Una isla tragada por el mar

Zainal Abedin, parado en el lugar donde los restos del hogar de su familia se ubican bajo el agua, en la isla bangladesí de Kutubdia crédito Thomas Nybo/Redux, para Unicef
Zainal Abedin, parado en el lugar donde los restos del hogar de su familia se ubican bajo el agua, en la isla bangladesí de Kutubdia crédito Thomas Nybo/Redux, para Unicef

Cualquiera que tenga dudas sobre el cambio climático debería venir a esta adorable isla baja, bañada por suaves olas y hogar de cerca de 100.000 personas.

Pero ha de venir pronto si aún quiere encontrarla aquí.

“Mi casa estaba ahí”, dijo Zainal Abedin, un agricultor, señalando las olas a aproximadamente 30 metros de la orilla. “Cuando la marea está baja, todavía podemos ver señales de nuestra casa”.

Gran parte de Kutubdia ya ha sido tragada por el creciente nivel del mar, dejando a incontables familias sin nada. Nurul Haque, un campesino que perdió todas sus tierras, pues quedaron cubiertas por el mar, me dijo que quizá tendrá que sacar a su hija, Munni Akter, de 13 años, de la escuela y casarla con un hombre mayor que busque una segunda o tercera esposa, pues a él le quedan pocas opciones económicas para mantenerla.

“Realmente no quiero casarla, porque no es bueno para las niñas”, dijo, taciturno. “Pero lo estoy considerando”. Insistió en que si no fuera por las aguas crecientes y el empobrecimiento en el que resulta, no pensaría en buscar un esposo para su hija.

Una de las paradojas del cambio climático es que las personas más pobres y más vulnerables —que no contribuyen casi nada al calentamiento del planeta— terminan siendo las más afectadas.

Se espera que Bangladés sea particularmente golpeado por la elevación de los mares, pues gran parte del país está a solo unos cuantos metros por arriba del nivel del mar.

El cambio climático está destruyendo el futuro de los niños”, señaló Justin Forsyth, director ejecutivo adjunto de la división de Asociaciones de Unicef. “En Bangladés, decenas de millones de niños y familias están en riesgo de perder su hogar, sus tierras y su sustento debido a que el nivel del mar está aumentando, a las inundaciones y a la mayor intensidad de los ciclones”.

Forsyth dijo que un bangladesí promedio produce solamente un décimo del promedio mundial de emisiones de carbono per cápita al año. En contraste, Estados Unidos ha generado más de un cuarto de las emisiones de carbono acumuladas desde 1850, más del doble que cualquier otro país.

Si sacan a Munni de la escuela y la casan, no será la única. Los datos de Unicef indican que el 22 por ciento de las niñas en Bangladés se casan a los 15 años, una de las tasas más altas del mundo.

Estructuras fueron recientemente agregadas a lo largo de la costa de la isla en un intento por frenar la invasión del océano. Credit Thomas Nybo/Redux, para Unicef
Estructuras fueron recientemente agregadas a lo largo de la costa de la isla en un intento por frenar la invasión del océano. Credit Thomas Nybo/Redux, para Unicef

“Los cambios en el clima parecen estar aumentando la cantidad de niñas que son obligadas a casarse”, concluyó un estudio académico de tres años en Bangladés.

Hace un año conocí en Madagascar a una familia lista para casar a una niña de 10 años, Fombasoa, debido a una sequía vinculada con el cambio climático. Hay cada vez más informes de que la pobreza relacionada con el cambio climático está conduciendo al matrimonio infantil en Malawi, Mozambique y otros países.

En Kutubdia, el cambio climático no es el único problema. El nivel del mar se eleva, pero la isla misma parece estar hundiéndose: su línea costera se ha retraído casi un kilómetro desde la década de los sesenta, dicen los campesinos. Incluso cuando la tierra está seca en su mayor parte, las mareas altas ocasionales o el oleaje por las tormentas llevan agua salada que envenena los arrozales. Miles de refugiados por el clima ya han huido de Kutubdia y han formado su propio vecindario en la ciudad interior bangladesí de Cox’s Bazaar.

Una injusticia similar puede verse en muchos países pobres. “El cambio climático contribuye al conflicto”, señaló Neal Keny-Guyer, director ejecutivo de Mercy Corps, el grupo de ayuda. Observó que se cree de manera generalizada que el clima más seco causó desastres en la agricultura, tensiones y migraciones que desempeñaron un papel en la guerra civil siria, el genocidio en Darfur y la guerra civil en el noreste de Nigeria.

Además de reducir las emisiones de carbón, dijo Keny-Guyer, los países occidentales pueden hacer mucho más para generar resiliencia en los países pobres. Esto puede incluir apoyar cultivos resistentes a las sequías o al agua salada, y ofrecer microseguros a los agricultores y ganaderos de manera que una sequía no sea devastadora para ellos. Mercy Corps está desarrollando actualmente esos microseguros.

La evidencia del cambio climático es cada vez más seria, con los últimos cuatro años como los más calurosos registrados desde que comenzó a monitorearse la temperatura en la década de 1880.

También estamos comenzando a entender que el cambio climático podría causar un gran caos, cambiando las corrientes marinas, matando a los arrecifes de coral y promoviendo ciclos de realimentación que aceleran el calentamiento. Resulta que el 99 por ciento de las tortugas verdes de mar que salen del cascarón al norte de la Gran Barrera de Coral ahora son hembras porque su sexo está determinado por la temperatura.

La mayoría de los aldeanos con los que hablé tanto en Madagascar como en Bangladés nunca habían oído hablar de Donald Trump. Sin embargo, el pronóstico para sus descendientes puede depender de las acciones que él tome, y el retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático es una renuncia poco cooperativa del liderazgo estadounidense.

Hace poco los estadounidenses se horrorizaron por un video viral de un oso polar muerto de hambre, cuya condición podría estar relacionada o no con el cambio climático. Esperemos que podamos indignarnos por lo menos en igual medida por el impacto del cambio climático en los niños como Munni.

Nicholas Kristof ha sido columnista para The New York Times desde 2001.

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