La celebración institucional de la Diada parece perseguida por la polémica un año sí y otro también. Esta vez el motivo es la participación de la cantante israelí Achinoam Nin, de nombre artístico Noa, en las actuaciones que tendrán lugar esta mañana en el acto del parque de la Ciutadella, organizado conjuntamente por el Govern y el Parlament. Probablemente no sea «la persona más adecuada para defender la paz», como ha manifestado el diputado del PSC Mohammed Chaib, pero tampoco el boicot al acto, que en algunos momentos ha flotado en el ambiente, parece que sea la mejor de las reacciones posibles. La cuestión tiene dos vertientes, una institucional y otra cívica de apuesta por políticas en favor de la paz.
La institucional es difícil de explicar. Por una parte, la invitación ha sido una decisión del Govern y de la mesa del Parlament y no parece muy coherente que, posteriormente, una de las fuerzas políticas que forman parte de dichas instituciones anuncie una protesta por la actuación de la cantante israelí. Por supuesto, cada uno es muy libre de llevar los pines o las banderas que crea conveniente, sin olvidar que lo que se celebra es la Diada de Catalunya con un gesto a favor del diálogo y la paz. Y no parece coherente desmarcarse de una decisión que parecía haberse tomado de manera consensuada.
La vertiente cívica de la apuesta por políticas en favor de la paz presenta aristas más espinosas. Noa y David Broza –elección que quizás hubiera levantado menos polémica– son dos cantantes israelís que se han caracterizado por su alineamiento con los movimientos pacifistas de su país y la colaboración con artistas palestinos, aunque la cantante mantuvo una posición de condena de Hamás y, en cierta medida, de apoyo al Ejército israelí a raíz de la agresión llevada a cabo contra la franja de Gaza el pasado invierno. Después suavizó sus declaraciones y reclamó el fin de la violencia y de las muertes de palestinos y de israelís.
Pero la polémica parece inevitable dado el enconamiento con que se vive el conflicto palestino-israelí aquí. Por una parte, criticar al Gobierno de Israel por la política que lleva a cabo en los territorios ocupados (asentamientos, check points, etcétera), por las agresiones cometidas contra la población de Gaza o por las condiciones de vida impuestas a los palestinos conlleva inmediatamente el calificativo de antisemitismo, hasta el extremo de criminalizar a los participantes en la manifestación celebrada en Barcelona el pasado enero en contra de la ofensiva del Ejército de Israel en Gaza, que castigó duramente a la población civil, con miles de muertos y heridos y una destrucción devastadora. Y claro está que participar en este tipo de protestas no quiere decir aprobar determinadas actitudes y acciones violentas que denotan, igualmente, la misma enorme intransigencia e intolerancia y desprecio por la vida contra las que se manifiestan la mayoría de participantes. Por otra, criticar los atentados suicidas, las acciones de Hamás o el fundamentalismo conlleva, con la misma inmediatez, el calificativo de prosionista. Parece que sea imposible sustraerse a la obsesión de simplificar.
Pero resulta que en este conflicto, macerado por la violencia desde hace décadas –bien que en magnitudes distintas, como puede comprobarse en los informes de las Naciones Unidas, la UNRWA y otros organismos internacionales independientes–, la violencia viene siendo una práctica habitual por parte de Hamás y del Ejército de Israel. Y conviene recordar que la existencia de un conflicto político no legitima nunca el uso de la violencia ni por unos ni por otros (este es un principio aplicable también a otros conflictos más próximos geográficamente). Creer que la existencia de un conflicto legitima la violencia (terrorista o del Ejército) es la mejor manera de perpetuar el conflicto y la mejor arma de que disponen los violentos para impedir cualquier agenda de negociación y de solución. Ni las acciones terroristas ni los atentados ni los asesinatos extrajudiciales ni las agresiones militares indiscriminadas contra la población civil conducen a la paz.
No se trata, obviamente, de mantener una equidistancia que sería irreal e imperdonable en un conflicto donde las razones de unos y otros se presentan fuertemente desequilibradas en función de la historia, del poder que da un Estado y del contexto internacional, pero tampoco de caer en polémicas estériles y poco útiles para la solución del conflicto de más larga pervivencia. Se podrá pensar que la decisión de invitar a Noa no ha sido la más acertada, pero, sin duda, el hecho de que interprete El cant dels ocells acompañada por la Orquesta Árabe de Barcelona es, como ha manifestado el director del acto, Joan Ollé, un gesto claro en favor de la paz, el diálogo y la reconciliación que no merece pasar desapercibido en medio de una polémica que podría haberse evitado. Lamentablemente, cuesta de entender que, más allá de lo acertado o no de la elección de Noa, no se trata de maquillar una realidad que no existe (la convivencia de palestinos e israelíes), sino de poner, con pequeños gestos –aunque haya quien pretenda manipularlos en defensa de sus opciones partidistas–, puentes en el camino de la solución del conflicto y de la construcción de la paz.
Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.