Una nueva agenda de Estados Unidos para América Central

Una nueva agenda de Estados Unidos para América Central
bobtokyoharris/Getty Images

La mayoría de los migrantes indocumentados que cruzan la frontera sur de Estados Unidos vienen de tres países pequeños: El Salvador, Guatemala y Honduras. Conocidos colectivamente como el “Triángulo Norte” de América Central, estos países recibirán una enorme atención de la futura administración del presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden.

En los últimos 70 años, Estados Unidos ha tenido una relación esporádica con los tres países: sólo le presta atención a la región cuando surge una crisis. Los principales motivos de la migración forzada del Triángulo Norte –falta de empleos, una seguridad débil de los ciudadanos y mala gobernanza- son los mismos que alimentan el fenómeno en África, Asia y Oriente Medio. El crecimiento económico puede ayudar a reducir la migración: la evidencia sugiere que el interés en emigrar cae significativamente cuando el PIB per capita de un país alcanza unos 8.000 dólares. Guatemala y El Salvador actualmente tienen un PIB per capita de alrededor de 4.000 dólares, mientras que Honduras está rezagada con unos 2.500 dólares.

El propio Biden no es ajeno a la región. Como vicepresidente en la gestión del presidente Barack Obama, estuvo a cargo de lidiar con la iniciativa Alianza para la prosperidad (A4P), que Estados Unidos organizó con los gobiernos de El Salvador, Guatemala y Honduras en respuesta a una crisis migratoria de 2014 en la frontera sur de Estados Unidos. El vicepresidente Biden hizo al menos tres viajes al Triángulo Norte. La A4P también estableció una iniciativa de seguridad.

Algunos criticaron la A4P original por no crear suficiente impacto positivo, especialmente en lo referido a la seguridad, pero el cambio lleva más que los cuatro años de un mandato presidencial de Estados Unidos. En 2017, la administración del presidente Donald Trump reemplazó la A4P de Obama por la Estrategia de Estados Unidos para América Central, con la intención de fomentar reformas institucionales similares, así como la seguridad y el desarrollo. Pero en 2019, la administración cambió de rumbo y congeló 450 millones de dólares en ayuda extranjera al Triángulo Norte en un intento por obligar a los tres países a frenar los flujos migratorios y cambiar sus políticas fronterizas. Congelar la asistencia afectó negativamente los programas de ayuda externa de Estados Unidos y resultó en la cancelación de una cantidad de planes de desarrollo.

Los problemas más difíciles que deben enfrentarse en El Salvador, Guatemala y Honduras son la corrupción y la mala gobernanza. Algunas iniciativas pasadas, como la Comisión Contra la Impunidad en Guatemala, lograron en parte combatir la corrupción pero terminaron fracasando por una cantidad de motivos.

Desafortunadamente, los retos económicos, de seguridad y políticos de los tres países se han agravado recientemente, y se han visto aún más exacerbados por la pandemia del COVID-19

y la devastación causada por los huracanes Iota y Eta. Las economías del Triángulo Norte han sufrido seriamente debido a los confinamientos relacionados con la pandemia y a las caídas del turismo, mientras que las remisas en un principio cayeron drásticamente aunque han remontado desde entonces. El costado positivo es que la violencia de pandillas ha disminuido y se mantiene por debajo de lo normal.

Cuando la pandemia amaine, la región tendrá muchas oportunidades de desarrollar una cantidad de sectores económicos, como el turismo y los textiles. Por otra parte, se están produciendo desplazamientos tectónicos en las cadenas de suministro globales en tanto los países y las empresas buscan volverse más resilientes y menos dependientes de China.

Los problemas del Triángulo Norte son solucionables –y Panamá, México y Colombia ofrecen algunas comparaciones (ciertamente imperfectas) en términos de lecciones aprendidas-. Después de la grave crisis política que sufrió Panamá en 1989, tenía un PIB per capita de apenas 2.570 dólares. Pero hoy, el país es una democracia saludable que hace alarde de un PIB per capita de 14.950 dólares, lo que explica por qué no hay tantos panameños que migren a Estados Unidos.

De la misma manera, México alguna vez fue un país de origen de grandes cantidades de migrantes documentados e indocumentados a Estados Unidos. Pero, hoy en día, hay una cantidad neta de mexicanos que están regresando a México; el país alcanzó un PIB per capita de 8.050 dólares en 2005, aproximadamente el momento en que su población alcanzó niveles de reemplazo. Y la experiencia de Colombia demuestra cómo una voluntad política consistente y un amplio consenso social pueden conducir a un progreso real en seguridad, desarrollo económico y resolución de conflictos.

La región del Triángulo Norte ha cambiado en los últimos seis años. El Salvador y Guatemala han experimentado transiciones políticas, y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha sufrido un cambio de liderazgo. Asimismo, China ha fortalecido de manera sostenida sus vínculos con América Central, lo que resultó en una ruptura de las relaciones diplomáticas de El Salvador con Taiwán en 2018. En términos ideales, una nueva iniciativa de la administración Biden para la región ofrecería fuertes incentivos para que Honduras y Guatemala mantengan su reconocimiento de la isla.

Los actores más importantes en una renovada Alianza para la Prosperidad 2.0 serán los líderes políticos de los tres países. Asimismo, la vasta mayoría de los empleos de la economía formal en el Triángulo Norte serán creados por empresas y emprendedores locales. Cualquier iniciativa que no promueva un mejor entorno comercial y de inversión fracasará.

Biden ha prometido volver a comprometer a Estados Unidos con la región a través de una estrategia de cuatro años y de 4.000 millones de dólares que tenga como objetivo el estado de derecho, la corrupción endémica y el crecimiento económico. Cualquier iniciativa de ese tipo exigirá una asociación profunda con el BID, que tiene un poder de convocatoria único en la región, experiencia relevante y un importante poder de financiamiento –y que además ha señalado que quiere ayudar-. La administración Biden también debería buscar el apoyo de Canadá, Colombia, México, Taiwán, España, la Unión Europea y el Banco Mundial.

En definitiva, no existe ninguna solución mágica que pueda resolver los problemas del Triángulo Norte. Superarlos exigirá una nueva voluntad política de los tres gobiernos de la región, de la participación de las partes interesadas en la sociedad y de un mayor compromiso de Estados Unidos y otros. Los tres países necesitarán diseñar sus propios planes, y luego asumir la responsabilidad de arrojar resultados. La próxima administración Biden puede ayudar –y la manera más efectiva de hacerlo es convocando a los líderes de la región dentro de los primeros 60 días en funciones.

Daniel F. Runde is Senior Vice President and William A. Schreyer Chair in Global Analysis at the Center for Strategic and International Studies.

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