Una nueva narrativa Europa o por qué Macron no es suficiente

En esta situación de incertidumbre permanente en la que vivimos instalados desde que empezó la crisis en 2008, la Unión Europea ha demostrado ser más resiliente de lo que podía parecer. El riesgo de desintegración que se temía podía sobrevenir después de la victoria del Brexit en el Reino Unido parece superado. Ahora queda por ver cómo va a proseguir la Unión Europea y qué forma va a tomar la integración en el futuro.

Porque a las evidentes divisiones existentes en el seno de la UE: Norte-Sur, en la crisis económica; Este-Oeste, en la mal llamada crisis de los refugiados; más integración-menos integración cuando se trata de definir el futuro del proyecto europeo, hay que añadir al menos tres divisiones más: la división ciudadanía-élite, la división intergeneracional; y la división entre eurocomprometidos (críticos o acríticos) y euroescépticos.

En las sucesivas elecciones que se han celebrado en territorio comunitario desde 2008, hemos visto como fuerzas no tradicionales ganaban terreno denunciando que las élites políticas no tenían en cuenta las necesidades del resto de la población. Aunque, en muchos casos la irrupción de estas fuerzas y su discurso no ha sido suficiente para ganar unas elecciones, ni las demandas de estos votantes carecen de fundamento ni mucho menos el hecho de no haber alcanzado el gobierno les resta legitimidad. El discurso eurocrítico es una realidad. La Nueva Narrativa Europea debe poner al ciudadano en el centro y conseguir que las élites acepten que hay distintas maneras de entender y mirar a Europa.

Hace 60 años que la Unión Europea y sus formas legales anteriores se defienden de toda crítica con: a) llevamos 60 años sin guerras; y b) somos el mayor espacio de prosperidad del mundo. Mantener la defensa de la UE únicamente en estas dos afirmaciones incrementa la división intergeneracional porque, sobretodo, desespera a los jóvenes. La primera afirmación palidece cuando analizamos el rol de la UE en los recientes conflictos bélicos que se han sucedido en sus fronteras y en pleno territorio europeo, desde Ucrania a la guerra de los Balcanes. Además, para las jóvenes generaciones que perciben la guerra como algo lejano, la narrativa de la paz o bien no les importa, o no les parece suficiente. De manera inconsciente, la paz se da por sentada. La UE necesita ofrecer algo más a sus jóvenes para que sientan Europa como suya, de la misma manera que la sintieron las generaciones anteriores. Esto enlaza directamente con la segunda afirmación: si la actual generación de jóvenes no deja de escuchar que vivirá peor que sus padres, ¿de qué les sirve el mayor espacio de prosperidad del mundo? La idea que la UE consolidaría su contestada legitimidad solamente a través del output legitimacy se ha visto superada. Durante años se confió en que las decisiones bien tomadas en beneficio de todos serían suficientes para dotar de legitimidad a la UE frente a sus ciudadanos. Pero la estrategia se ha demostrado insuficiente porqué obviaba el déficit democrático que se le achaca a la Unión, fiaba su éxito a medidas técnicas (el Mecanismo Europeo de Estabilidad o el Pacto Fiscal Europeo) y no se movía un ápice de la narrativa tradicional basada en las dos afirmaciones de paz y prosperidad. El lento camino hacia la recuperación económica, juntamente con las divisiones antes mencionadas, ha dejado esta idea sin recorrido. Por eso, la Nueva Narrativa Europea debe encontrar también afirmaciones igual de poderosas que recojan las inquietudes del presente en el que vivimos todas las generaciones de europeos.

La irrupción de Emmanuel Macron ha resucitado el euroentusiasmo, aunque no sabemos todavía si por amor verdadero o por rechazo a las ideas de Marine Le Pen. Lo que está claro es que el carácter europeísta en el discurso del recién estrenado Presidente francés es indiscutible. Aún no ha empezado a gobernar y parece que Macron va a solucionar todos los males de la Unión Europea. Que lo consiga o no, no depende exclusivamente de él, pero es evidente que lo va a intentar porque ha venido cargado con una batería de ¿nuevas? propuestas: presupuesto, parlamento y un ministro de finanzas para la Eurozona son las más destacadas; también más integración para los países que comparten moneda o para aquellos que lo deseen.

Aunque la crisis financiera de los últimos años ha ensombrecido las facilidades, la protección y el progreso económico que la UE ha procurado a sus ciudadanos, a lo largo de décadas, estas son reales y existen. Euroescépticos a parte, el discurso europeo se debate hoy entre quienes dan por sentados los logros adquiridos y no los valoran en su justa medida; los euroentusiastas, acríticos con el proyecto europeo, que tan solo son capaces de ver las ventajas y hacen hincapié en que si no tenemos más beneficios es por culpa de los estados miembros y su reticencia a ceder más soberanía; y aquellos que no cuestionan la pervivencia de la UE pero sí su deriva actual. El discurso euroentusiasta hace bien en resaltar los beneficios pero comete el error de no entender que se puede ser apático, incrédulo o incluso crítico con la Unión sin que ello conlleve abjurar del proyecto europeo. Querer que la UE funcione de otra manera no le convierte a uno en un fervoroso seguidor de Marine Le Pen. De la misma manera que el euroentusiasmo de Emmanuel Macron no garantiza por si solo el retorno de la confianza en el proyecto europeo.

Para que la integración continúe, independientemente de la forma que tome, no es suficiente (ni lo será probablemente nunca más) el top-down approach. Con Macron no basta. Europa debe (re)construirse también como un reflejo de sus ciudadanos. Para ello, va a ser necesario construir un relato que acompañe a las potenciales reformas. La tan mencionada Narrativa Europea debe adaptarse y cambiar de acuerdo con los tiempos en que vivimos para que la idea de Europa no sea solamente defendida por sus élites sino también por sus ciudadanos.

Esta Nueva Narrativa Europea debe, entonces, subrayar las ventajas de la UE pero recogiendo y poniendo en valor las críticas sin desmerecerlas para sumar a los apáticos y a los desencantados. Debe escuchar, antes de proponer y debe intentar imaginar qué Unión puede dar respuesta a los retos actuales. Está en manos de los europeos, de todos, contar nuestra propia historia.

Héctor Sánchez Margalef, investigador CIDOB.

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