultáneamente  permite que los políticos mantengan la ficción de que no hubo ninguna reducción de la deuda. Sin embargo, las extensiones en los vencimientos y las reducciones de las tasas concedidas, hasta ahora, han sido muy menores a las que se necesitan para garantizar la sostenibilidad de la deuda. Llegó el momento de ser honestos: una reducción significativa de la deuda es inevitable, y cuanto más se retrase esta acción, con el transcurso del tiempo tal reducción llegará a ser más grande.

La no resuelta crisis de la deuda de Grecia aún plantea riesgos para la estabilidad financiera, pero su deuda pública de 340 mil millones de dólares se ve eclipsada por la del Japón, que llega a 10 millones de millones de dólares. Y, si bien la mayor parte de la actual deuda griega debe ser pagada a instituciones oficiales, los bonos gubernamentales japoneses se encuentran en carteras de inversión privadas en todo el mundo. En el caso de Japón, sin embargo, será la monetización de la deuda, no así una reducción explícita de dicha deuda, la que allane el camino de regreso a la sostenibilidad.

Al igual que en Grecia, los pronósticos fiscales oficiales para el Japón han sido fantasiosos. En el año 2010, el FMI describió cómo Japón podría reducir su deuda neta (excluyendo bonos gubernamentales en poder de organizaciones cuasi-gubernamentales) llegando a un “sostenible” 80% del PIB hasta el año 2030, si convertía su déficit fiscal primario del 6,5% del PIB de ese año en un superávit del PIB del 6.4%, hasta el año 2020; y, si mantenía dicho superávit a lo largo de la siguiente década.

Sin embargo, hasta el año 2014, prácticamente no se había alcanzado ningún progreso con dirección al logro de dicho objetivo. En cambio, el nuevo escenario pronosticó que el déficit del 5,6% del PIB de ese año oscilaría a un superávit del 5,6% hasta el año 2020. De hecho, cualquier ajuste fiscal en esa escala llegaría a producir una profunda recesión, aumentando el ratio de deuda.

Por lo tanto, el gobierno japonés abandonó su plan respecto a un aumento del impuesto sobre las ventas en el año 2017, y el FMI cesó sus publicaciones sobre cualquier escenario en el que el ratio de deuda caiga a un nivel definido como “sostenible”. Sus últimos pronósticos sugieren un déficit primario hasta el año 2020 que aún se mantiene en un nivel superior al 3% del PIB.

Sin embargo, la deuda contraída por el gobierno japonés con inversores privados está en caída libre. De la deuda neta de Japón que alcanza al 130% del PIB, se adeuda aproximadamente la mitad (66% del PIB) al Banco de Japón, que a su vez es de propiedad del gobierno. Y, ya que el Banco de Japón comprará deuda pública a un ritmo de 80 millones de millones de yenes (746 miles de millones de dólares) por año, mientras que el gobierno emita menos de 40 millones de millones de yenes por año, la deuda neta consolidada del sector público japonés caerá al 28% del PIB hasta finales del año 2018, y podría llegar a cero en algún momento a principios de la década de 2020.

La ficción oficial actual, sin embargo, es que toda la deuda con el tiempo será revendida al sector privado, convirtiéndose nuevamente en una verdadera responsabilidad pública a ser reembolsada con futuros superávits fiscales. Y, si las empresas y los hogares japoneses creen en esta ficción, deben responder racionalmente ahorrando para pagar impuestos futuros, contrarrestando así el efecto de estímulo de los déficits fiscales de hoy en día.

El realismo sería una mejor base para las políticas, convirtiendo algunos de los títulos-valores públicos que se encuentra bajo la tenencia del Banco de Japón en un préstamo perpetuo sin intereses al gobierno. Sería esencial tener fuertes restricciones sobre la cantidad de tales monetizaciones, pero la alternativa no es no realizar una monetización; la alternativa es una monetización de facto, acompañada de negaciones que indiquen que no se estaría llevándose a cabo algún tipo de monetización.

En ambos países, tanto en Grecia como en Japón, las deudas excesivas se reducirán mediante medios previamente considerados como impensables. Hubiese sido mucho mejor si no se hubiera permitido que las deudas crezcan en exceso, si Grecia no se hubiera unido a la eurozona en términos fraudulentos, y si el Japón hace 20 años hubiera desplegado una política lo suficientemente agresiva para estimular el crecimiento y la inflación. A lo largo de todo el mundo, se necesitan políticas radicalmente distintas para permitir que las economías crezcan sin la creación excesiva de deuda privada que tuvo lugar antes del año 2008. Sin embargo, ya que se ha permitido que la deuda excesiva crezca, se debe iniciar un diseño de políticas sensatas que partan del reconocimiento de que muchas deudas, tanto públicas como privadas, simplemente no pueden ser reembolsadas.

Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority and former member of the UK's Financial Policy Committee, is Chairman of the Institute for New Economic Thinking. His latest book is Between Debt and the Devil. Traducción de Rocío L. Barrientos.

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