Una idea por página

Contaba Paul Goodman, allá por los cincuenta del siglo pasado, que la revista «Fortune» le había prevenido de repente de que los nuevos lectores no soportarían más de una idea por página, y esto parece haber ido en progresión, un poco o un mucho por todas partes, y éste es el caso en que ha aparecido el milagro del discurso vacío e incluso de un libro entero vacío sin contenido detectable.

Muchos años atrás, en el reinado de Isabel II, un ministro Jefe del Gobierno de España, antes feroz liberal anti-isabelino, y convertido luego a la doctrina del conde de San Luis, otro ministro isabelino que aseguraba que la palabra «tranquilidad» venía de «tranca», suspendió en un solo día cincuenta y dos periódicos y, más tarde, pensando sobre este asunto de la libertad de imprenta, como se llamaban entonces estas cosas, decretó que sólo los escritos menores, creo que a ochenta páginas en cuarto, tenían que pasar censura, porque pensaba el señor ministro -y no estaba muy lejos de tener razón- que pedirle a un español que leyese más de ese número de páginas era un pensamiento muy atrevido. Y es también lo que, al fin y al cabo, pensaba don José Ortega y Gasset cuando afirmaba que la mejor manera de guardar un secreto en España era escribir un libro y contarlo en él.

Con la educación sobre la lectura comprensiva y la famosa crisis del libro que hay, en nuestro tiempo hasta se pueden llenar menos páginas de altos secretos de Estado e ironizar sobre cualquier situación sin que los secretos se divulguen y las ironías produzcan una media sonrisa; y políticos, periodistas y escritores que están en los medios de comunicación y cuya ocupación e incluso especialidad es la materia política, producen durante el día y la noche muchísimas más que ochenta y hasta ochocientas páginas y no diré que al menos una idea por página, pero sí un discurso incontenido y verboso sobre lo existente y aun lo no existente, vacío, ininteligible, pero con palabras-milagro, como, novedad, cambio, regeneración, y dineros fáciles, que es algo así como prometer el movimiento continuo, o nada sobre nada, gran receta de seguro encantamiento.

El tema político con este guiso acaba por liquidar cualquier otro, exactamente como don Antonio Alcalá y Galiano decía de su tiempo, en el que comentaba que sólo se hablaba y se escribía de temas políticos, y era inútil tratar de hablar o de leer y escribir de otro tema. Y siempre con los encantamientos que digo, y en un discurso o griterío, o una escritura de nombres universales o abstractos, sin mentar una sola realidad concreta de este mundo. Y eran la Justicia y la Libertad las más mentadas y parecía saberse hasta la calle donde vivían o los caminos por donde vendrían, y cada tribuno del pueblo o de cualquiera otra obediencia parecían tratarlas diariamente. No se necesitaban para nada las razones y la discusión de la realidad. Ni en las asambleas callejeras, ni en la prensa.

Será más delante de este tiempo, sin embargo, cuando se descubra que lo importante para los periódicos y los libros no será una idea por página, sino varías páginas para una idea o algo parecido a una idea que, por lo demás, tampoco es preciso que sea neta y clara, sino más bien un eslogan.

Pero, si son así las cosas, es lógico que se trate de doctrinas y promesas nominalistas, lejos de toda realidad. Es lo que está indicado, desde luego, si lo que se quiere producir en el lector es la desorientación perfecta a tenor de la teoría de la menestra, según la cual si alguien hambriento se come cuatro o cinco platos de menestra se muere, exactamente como si recibe un tal número de noticias o proclamas públicas, que no pueden ser procesadas por la razón humana, equivalen entonces a ninguna enunciación o proclama, en el número de páginas o de tiempo de palabreo que se quiera.

José Jiménez Lozano, Premio Cervantes.

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