Una nueva política sobre Irán

Aún antes de su toma de posesión, Obama explicó con lucidez cómo actuaría con respecto a Irán: "captaría" a sus dirigentes brindando conversaciones sin condiciones previas y sin pedirles siquiera que dejaran de corear "muerte a Estados Unidos" al término de sus discursos. La hipótesis de Obama era que la política de Bush respecto a Irán había sido incoherente y, además, había constituido un fracaso completo a la hora de atajar los planes iraníes de fabricación de armamento y misiles nucleares. Tales acusaciones, si se quiere, se demostraron. La postura de Bush careció indudablemente de lógica y coherencia al denunciar primero al régimen iraní como parte integrante del eje del mal para luego procurar su apoyo político en Afganistán desde el momento en que se formó el primer gobierno provisional de Hamid Karzai e, incluso, en Iraq a fin de aplacar al agresivo predicador Moqtada al Sadr y a su violenta milicia.

La crítica de Obama omitió no obstante reconocer que la incoherencia de George Bush había valido la pena: tanto en Afganistán como en Iraq, el régimen iraní ha contribuido notablemente a consolidar los gobiernos posteriores a la invasión creados por Estados Unidos, incluso mediante el suministro de armamento a quienes atacaban a los estadounidenses.

Claro que el fracaso de Bush en atajar los planes nucleares de Irán fue comprensible: lo cierto es que no funcionó ningún intento, ni las sordas amenazas esporádicas de bombardear las instalaciones nucleares, ni las gestiones diplomáticas delegadas en británicos, franceses y alemanes. Estas conversaciones de las tres potencias europeas (E-3) dieron buen comienzo con el acuerdo de Teherán del 21 de octubre del 2003 - según el cual el Gobierno iraní prometió suspender temporalmente el enriquecimiento de uranio-,pero acabaron en el ridículo tres años después, cuando los propios iraníes se burlaron de los negociadores por hablar por los codos mientras ellos seguían construyendo sus instalaciones nucleares.

En una visión retrospectiva, es evidente por qué los diplomáticos europeos tuvieron tanto éxito en el 2003: los dirigentes iraníes acababan de ser testigos de la invasión estadounidense de Iraq, así como la rápida y fluida destrucción del régimen de Sadam Husein. Temiendo que pudieran ser los siguientes, los dirigentes iraníes suspendieron tanto el programa de armamento nuclear cuya existencia siempre habían negado como el programa de enriquecimiento nuclear que, al cabo, reconocieron en el 2002 tras su divulgación a cargo de elementos disidentes. Pero posteriormente, cuando los dirigentes iraníes observaron que Estados Unidos se empantanaba en Iraq y dejaron de temer una marcha sobre Teherán, reanudaron abiertamente el enriquecimiento de uranio y, a buen seguro, el programa secreto de armamento nuclear. Bush había fracasado, tal como dijo Obama.

Quedaba aún un paso más antes de que cupiera "captar" con éxito a los dirigentes iraníes: el discurso de Obama en El Cairo el pasado 4 de junio en el que se disculpó por el derrocamiento del primer ministro iraní, Mohamed Mosadeq, en agosto de 1953 ("en plena guerra fría, Estados Unidos intervino en el derrocamiento de un gobierno iraní elegido democráticamente"). La CIA, indudablemente, estuvo mezclada en el asunto, pero la actitud servil es innecesaria: para agosto de 1953, Mosadeq había disuelto el Parlamento que le había elegido en 1951, y gobernaba personalmente por decreto, de forma no democrática y de modo bastante negativo y deficiente. Cuando la airada multitud se congregó ante la residencia de Mosadeq, este pasó a unas dependencias en las inmediaciones confiando en que los estadounidenses le salvarían la vida, cosa que en efecto hicieron.

El caso es que la disculpa del presidente Barack Obama y su ofrecimiento de conversaciones sin condiciones previas con el régimen de Teherán han resultado ser un tiro por la culata.

Ante las elecciones presidenciales del pasado mes de junio, al todopoderoso líder supremo iraní, Ali Jamenei, se le presentó una buena oportunidad para reemplazar al totalmente impresentable y ultrarradical dirigente Mahmud Ahmadineyad por un socio negociador con Obama de carácter más plausible. Ya se había hecho antes: en 1997, cuando el régimen necesitaba apaciguar el malestar en el país y calmar a la opinión pública extranjera, se presentó con el elegante Mohamed Jatami, de miras supuestamente avanzadas. Era precisamente la figura indicada para dotar a la dictadura de los líderes religiosos de un rostro moderado en el momento en que las fuerzas armadas estadounidenses avanzaban rugientes hacia Bagdad en el 2003. Lo cierto es que cuando Jatami dio fin a su presidencia en el 2005, era de dominio público que no había intentado siquiera introducir algún tipo de apertura en ninguna cuestión importante; simplemente, había finalizado su tarea.

Evidentemente, Jamenei y sus seguidores partidarios de la línea dura han rechazado la opción de elegir a una figura moderada otorgando en cambio a Ahmadineyad una victoria "sagrada" en las urnas mediante unas mayorías disparatadamente improbables incluso en las localidades nativas de sus rivales.

El problema de Obama en la actualidad no consiste en que Ahmadineyad sea un ultraextremista. Al fin y al cabo, uno debe negociar con los malos de la historia y, además, bajo el sistema de gobierno doble que posee Irán, quienes llevan las riendas de la auténtica negociación son los colaboradores del no electo y líder supremo del país, Ali Jamenei.

El problema, por el contrario, consiste en que la única razón por la que Jamenei puede haber elegido a Ahmadineyad para la presidencia sea el deseo de no mantener conversaciones amistosas con Estados Unidos susceptibles de favorecer unas relaciones menos teñidas de enemistad.

Jamenei, evidentemente, estima que sin la ideología del antiamericanismo, el régimen caería. Y seguramente se halla en lo cierto. Probablemente, el respaldo de carácter religioso puede resultar insuficiente en adelante: hay demasiados ayatolás que se oponen abiertamente al régimen en su conjunto o, al menos, a Ahmadineyad.

Tampoco puede verse beneficiado por el nacionalismo persa, cuyo punto de mira principal son los árabes víctima del desprecio mientras que el régimen sigue intentando ser más árabe que los propios árabes mediante el procedimiento de ser más hostil frente a Israel que cualquier país árabe. El régimen, además, puede constatar que tampoco le favorece otro factor: su generosa ayuda a Hizbulah, Hamas y la Yihad Islámica es notablemente impopular. Tras empezar por atacar al sha y a los estadounidenses, al régimen sólo le queda el enemigo norteamericano. Y sus dirigentes no permitirán que el presidente Obama se lo quite de las manos.

A menos que cambie la política de Irán, la política de Barack Obama en consecuencia fracasará. A esas alturas, necesitará una política de nuevo cuño de sanciones crecientemente severas y a la sombra de la amenaza del bombardeo, una política idéntica a la vieja política de Bush. Sin embargo, ahora queda menos tiempo porque, a pesar de una incompetencia realmente indesmayable en su empeño, los programas nucleares de Irán siguen progresando de todas formas.

Edward N. Luttwak, experto del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.