Una izquierda perversa

Entre los libros más vendidos en Francia se encuentra «La familia grande», de Camille Kouchner. Más que un libro, es un acontecimiento social comparable al #MeToo, que partió de Estados Unidos antes de sacudir el mundo y denunciar el acoso sexual. Esta vez es aún más grave, suponiendo que haya una escala de la infamia, pues lo que se denuncia es el incesto. Desde la publicación de este libro, que describe solo a una familia singular, miles de víctimas de incesto han revelado, en Francia y en otros lugares, el vergonzoso secreto que permanecía oculto en la omertà familiar. Sin duda, para que la revelación de este incesto desencadenara tal ola de revelaciones era necesario que los personajes a los que acusa Camille Kouchner fueran celebridades, de la misma manera que el #MeToo nació del cine estadounidense.

Hoy como ayer, los cambios en la sociedad comienzan desde arriba y no desde abajo, mal que les pese a los marxistas. En este caso, por lo tanto, es importante reflexionar sobre el entorno en el que crece Camille Kouchner, sobre la víctima del incesto y quién lo perpetró. Resulta que todos los actores de esta sórdida saga son bien conocidos por los franceses y que todos pertenecen a lo que podríamos denominar izquierda burguesa, apodada izquierda caviar. Todos son miembros o afines al Partido Socialista y todos, en distinto grado, desempeñan funciones públicas eminentes.

La autora del libro es hija de Bernard Kouchner, que fue ministro de François Mitterrand y luego de Nicolas Sarkozy y fundador de Médicos sin Fronteras; durante cincuenta años ha encarnado una izquierda moral. En esta tragedia, él es inocente, excepto por encubrir los hechos, al parecer a instancias de su hijo, que es la víctima del incesto y el hermano de la autora del libro. El culpable del incesto, Olivier Duhamel, que no niega los hechos y guarda silencio, es el segundo marido de la exmujer de Kouchner, Evelyne Pisier, madre de la víctima.

Evelyne Pisier, otra gran figura de la izquierda, mantuvo una larga relación con Fidel Castro. Evelyne Pisier tampoco denunció a Olivier Duhamel, que se convirtió en el padrastro de sus hijos. Callaba, decía, para no perjudicar la carrera de su marido; Olivier Duhamel, también icono socialista, ocupa altos cargos universitarios, a pesar de no haber publicado nada significativo; políticos, en el Parlamento Europeo en particular, y en los medios de comunicación (programas de radio y televisión). Es lo que se dice un hombre influyente, una autoridad de la izquierda y un sermoneador. En torno a Duhamel, Pisier y Kouchner gravita una corte de antiguos, actuales y futuros ministros: el todo París de la izquierda caviar.

¿El incesto cometido por Duhamel y revelado por su hijastra treinta años después de los hechos, es solo un accidente aislado cometido por un pervertido solitario? En realidad no, ya que todo el entorno de Olivier Duhamel estaba enterado desde hacía muchos años y ningún miembro de su corte sintió la necesidad de denunciar lo que, según la ley, es un delito. Ahora la mayoría explica su silencio por el deseo de proteger a la víctima, a petición propia. Es posible. A menos que ese silencio compartido tuviera la función, como en cualquier mafia, de fortalecer los lazos entre los miembros de la banda y perpetuar su influencia política e intelectual. Me inclino por esta segunda hipótesis, a pesar de ser inconsciente y no confesada.

¿Es significativo o accidental que este crimen y su encubrimiento tuvieran lugar en un medio de izquierdas y en el círculo del poder? No se puede evitar relacionar el asunto Duhamel con la caída de Dominique Strauss-Kahn, que fue detenido hace diez años por la Policía de Nueva York, acusado de violar a una camarera. Después de la detención se comprobó que Strauss-Kahn era un habitual de los hechos, un gran consumidor de mujeres que los proxenetas entregaban cada día en su oficina de director del Fondo Monetario Internacional en Washington. Estas revelaciones impidieron que Strauss-Kahn fuera el candidato socialista en las elecciones presidenciales de 2012, que posiblemente habría ganado. En ese caso, habría sucedido a François Mitterrand, presidente socialista y bígamo, que mantenía a dos esposas y a los hijos de ambas.

También en el caso de Mitterrand el todo París de la política y los medios de comunicación lo sabían, pero no hablaban; igual que ocurrió con Olivier Duhamel, este silencio compartido contribuyó al ejercicio del poder. Lo mismo sucedió en el entorno de Strauss-Kahn; el único que lo ignoraba era el pueblo. Entre otros actores contemporáneos de esta izquierda perversa, citemos a Gabriel Matzneff, escritor pedófilo, denunciado hace un año por una de sus víctimas, que tenía catorce años en el momento de los hechos y también se liberó de su trauma con un libro, «El consentimiento». Citemos también la dimisión forzosa, en 2020, del concejal de Cultura de París, Christophe Girard, socialista, que desde hacía quince años dictaminaba sobre la distribución de subvenciones públicas a los artistas de su elección. Girard fue denunciado por acoso sexual por jóvenes a sus órdenes.

¿Existe un vínculo entre socialismo y perversidad? Directamente, no; indirectamente, sí. Algunas élites de izquierdas desprecian los valores burgueses y cristianos, por lo que se liberan de ellos. Pretenden conducirnos hacia un mundo mejor, donde los derechos sociales se sumarían al derecho al placer, propuesta que se encuentra en los escritos del Marqués de Sade y en ciertas consignas de mayo de 1968. La izquierda caviar también puede reivindicar a Voltaire, apóstol de la doble moral: libertad total para las élites y religión obligatoria para el pueblo. Aunque sin el talento de Voltaire o Sade, Olivier Duhamel es el heredero. Pero he aquí que la izquierda caviar no ha cambiado el mundo, sino que es el mundo el que cambia; a través de las redes sociales, la gente se rebela y habla. Resulta que el pueblo es moral y ya no quiere sufrir la arrogante infamia y la perversidad de la izquierda inmoral. Ni en Francia ni en otros lugares.

Guy Sorman

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