Una lectura catalana tras las elecciones europeas

«Vamos a respaldar a Artur Mas. Y si no le va bien en las europeas, le seguiremos apoyando con más razón. Somos un socio fiable, mucho más que algunos de su partido». Ésa fue la respuesta de Oriol Junqueras cuando le pregunté sobre la posición que adoptará ERC respecto al presidente de la Generalitat si, como apuntan algunas encuestas, CiU pierde frente a los republicanos.

Sin ese respaldo contra viento y marea no se puede interpretar lo que está sucediendo en Cataluña desde hace año y medio.

Probablemente CiU haya hecho la peor operación política de su historia al abrazar sin disimulo el independentismo, pero Mas goza ahora de un respaldo parlamentario muy sólido e incluso se ha convertido en un personaje popular, a pesar de los recortes.

Una lectura catalana tras las elecciones europeasEl tsunami soberanista lo arrasa todo. Puede acabar con la hegemonía autonómica de CiU y acabará, si un milagro no lo remedia, con la sólida posición del PSC, muy vinculada al poder municipal. El destrozo afecta también al PP, que pierde votos en favor de Ciutadans. Sólo consigue mantenerse ICV, que compensa las fugas hacia la CUP con la incorporación de nuevos votantes procedentes del PSC.

Cualquiera que se acerque sin prejuicios a la realidad catalana puede comprobar la existencia de ese potente movimiento hacia la independencia, capitaneado por ERC y asociaciones ciudadanas como la Asamblea Nacional de Cataluña (ambos muy activos en las redes sociales).

Habría que preguntarse si esa movilización es imparable y, si no lo es, cuál es la fórmula para desactivar la corriente hacia la independencia.

Sin duda, ERC y su líder Junqueras están convencidos de que ésta es una ocasión sin precedentes para lograr la separación de Cataluña y España.

Su mensaje es tan simple como efectivo: la independencia hará que los catalanes vivan mejor.

No hace falta que elaboren mucho más su oferta porque han conseguido identificar a España con el pasado, con los ajustes e, incluso, con la falta de libertades. En esa manipulación de la realidad han contado con la complicidad de CiU, que ha ido siempre de comparsa de ERC, y de una gran parte de los medios de comunicación catalanes.

Los grandes partidos no han sabido construir diques suficientemente sólidos contra esa gigantesca ola. El líder de ICV, Joan Herrera, hace la siguiente reflexión: «El PSC se equivocó al abandonar el derecho a decidir, porque es ahí donde confluyen la mayoría de los catalanes. Muchos quieren votar aunque luego decidan quedarse en España. Ésa es nuestra posición: pedir una consulta para frenar el auge del independentismo. Yo, de hecho, no soy un independentista».

La tradicional dicotomía izquierda/derecha ha desaparecido en Cataluña. Ahora la cuestión se dirime entre independentistas y unionistas (con todas las connotaciones negativas que tiene el término).

Más que lo que vaya a pasar de aquí al 9-N (fecha fijada por Mas para la consulta), la cuestión es qué va a pasar después, cuando el presidente de la Generalitat se vea obligado a suspenderla.

«Mas no va a hacer locuras. Ha dicho que la consulta será legal o no se hará. Por lo tanto, si el Tribunal Constitucional la paraliza, el president aceptará esa decisión», concluye el alcalde de Barcelona, Xavier Trias.

El manejo de los tiempos, el calendario, es una de las claves para analizar el futuro inmediato de Cataluña.

La nueva ley de consultas será aprobada por el Parlament en septiembre. Es decir, en plena efervescencia soberanista por la celebración de la Diada. Es probable que la decisión del TC se produzca en los días previos o inmediatamente posteriores al referéndum independentista de Escocia. Si los independentistas pierden, el clima se enfriará un poco, pero el movimiento continuará su curso. Si ganan, CiU y ERC lo interpretarán como un triunfo de sus tesis.

El siguiente asalto soberanista se producirá justo dentro de un año, en las elecciones municipales.

Ésa será la segunda gran ocasión (la primera se producirá tras los resultados de hoy) para visualizar el apoyo al bloque independentista. «Podemos lograr unos 900 ayuntamientos entre CiU y ERC», asegura Oriol Junqueras.

Con esa base social y ese poder local, la convocatoria de unas elecciones plebiscitarias está cantada ¿Para cuándo? «Aunque Mas quiere hacerlas en 2016, para que se produzcan después de unas generales en las que el PP ya no tendrá mayoría absoluta, el president va a tener difícil aguantar la presión de ERC y de la Asamblea Nacional de Cataluña, así que se verá obligado a convocarlas en 2015», asegura un influyente diputado de CiU.

Si en esas elecciones el bloque independentista logra más de 90 escaños, lo que no es difícil, afrontar la cuestión catalana desde el Gobierno español será tarea casi imposible.

Para frenar esa escalada soberanista, que, insisto, los republicanos ven como imparable, son esenciales tres elementos: primero, que el PP y el PSC no se hundan en estas europeas y que aguanten el tirón en las próximas municipales; segundo, la sentencia del Constitucional sobre la consulta, sobre todo si abre vías al diálogo porque podría rebajar la tensión; tercero y fundamental, que el Gobierno dé un paso adelante tras el 9-N.

Para frenar la maquinaria independentista sólo hay un método: que se reconozca la realidad política de Cataluña y que se abran vías de negociación.

La reforma de la Constitución, un asunto del que casi nadie hablaba hace tan sólo un año, ahora está en muchas agendas como una alternativa factible.

Un magistrado del TC me comentó hace unos días: «Abrir el debate sobre la reforma de la Constitución podría rebajar la tensión, pero para ello, es básico un consenso entre los dos grandes partidos para después ir sumando una mayoría similar a la que se alcanzó en 1978».

Plantear la reforma de la Carta Magna sólo como un instrumento para arreglar el problema de Cataluña no parece la mejor de las soluciones.

Pero (y esa es la posición del PSC) debatir la reforma constitucional como un medio para revitalizar y regenerar la vida política en España puede ser la oportunidad para, en ese mismo envite, afrontar la cuestión catalana.

Nos esperan tiempos difíciles. Incluso hay quien cree, como el presidente de una de las grandes empresas del Ibex, que la solución tendrá que pasar necesariamente por un Gobierno de ERC: «En cuanto se den cuenta del lío en que se han metido, los catalanes recuperarán el seny». Como diría Rajoy: «O no».

Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.

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