¿Una nueva era de terrorismo?

La carnicería de Londres, el 22 de mayo pasado, en el curso de la cual un soldado británico fue salvajemente asesinado en plena calle por dos islamistas, ha vuelto a activar las especulaciones sobre la naturaleza del terrorismo actual. Sumado a los sucesos de Boston y, especialmente, a los asesinatos cometidos por Mohamed Merah en Toulouse en marzo del 2012, el crimen de Londres ha alimentado la idea sobre un neoislamismo que probaría una nueva estrategia venida de lejos, incluso relacionada con una yihad de tercera generación. Este nuevo terrorismo funcionaría a bajo coste, asediando prioritariamente a militares y judíos.

¿Este neoislamismo no alienta sólo a individuos aislados o inscritos en grupos minúsculos a actuar en los países occidentales para mantener o despertar simpatías en el seno de las comunidades musulmanas, radicalizando así las opiniones antimusulmanas y alentando, por ejemplo, el racismo, los ataques a mezquitas y, desde ese punto, demostrando a las masas musulmanas que Occidente nunca les dará un lugar?

Encontramos aquí la referencia a un esquema clásico, usado por ETA en el País Vasco en los años setenta, cuando la banda trataba de activar un ciclo acción-represión-acción: la violencia de los terroristas suscitaba la reacción violenta del Estado, que, en contrapartida, elevaba la violencia terrorista, legitimándola.

La prensa, basándose igualmente en el caso del noruego Anders Breivik y su matanza de julio del 2011 con 77 muertes que él mismo justificó apoyándose en una ideología esencialmente de extrema derecha, comenzó también a teorizar sobre la hipótesis de los lobos solitarios: individuos aislados, particularmente peligrosos por ser difícilmente detectables por los servicios de inteligencia al pasar a la acción sin necesitar otro soporte que los conocimientos técnicos que aporta internet. De repente, ya no son el islamismo y Al Qaeda los que están en el núcleo del análisis, sino el individualismo extremo producto de nuestras sociedades, que puede explicar también los episodios norteamericanos de las school shooting.

El asesinato de Londres, como los cometidos en Francia en marzo del 2012 por Mohamed Merah o como los atentados de Boston cometidos por los hermanos Tsarnáyev, mantiene un enlace ideológico muy intenso con el islamismo radical en el que los autores se sumergieron de forma frustrada, que se muestra en un déficit de elaboración técnica y en una visión política particularmente pobre. Pasados veinte años, estamos lejos de los cálculos estratégicos y de la inteligencia política de Al Qaeda, sin mencionar la cumbre del terrorismo global que constituyeron los hechos del 11-S. Pero hay más. Los autores de estos actos son nacidos o llegados al país en que cometen sus atentados y es preciso admitir que su violencia está lastrada de un resentimiento ligado a su experiencia social en ese país. No han hallado su lugar. Los terroristas de Londres han dado gran importancia a la publicidad de su acto, asegurando que las imágenes y su discurso pudiesen ser inmediatamente transmitidos por los medios. Por el contrario no intentaron escapar, dando así una imagen próxima al martirio.

Ello nos lleva a pensar que este terrorismo de proximidad y sin amplitud de miras es el resultado descompuesto, bastardo si se quiere, del terrorismo islamista. Una forma empobrecida, incapaz de alzarse a un nivel político o geopolítico, que abre un espacio en el seno de la violencia por la violencia del que son muestra los autores del crimen de Londres, que usaron instrumental de carnicero, animalizando así a su víctima como prueba de deshumanización.

Pero estos hechos no implican que la organización mayor del terrorismo, Al Qaeda, haya entrado en declive o desestructuración. Los recientes sucesos en África, especialmente en Argelia y Mali, muestran que su combate está lejos de haberse agotado. Por tanto, hay que concebir una representación compleja y diversificada del terrorismo islamista, hoy con diversas lógicas, las más importantes de las cuales se reparten en dos. Por un lado, está la acción estructurada y organizada, con visión geopolítica –quizá menos amplia que a comienzos de los años 2000– regional más que global y a menudo también nacional para alcanzar poderes gubernamentales en ciertos países musulmanes en el Próximo y Medio Oriente y en África.

Por otra parte, están los restos del mismo movimiento, inorganizado, poco o nada inmerso en sus redes y para quienes el odio islamista a Occidente encuentra su principal fuente en su experiencia vivida en el mismo seno de la sociedad occidental. Internet asegura el enlace ideológico de este universo que no es homogéneo ni integra unidad política salvo en la creencia de que Al Qaeda espera mucho de los actos aislados cometidos en Occidente. El nuevo terrorismo supone una amenaza aterradora, pues es difícil detectarlo con antelación. Es inquietante, particularmente bárbaro y cruel. Pero es excesivo ver en él una amenaza política o el elemento decisivo de una estrategia geopolítica.
Michel Wieviorka, sociólogo, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.

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