Una invención interesante

Un amigo italiano me contó que había visitado recientemente un país que sufría las consecuencias de una enorme burbuja inmobiliaria: un altísimo paro, sobre todo en las industrias afines a la construcción, y un enorme endeudamiento, que consumía el ahorro del país y le privaba de recursos para relanzar la economía. Los proyectos de la cartera pública -ensanchar aceras para que no pasaran coches, completar túneles en descampados, terminar infraestructuras que nunca hubieran debido iniciarse- suponían desembolsos sin retorno posible: aunque calificados de inversiones, se trataba, en realidad, de proyectos de consumo para los que no había recursos. A sabiendas de que la tímida recuperación que parecía haberse iniciado no absorbería el paro en menos de una generación, y ante la perspectiva de un descontento social creciente, el Gobierno se encontraba como paralizado.

En estas hizo su aparición un arquitecto con una larga experiencia en tareas de restauración y rehabilitación. Como en el cuento del flautista de Hamelín se dirigió a las autoridades en los siguientes términos: “Su problema tiene solución. El problema es urgente, de modo que no pueden ustedes esperar el resultado de planes de formación ni de reciclajes muy profundos; menos aún pueden confiar en el necesario cambio de nuestro modelo productivo para resolverlo; han de ofrecer, por consiguiente, empleo en proyectos afines a la construcción, donde se concentra una gran parte del paro existente hoy. Por otra parte, ha de tratarse de proyectos que tengan un retorno, aunque sea en un futuro distante, porque ni el país puede permitirse subvenciones a fondo perdido, ni las obtendrá de la Unión Europea. Teniendo en cuenta esas limitaciones les propongo un plan de rehabilitación del parque de viviendas y edificios para todo el país, con objeto de hacerlo más eficiente en el uso de energía. Se trata de un plan de gran alcance, de larga duración y que, en su apogeo, puede dar empleo a una gran parte de los parados actuales. Requiere, naturalmente, un desembolso inicial, que puede graduarse en función de los recursos disponibles, pero los ahorros futuros en consumo de energía y en emisiones de CO2 permiten esperar la recuperación de esos desembolsos. Se trata, pues, de un plan de inversión y no de gasto, y como tal puede ser presentado ante las autoridades comunitarias. La naturaleza del proyecto hará posible, no sólo que estas autoricen el aumento transitorio del déficit que implicarán los desembolsos iniciales, sino también que las instituciones europeas se ofrezcan a financiarlo al menos en parte. Hay que recordar, además, que las importaciones energéticas gravan enormemente nuestras cuentas exteriores, de modo que el ahorro energético contribuiría a equilibrarlas. Terminaré diciendo que la idea que les expongo puede ser sustanciada con cálculos y estimaciones con un grado de precisión satisfactorio”.

El plan del arquitecto fue recibido por las autoridades como una tabla de salvación (como un clavo ardiendo, según la oposición); en un momento de inspiración, todos los partidos se pusieron de acuerdo en darle su apoyo, algo indispensable ya que el plan prometía invadir todas las competencias e implicar a todas las administraciones; las suspicacias sindicales fueron fácilmente vencidas. Pocos meses después, algunos organismos públicos y un cierto número de ayuntamientos ya tenían proyectos en marcha; el plan se fue extendiendo como una mancha de aceite, y aunque los resultados iniciales fueron cuantitativamente modestos, contribuyeron de forma decisiva a que la idea de recuperación pasara, en la mente de muchos, de retórica gubernamental a realidad tangible, con los efectos que ese cambio de humor no dejó de producir en la actividad económica. Sin entrar en el detalle de los muchos obstáculos que el plan había debido vencer, originados sobre todo por celos entre administraciones y por la inevitable tentación de hacer de todo munición electoral, mi amigo insistió en dos aspectos esenciales: asegurarse de que el dinero llegara donde debía, y de que el plan diera empleo a los que ya estaban en las listas del paro, para evitar que, como había sucedido en ocasiones anteriores, el país crease puestos de trabajo para que fueran ocupados por nuevos inmigrantes.

Esta historia es sólo en parte ficticia. El amigo italiano existe. También el arquitecto es una figura real, que oculta sus improbables apellidos tras un seudónimo. Es real, sobre todo, el problema que el plan quiere resolver: es nuestro problema más grave y el más urgente a la vez. La historia es, de momento, ficticia, pero no debería serlo por mucho tiempo, porque esas iniciativas deberían recibir una atención inmediata, si de verdad pretendemos tomarnos en serio el asunto.

¿Por qué entonces escribir esto en pasado, no en futuro? Me lo sugirió mi amigo italiano: al escribir esto como si ya hubiera ocurrido es más fácil que se haga realidad.

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