Una nueva Constitución chilena y una nueva forma de leer

Yo quería leer el documento de la Propuesta constitucional chilena como si fuera literatura imaginativa. Hacer mi lectura personal. Decir: yo sé lo que significa escribir un libro. Sé lo que es poner el corazón a disposición y el trabajo metódico, tedioso, que conlleva. Explicar: si es difícil para una autora, y sus contradicciones, lograr una voz coherente y mantenerla, imagina un libro redactado a 154 manos, como hizo el órgano constituyente a elección popular.

Quería dar cuenta de un estilo, aventurar un género. Hacer mi review en Goodreads. ¿Es el plebiscito de este 4 de septiembre una especie de gran Goodreads? ¿Se podrán equiparar los porcentajes a las estrellas?

4.48. Esa es la puntuación de la Propuesta en la red social de lectores. ¡Por supuesto que tendría su propia entrada! Si en Chile fue el libro de no ficción más vendido. Todo un país hizo lo que yo creía tan especial.

Me maravillo con los comentarios: “Destaco la pluma sencilla y el progreso de la redacción”, postea Isidora. “This review contains spoilers”, advierte cómicamente la plataforma sobre otro. Muchos citan las partes que les emocionaron.

Yo tengo la mía: la primera palabra de la constitución es “Nosotras”. Se me pone la piel de gallina. Y me conmueve que “derecho” aparezca 422 veces, sobre todo en comparación con las 146 menciones en la actual.

“Parece una novela. Muchos adjetivos”, critica Juan en Goodreads. “Le falta drama, todo demasiado bueno”, ironiza Carlos.

La lectura también me hizo pensar en un manifiesto artístico vanguardista: una declaración de principios que “se mueve entre la ruptura y la refundación, la denuncia y la afirmación”. La comparé con un libro de ciencia ficción, una utopía.

Pero para mantener a raya idealismos o ambigüedad es que, ciertamente, hay una gran cantidad de adjetivos en el texto. Para determinar, por ejemplo, las circunstancias específicas y medibles del sustantivo “paridad”. O llevar la idea de “educación” a dimensiones concretas como “cognitivo, social y emocional”. Con este tipo de sintaxis, las nuevas prácticas que se quieren para el Estado no quedan sólo en lo simbólico, en el aire de las buenas intenciones, y van acompañadas de un marco que define y regula.

En talleres de narrativa siempre insisto en la importancia de los detalles: mejor que “comida”, “plato de lentejas humeantes”. Eso huele, identifica. Recomiendo ir a lo específico: ¿Qué es la infidelidad para la gran cuentista Lorrie Moore? “Más ropa que lavar, oscuros viajes a solas en taxis”.

Resulta obvio que una Constitución creada en los ochenta y bajo un régimen dictatorial, (incluso con todas sus actualizaciones) no se encuentren términos como “ecología” o “sexoafectivo” que sí están en la Propuesta. Pero también es interesante la incorporación del lenguaje técnico. Mi hermana (profesora de historia), me comenta:

“Hace tiempo que desde las diferentes áreas profesionales se están integrando a la sociedad conceptos como neurodiversidad, psicosocial, inclusión, interculturalidad, salud mental. No es un lenguaje tan lejano, porque cada una ha tenido que aprender su significado y cómo ocuparlas. Más allá de las diferentes disciplinas, estos usos lingüísticos se han ido expandiendo y volviendo comunes. Incluso personales porque representan a cada actor al nombrarles: “niñas”, “pueblos indígenas”, “disidencias sexuales y de género”, hasta “lactantes” menciona. También aparece pormenorizado aquello que no se quiere repetir: tortura, desaparición forzada, vulneración, violencia de género. En contrapunto, por primera vez se añade otro término muy hermoso: “maritorio”, que señala la importancia del territorio marítimo. La elección de palabras es de las cosas más sorprendentes y entretenidas. He gozado con “cosmovisión”, “armonía”, “ocio”. Disfruté leerlas y por eso dejan de ser técnicas y se vuelven poéticas. Para mí esta Constitución es como un poema que veníamos escribiendo entre todas y todos hace mucho, como si nos hubiéramos pasado los últimos 20 años aprendiendo, practicando y compartiendo todas esas palabras sin saber que iban a terminar en el documento más oficial de los oficialísimos. Uno que no solo rige la forma en que funcionan las instituciones, sino la manera en que vamos a relacionarnos como personas”.

Con el audio de wasap de mi hermana pienso en cómo subestimamos la tradición oral. Recuerdo la teoría que explica que Homero fue una mezcla de cantantes individuales y que la Ilíada cristalizó gracias a sus técnicas compositivas. Al uso, precisamente, de las palabras. Desde mi lado menos hegemónicamente occidental, pienso en el poder de la oralidad que ha permitido que las tradiciones y conocimiento mapuche resistan hasta la actualidad.

Oyendo la voz de mi amada hermana Macarena, me doy cuenta de que mi propósito de hacer una interpretación individual de la nueva Constitución no tiene sentido. No podía leerla así: debía comentar con mis amigues, con mi mamá, con los lectores de Goodreads, con todo el país. Esta lectura es colectiva, tal como fue la escritura del documento.

Estoy nerviosa por las votaciones del domingo. Si la Propuesta no se aprueba en el plebiscito, el texto logrará convertirse en un libro: palabras bellas que conmueven, ficción. Pero incluso a mí, que dedico mi vida a la literatura lúdica, me da pena imaginarlo solito en alguna biblioteca, más olvidado que la peor autoayuda. Un libro que fue best seller y que tuvo buenas críticas, 4.48 estrellas, pero que no llegó a cambiar la realidad. Me da pena pensar en alguna lectora tan amante del mar como yo, perdiendo para siempre esa palabra: maritorio.

Paulina Flores es escritora.

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