Una mujer iraní

LA semana pasada murió en el exilio Ashraf Pahlavi. Tenía 96 años y hacía 36 años que no pisaba su tierra: Irán. Hermana gemela del Sha de Persia, la princesa Ashraf abandonó su país en el otoño de 1978, cuando las fuerzas revolucionarias lideradas por Jomeini ponían en jaque la monarquía de su hermano. Ella no quería abandonarlo en aquellas angustiosas horas. Trató de convencerle para que la dejara quedarse en Teherán, pero, con el aumento de los disturbios, atentados y manifestaciones, el Sha insistió en que dejara el país de inmediato.

En sus memorias (cuya lectura recomiendo para aquellos que quieran saber más sobre lo que fue Irán y lo que pudo haber sido de no ser por Jomeini), Ashraf describe vívidamente sus últimos momentos en su tierra. Debido a la tensa situación y los piquetes, tuvo que viajar desde el palacio al aeropuerto en helicóptero. Desde el cielo observó los miles de manifestantes en las calles clamando contra el Sha. Lo que más le dolió fue mirar las «manchas negras» situadas a la cola de la manifestación: mujeres iraníes completamente cubiertas con túnicas negras. «¿Es así como termina todo?», se preguntó. Ella y su hermano, que tanto habían hecho por la mujer en Irán (facilitando el desuso del velo, la entrada de las mujeres en la educación primaria, secundaria y universitaria, y amparándolas con leyes frente a los abusos que podían sufrir en el matrimonio), se encontraban ahora con que muchas mujeres iraníes, voluntariamente, renunciaban a todo el progreso y volvían a enfundarse el niqab y el chador.

La historia de Ashraf es la historia de un Irán ya perdido. Ella fue una pionera a la hora de aparecer en público sin el velo y junto con su hermano patrocinó una serie de reformas que sacaron al país de la Edad Media en cuestión de años. El voto femenino, la custodia de los hijos, oportunidades laborales, igualdad ante la Justicia… todas las reformas se aprobaron rápidamente en los años sesenta gracias al Sha. Por su parte, Ashraf llegó incluso a liderar proyectos de Naciones Unidas en favor de las mujeres en el Tercer Mundo. ¿Se imaginan a una iraní haciendo eso mismo hoy en día? El precio a pagar por toda aquella osadía fue la enemistad jurada del clero conservador iraní liderado por Jomeini.

Es cierto que hay claroscuros en la vida de Ashraf. Toda su labor social y las reformas que ayudó a impulsar se vieron oscurecidas por una vida opulenta en la que no faltaban controvertidos viajes a la Costa Azul y los casinos de Montecarlo. Cosmopolita y francófila, a Ashraf le gustaba codearse con la alta sociedad europea y frecuentar lujosas fiestas. Las acusaciones de corrupción y excesos la acompañaron toda su vida. Pero lo que está claro es que Ashraf era una mujer tenaz que luchó por ganarse su independencia (tarea nada fácil teniendo en cuenta que la obligaron a casarse a los 18 años con un hombre al que apenas conocía y al que detestaba). De hecho, era de todos sabido que ella tenía un carácter más fuerte que el de su hermano gemelo. De haber sido ella el hombre, es probable que Irán hubiera caminado por otros derroteros. Mientras que su padre siempre lamentaba el carácter lánguido, dubitativo y tímido del futuro Sha de Persia, Ashraf desde el principio se mostró resolutiva, audaz y rebelde. De hecho, durante su infancia, así como durante los primeros años de su reinado, el Sha siempre se apoyó en su hermana Ashraf para tomar las decisiones que él por sí solo era incapaz de tomar.

Stalin llegó a decir que, si el Sha estuviera rodeado por diez consejeros que se pareciesen a su hermana, el futuro de la monarquía en Irán estaría asegurado. Es posible barruntar con el hecho de si ella hubiera podido vencer satisfactoriamente al desafío islamista planteado por Jomeini. No es de extrañar que el régimen que ahora gobierna Irán siempre tuviera un interés especial en eliminarla: en 1977 sobrevivió a un intento de asesinato en Cannes en el que murió su asistenta y fue gravemente herido su chófer, y en 1979 asesinaron a uno de sus hijos en Francia.

Desde el exilio, la princesa Ashraf trabajó infatigablemente para defender el honor de su ya fallecido hermano y mantener viva la memoria del Irán prerrevolucionario. Quizás ahora sea un buen momento para revisitar aquel período y rastrear los orígenes del islam radical tan presente en nuestro días. En Irán tenemos el ejemplo de una sociedad que sucumbió al islamismo y renunció al progreso de corte occidental impulsado por la monarquía. Es un buen ejemplo para mostrar que las sociedades musulmanas no están condenadas, que ya han vivido etapas de paz y reformas… pero sobre todo para tener en mente que el progreso y los avances sociales nunca están garantizados y que un cambio abrupto bien puede dar al traste con ellos por muchas décadas.

Javier Gil Guerrero, profesor de la Universidad Internacional de La Rioja.

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