Una nueva gestión del agua

El 22 de diciembre de 1993 la Asamblea General de la ONU acordó que el 22 de marzo de cada año fuera considerado Día Mundial del Agua. En esta ocasión las celebraciones serán coordinadas por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con un tema tan sugerente como matizable: 'Afrontando la escasez del agua'. Pudiera parecer que el problema fundamental del agua es la escasez, algo que también daban a entender los lemas elegidos en 1996 y 1997: 'Agua para ciudades sedientas' y 'El agua en el mundo, ¿resulta suficiente?', respectivamente. Es cierto que un tercio de la población mundial -cantidad que puede verse duplicada en 2025- vive en países donde la falta de agua potable es el principal problema, reforzándose con ello el binomio agua-pobreza. Pero en muchos casos no es precisamente porque el recurso sea escaso en el territorio, sino porque no existen los medios técnicos, económicos y sociales adecuados y suficientes. De hecho, algunos de estos países, como los de la franja caribeña, disponen de abundantes recursos hídricos y sin embargo en muchos lugares desconocen lo que es un grifo. Y lo peor es que no se vislumbran expectativas para el cambio.

Ahora bien, ¿qué indicador de referencia utilizamos para 'afrontar' la escasez a la que hace referencia el lema de este año? Es decir, ¿a partir de qué umbral decimos que el agua es escasa? La Organización Mundial de la Salud considera que la dotación mínima, por persona y día, ronda los 20 litros, mientras que en las sociedades modernas la apetencia insaciable, y en muchos casos incontrolada, de agua llega a multiplicarse por diez y más. Con la cantidad de agua que existe en el planeta azul hay más que suficiente para cubrir las necesidades humanas para subsistir, que en ningún caso sobrepasan los seis o siete litros por persona y día. La supuesta 'escasez' de agua es un tópico que habitualmente se utiliza para justificar políticas y estrategias de oferta. Suele estar apoyada por otros tópicos de poco fundamento, como aquél que afirma que 'el agua está mal repartida'.

El agua ni es escasa ni está mal repartida; en todo caso, es un recurso frágil y amenazado, eso sí. Está donde tiene que estar, como el mar, el sol y las montañas, alimentando ese ciclo de vida sublime que es el ciclo hidrológico. Si el agua fuera realmente escasa, no la derrocharíamos como lo hacemos, especialmente en los países desarrollados, donde se sigue apostando por modelos de desarrollo territorial que no invitan al ahorro de agua, que es lo que se debería 'afrontar'. Luego el problema, de manera general, no es sólo de escasez del recurso, sino de gestión. Por lo tanto, si hay algo que 'afrontar', parafraseando el lema de este año, es precisamente la gestión del agua. En los catorce años de celebraciones transcurridos nunca se ha planteado como tema la gestión ni el necesario cambio de paradigma en la gestión del agua.

Nos encontramos en un momento trascendental de la gestión del agua en el mundo y, aunque aún queda mucho por hacer, lo cierto es que algunos acontecimientos, como la aprobación de la Directiva 2000/60/CE del Parlamento Europeo (Directiva Marco del Agua), por la que se establece un marco comunitario de actuación en el ámbito de la política de aguas, han sentado las bases legales para afrontar el reto histórico que supone cambiar el enfoque de la gestión tradicional pasando de la simple gestión del recurso a una gestión integral ecosistémica. Los ríos, lagos, humedales, acuíferos, estuarios y deltas dejan de ser simples almacenes de agua y comienzan a ser entendidos como medios hídricos que albergan vida y producen servicios a la sociedad.

En segundo lugar, frente a las tradicionales estrategias de oferta del recurso, se impone la gestión de la demanda. Un reto difícil, toda vez que las políticas de oferta han gozado de una gran popularidad entre la clase política y social. Prometer más agua a bajo coste ha sido siempre un eslogan del que se han sacado buenos rendimientos electorales. Pero esta situación ha tocado fondo desde una doble perspectiva. Primero, porque es necesario gestionar la escasez, y después, porque estamos obligados a devolver el agua 'robada' a los ríos si queremos que éstos gocen de buena salud y podamos alcanzar el objetivo de «buen estado ecológico» que la Directiva ha fijado para 2015. Ahora que precisamente se ha puesto en marcha el Plan Nacional de Restauración de Ríos, urge reivindicar la 'restauración de caudales' como principal premisa para tener ríos vivos. De lo contrario, no haremos otra cosa que maquillar de verde algunos tramos fluviales.

Otro de los retos se refiere al concepto del marco de gestión. La cuenca hidrográfica como unidad ecosistémica compleja está por encima de los límites administrativos y de los intereses partidistas y oportunistas. Este matiz es especialmente interesante en un momento en el que políticamente algunas autonomías comienzan a reclamar la parte de la cuota de caudal que les corresponde a tenor del porcentaje de red fluvial que hay en su territorio. Debemos tender hacia una responsabilidad compartida de las cuencas hidrográficas entre regiones y países. Aquí entramos en un problema de coherencia colectiva, y olvidamos que la responsabilidad de lo que pase en un río es de todos, porque un río -como recoge la Directiva, siguiendo uno de los principios fundamentales de la nueva cultura del agua- es una unidad de gestión ecosistémica.

En cuarto lugar, una nueva gobernanza del agua debe plantearse pasar de una gestión tecnocrática a una gestión más participativa, entendiendo que la gestión del agua no es sólo asunto propio de los expertos. En la gestión del agua es de obligada necesidad incorporar a la sociedad en un proceso participativo proactivo dotado de medios suficientes para activar el interés ciudadano en la participación. Desde esta perspectiva, parece oportuno reforzar la complicidad entre la administración hidráulica y los dinamizadores del cambio, fundamentalmente los movimientos sociales y la comunidad científica. Probablemente, y en esta línea de colaboración y complicidad, sería interesante institucionalizar un buen observatorio ibérico del agua. En un momento en el que el debate de la gestión del agua está girando en torno al carácter centralizador o descentralizador, olvidamos que el carácter de la gestión del agua debe ser fundamentalmente participativo. El agua y los ríos no pueden seguir siendo patrimonio de algunos agentes tradicionales como regantes e hidroeléctricas. En el puzle de la gestión es necesario involucrar a nuevos agentes participativos.

En quinto lugar, una nueva gobernanza del agua debe incorporar el principio de la recuperación de costes de los servicios relacionados con el agua (artículo 9 de la Directiva Marco del Agua). El agua no puede seguir siendo gratuita ni para el gran consumidor ni para el pequeño.

Pero sin duda el gran reto que tenemos ante nosotros es el relativo a los valores del agua. Valores que hay que recuperar partiendo de una sensibilización y educación ambiental de la sociedad. La educación debe ser la estrategia prioritaria si se quiere tener éxito en asumir los principios de la nueva cultura del agua. A menudo, en la urgencia de lo inmediato vemos solamente la foto y no la película, y no nos damos cuenta de que sin educación ambiental no es posible el cambio de mentalidad en la gestión del agua, baluarte indispensable para una buena gobernabilidad del recurso más importante para la vida.

Víctor Peñas, geógrafo, miembro de BAKEAZ y de la Fundación Nueva Cultura del Agua.