Una historia de la Socialdemocracia

Con expresión perpleja, la socialdemocracia europea asiste al espectáculo de la gran crisis de la economía y de los poderes políticos mundiales, asentada ella, sin embargo, en una Europa Occidental que de todas formas sigue siendo un rincón privilegiado del Planeta, a cuyo opimos logros ha contribuido como uno de los actores principales en el siglo XX la propia socialdemocracia, siendo su rodada en el camino para alcanzar nuestra madura prosperidad un hecho tan notorio como que, en paralelo a ella y en constante relación dialéctica, la otra rodada profunda por la que ha transitado la sociedad europea en su rica proyección política y social ha sido la marcada por el conglomerado de centro derecha que aglutina a conservadores, liberales y democristianos.

Con la aguda visión de su sólida formación jurídica, suevo romanizado florecido entre las murallas de la romana Lugo, templada su mente universitaria en la apostólica Santiago y en la Barcelona luminosa y después afilada en los rigores científicos de Alemania, coetáneo de la transición política española, al catedrático de Derecho Constitucional Ignacio de Otto y Pardo la parca le pasó la hoz de la siega cuando ascendía al cenit de su vida intelectual: la jamás concluida gavilla de los muertos lo incorporó a traición en el año 1988, joven de cuarenta y tres años.

Sus Obras Completas, publicadas en el 2010, las encabeza un texto sólido, en el que la práctica de la política es sometida al control de las valoraciones doctrinales en torno a un tema muy vivo entonces, en el horizonte de la España de 1972: la tesis doctoral nombrada «El Partido Socialdemócrata alemán: de la oposición a la participación en el Gobierno».

Es interesante observar en el comportamiento postbélico de la socialdemocracia alemana unas rigideces que —a diferencia de lo que ocurriría después en España al Partido Socialista— la apartaron en gran medida de protagonizar la configuración política inicial de la República Federal, que con la fundamental decisión de las potencias anglosajonas de dar vía libre a un Estado en la divisoria churchilliana del telón de acero, permitió inicialmente a la democracia cristiana convertirse en protagonista predominante de la nueva articulación política de la Alemania no ocupada por los rusos.

Las razones de aquellas rigideces las destaca Otto: una primera, fue su fijación obsesiva en la unificación, incluidas las zonas sitas más allá de la línea Oder-Neisse, que le nubló la visión de opciones de momento más posibilistas.

La segunda, su actitud ante la constitución en el año 1946 de la Administración Económica Bizonal, auténtico embrión de la República Federal, por la que fundidas las zonas de ocupación de ingleses y norteamericanos, comienza el camino para la autonomía política y económica de la Alemania ocupada. Entonces se va a mostrar otra de las rigideces que acompañará a la socialdemocracia hasta las vísperas del Congreso de Bad Godesberg de 1959: la decisión anglosajona implicaba una opción económica a favor de las relaciones de propiedad capitalistas, del libre mercado y de campo abierto a la vieja clase empresarial, elementos que, según el análisis que entonces lucía en la socialdemocracia alemana, habían sido los causantes del sangriento sacrificio en que había concluido la República de Weimar, a lo que se añadía, acentuando la rigidez, su visión de que el socialismo era la única posibilidad para la saneada reconstrucción de Alemania, lo que le llevó a abandonar en manos de la Democracia Cristiana toda actividad de gobierno en la Administración Bizonal, domiciliándose así en una oposición sin perspectiva, que ablandaría durante la fase constituyente de fundación y consolidación de la República Federal, pero convencida la socialdemocracia de que en todo caso sería el fatal desastre del contrario el que dejaría caer el poder en sus manos y con él la única y auténtica oportunidad de reconstruir el país.

Pero los hechos no le fueron propicios a este análisis: de la mano política de Adenauer y de la económica de Erhard, protegida por el paraguas militar, Germania renacía camino de convertirse en una potencia económica, asentada sobre una estructura política solvente, que respondía con civilizada eficacia a las necesidades de la nación.

La socialdemocracia se ve obligada a una densa autocrítica, que la pondrá en la dirección de alcanzar el poder político y con ello a convertirse también en proveedora de alguno de las grandes cancilleres de la Alemania moderna. Esta autocrítica, que pasa por fases teóricas tan importantes como las relativas a la propiedad de los medios de producción, la planificación de la economía o la renuncia a la crítica del capitalismo como sistema, vino impulsada, como nos recuerda Otto, por «la negativa de la realidad política alemana a acomodarse a las esperanzas socialdemócratas», lo que al final la condujo a abandonar el marxismo como pieza axial de su discurso, al haber llegado los reformadores a la conclusión de que «la situación de clase y los factores económicos sin duda significan mucho, pero no son todo lo que hace la historia y se convierte en realidad humana».

En el universitario Otto se observa una razonable inquietud ante la indeterminación que detecta en el armazón teórico de la socialdemocracia en su avance reformador, pero hay que reconocer que éste implicó una llamada a los ancestros más dignos de la historia: en el Programa de Bad Godersberg se afirma que el socialismo democrático europeo «tiene sus raíces en la ética cristiana, en el humanismo y en la filosofía clásica» y en los debates del Congreso se sostuvo la indiferencia de que alguien hubiese llegado a ser socialdemócrata por los métodos del análisis económico marxista, por motivos éticos o filosóficos o por el Sermón de la Montaña.

En esta generosa puerta de acceso a la socialdemocracia, es curioso destacar como otra vez en el cristianismo permanece un venero inagotable de dotaciones para el progreso ético de la convivencia humana, afirmación que en la historia que comento no solo hace explícita la cita del Sermón, sino que, con mayor enjundia doctrinal, se manifiesta en el hecho de que los reformadores, en un documento oficial sobre sus tesis del año 1953, hacen manifestación expresa de que había que aclarar la postura del Partido frente a las confesiones religiosas y poner bien de relieve el estrecho contacto existente entre el socialismo y la idea ética del cristianismo.

Pienso que esta flexibilidad es la que a la postre ha permitido a la socialdemocracia poder abarcar, en controversia dialogada con otras opciones políticas, cualquier tipo de acontecimiento, aún los más insólitos, de los que son posibles en sociedades tan complejas como las que hoy en día nos cobijan y lo que determina así mismo que incluso en países en los que, como en España, la inmensa mayoría de los ciudadanos se mece plácidamente en el chinchorro de su partido de siempre, al que votará cualesquiera que sean las tempestades, sin embargo exista felizmente una franja que, con análisis más abierto, opta por unos u otros, según los vientos que soplan en cada momento, los remedios que proponen y las personas que encabezan las posiciones políticas en democrática contienda. Es esta franja la que dinamiza el sistema y la que, en lenta y positiva erosión esculpidora, puede algún día determinar el ennoblecimiento de una actividad que al día de hoy no recibe aprecio de los ciudadanos.

Ramón Trillo Torres, magistrado emérito del Tribunal Supremo.

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