¿Una mediación china para Ucrania?

La visita del presidente chino Xi Jinping a Rusia se ha cerrado con avances cautos en la cooperación entre ambos países, la desaparición de la fórmula de una «amistad sin límites» del acuerdo bilateral final, y una desilusión para Occidente: no ha habido declaración alguna respecto a una posible mediación de Beijing en Ucrania. La visita ha permitido a ambos líderes sacar rédito político y mandar múltiples mensajes a su población y al mundo. Vladimir Putin ha tratado de demostrar que Rusia no es un estado aislado, incluso tras la orden de arresto de la Corte Penal Internacional por posibles crímenes de guerra vinculados a la invasión de Ucrania. Xi, por su parte, ha conseguido perfilarse como un líder internacional responsable, que promueve narrativas de paz al margen de un Occidente que redobla tambores de guerra, además de conseguir el apoyo retórico del Kremlin a algunos de sus nuevos marcos internacionales como la Iniciativa Global de Seguridad. Así, ambos líderes también han lanzado un mensaje claro al mundo: en el actual contexto de guerra y de competición geopolítica, la asociación estratégica sino-rusa no va a romperse de momento.

Pero la cuestión central que ha captado la atención internacional en torno a este encuentro ha sido la aquiescencia de Rusia con el documento de posición de doce puntos sobre el conflicto en Ucrania presentado por China como base para las negociaciones de paz. Si bien el texto no fue concebido como un plan de paz –tal como reconoció Zhang Jun, representante permanente de China ante la ONU– el interés mostrado por Rusia y Ucrania, así como por otros países del Sur Global a este respecto, crearon una oportunidad para presentarlo como tal. Para muchos países, la guerra de Ucrania es un problema regional con impactos y consecuencias globales que amenaza el bienestar de la población en regiones que no son parte del conflicto, así que, cualquier indicio pacificador es bienvenido.

China tiene mucho que ganar al presentarse como mediador, siempre y cuando, tanto Rusia como Ucrania, le reconozcan dicho estatus. Beijing, al contrario que EEUU o la UE por su apoyo militar directo a Ucrania, está especialmente bien dotado para mediar entre ambos debido a su posición medianamente equidistante en el conflicto –sin una condena pública a la invasión rusa, pero tampoco está a favor, ni apoyándolo militarmente–. También tiene capacidad de ofrecer incentivos económicos a ambas partes y mantiene una interlocución sólida con Moscú. A su vez, Ucrania tiene interés en conservar unas buenas relaciones con un actor con capacidad de influencia en Rusia. Una posición que podría perder si China enviase armas a Moscú, como indican antiguas y recientes acusaciones sin evidencia hasta la fecha. Su aparente (im)parcialidad desaparecería y perdería su credibilidad como una potencia «responsable». También sentenciaría su relación con EEUU y Europa, pudiendo devenir objeto de sanciones secundarias que podrían afectar significativamente su recuperación económica pospandemia. El apoyo militar a Moscú defenestraría, además, décadas de una política exterior china basada en el principio de no interferencia en los asuntos de otros estados.

Sin embargo, la cuestión que puede realmente suponer un antes y un después en la posición china es la posible llamada del presidente Xi a su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski.Hasta la fecha, el líder chino no ha hablado directamente con el presidente ucraniano, aunque la comunicación entre ambos estados se ha llevado a cabo a través de los ministros de Asuntos Exteriores.De realizarse esta llamada al máximo nivel, se reforzaría el argumento de este supuesto equilibrio que podría facilitar una mediación, si las partes lo desean en un futuro. Además, al acercarse a Ucrania, China abandonaría su aparente parcialidad para ocupar un lugar mucho más centrado, que sería bien visto por los europeos tras la visita de Xi a Moscú.

Así pues, ¿qué podemos esperar de Beijing como posible mediador entre Ucrania y Rusia? Lo primero a destacar es que China, si bien es una recién llegada en la gestión de conflictos, gana peso a pasos agigantados. Pese a su creciente rol como mediador desde 2012, sus esfuerzos en conflictos como Afganistán, Sudán del Sur o Siria han tenido un impacto reducido. Hasta la fecha, el enfoque chino suele inscribirse en el rol de facilitador de los diálogos tras el consentimiento de ambas partes a la mediación, manteniendo un perfil bajo y dando mayor espacio y relevancia a la agencia de actores locales y organizaciones regionales e internacionales; lo cual permite que su papel gane legitimidad. En las negociaciones, China promueve el cese de hostilidades, el fin de la violencia y el retorno a la estabilidad. Mientras evita imponer condicionalidades o propuestas que requieran alterar cuestiones internas de los estados implicados, tampoco ofrece compromisos, incentivos o garantías para alcanzar acuerdos o implementarlos, más allá del aliciente del desarrollo a través de la cooperación económica. Se trata de una posición descrita por expertos como una paz «minimalista», donde se pone fin a la violencia, aunque sin acabar con los riesgos que puedan desembocar en un futuro conflicto. En otras palabras, China mantiene una posición prudente –en línea con su política de no interferencia– y con ello evita, a su vez, responsabilidades o una pérdida de credibilidad si las negociaciones fracasan. Así, China puede mejorar su imagen alrededor del mundo como una potencia responsable y pacificadora, mientras contribuye a recuperar la estabilidad internacional, necesaria para garantizar el desarrollo doméstico propio e internacional.

En el reciente éxito cosechado con la reconciliación entre Arabia Saudí e Irán, China ha tenido un papel principal de liderazgo en la mediación, sin la presencia de otros actores internacionales (notablemente, Washington). No obstante, apenas ha conseguido compromisos entre ambas partes para garantizar la implementación del acuerdo ni ha ofrecido garantías para asegurar la resiliencia de lo pactado. Lo que está claro es que China ha mostrado flexibilidad para adaptarse a los posibles riesgos y retos de las negociaciones, y que el reciente éxito muestra un aprendizaje importante.

Sin embargo, es un error dar por sentado que China va a mediar o inmiscuirse más en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Aunque reconozca los intereses ucranianos, Beijing no cambiará diametralmente de posición debido a su creciente rivalidad con EEUU, que es el prisma a través del cual divisa el conflicto. Asimismo, difícilmente veremos a China aumentar la presión hacia su socio ruso para parar la guerra y aceptar determinadas concesiones, porque ello crearía tensiones con Putin. Uno de los elementos que más se ha repetido en los discursos y los acuerdos alcanzados en los últimos días en Moscú es la defensa de una «política internacional independiente», respetando la autonomía y soberanía de ambos. Así pues, las expectativas occidentales de una mediación por parte de China deberían ser contenidas y realistas. Pero, si finalmente Beijing actuase como facilitador de negociaciones entre Ucrania y Rusia –en solitario o de la mano de otros países como Brasil-, ese podría ser un pequeño paso para el fin del conflicto a través del diálogo, y un gran paso para China y su posicionamiento como potencia imprescindible para garantizar la paz internacional.

Inés Arco Escriche, investigadora, CIDOB.

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