Una ola de provocaciones previsible

A principios de febrero, un grupo de diplomáticos, investigadores y periodistas especialistas en Asia Oriental se reunió a cenar para tratar la siguiente pregunta: ¿cuándo realizará Corea del Norte su tercer ensayo nuclear? Antes de que Park Geun-hye tome el poder formalmente en Corea del Sur. Así fue. Con el ensayo, Pyongyang dejó claro el fracaso de la política de Lee Muyng-bak, el antecesor de Park, hacia Corea del Norte. ¿Cómo actuará Pyongyang a lo largo de las próximas semanas? Esta fue la pregunta que un grupo similar trató durante otra cena, celebrada poco después de que Park se convirtiera en presidenta de Corea del Sur. Con una escalada retórica, fue la repuesta unánime. Así está siendo.

Kim Jong-un ha heredado una característica propia de su abuelo y de su padre: la previsibilidad. Si se analiza la evolución de la situación geopolítica en Asia Oriental desde que Nixon visitó China en 1972, se puede anticipar con cierta exactitud el comportamiento de Corea del Norte en un momento dado. Al fin y al cabo, muchos de sus líderes políticos y militares con influencia real sobre la política del régimen llevan décadas en el poder. No es de extrañar que se comporten de tal manera que puedan asegurarse la continuidad en su posición de privilegio. Y la escalada retórica es su lógica respuesta a la actual situación en Asia Oriental.

¿Qué está sucediendo en esta región para explicar el reciente comportamiento de Pyongyang? En primer lugar, la llegada de tres nuevos gobiernos. En Seúl, Park asegura un segundo mandato para los conservadores durante los próximos cinco años. En Pekín, Xi Jinping está al mando de la primera generación de líderes chinos sin apenas recuerdos de la Guerra de Corea. En Tokio, Abe Shinzo ha devuelto el poder al conservador Partido Liberal Democrático tras tres años en la oposición. En otras palabras, Pyongyang tiene que lidiar con nuevos gobiernos que no parecen especialmente dispuestos a dar prioridad a Corea del Norte sobre otras zonas de actuación de su política exterior. Kim Jong-un tiene que ganarse su atención a base de provocaciones.

En segundo lugar, la continuidad de Barack Obama en la Casa Blanca presenta a Pyongyang con una buena oportunidad de mejorar relaciones con Estados Unidos. Ronald Reagan, Bill Clinton y George W. Bush relajaron la política estadounidense hacia Corea del Norte durante los últimos dos años de sus respectivas presidencias, cuando no tenían que enfrentarse al electorado ninguna vez más. Clinton y Bush incluso meditaron establecer relaciones diplomáticas con Pyongyang. Seguramente la administración Obama está considerando algún tipo de acercamiento hacia Corea del Norte. Pyongyang puede presentar una futura bajada de la retórica como un gesto de buena voluntad.

La previsibilidad norcoreana permite conocer, a grandes rasgos, qué quiere Kim a cambio de otro tipo de comportamiento. Para empezar, la seguridad de que el régimen continuará en el poder durante el proceso de transformación económica que el país inició hace una década. Es decir, lo mismo que China y Vietnam con anterioridad y que Myanmar desde el año pasado. Pyongyang quiere además el reconocimiento diplomático de Washington para así, entre otras cosas, recibir ayuda económica estadounidense, japonesa y por parte de las instituciones financieras internacionales. En otras palabras, una diversificación en sus fuentes de inversión para reducir su dependencia de China y Corea del Sur. Si sus vecinos y Estados Unidos ponen esto sobre la mesa, Pyongyang cesará su escalada retórica. Si no lo hacen, las provocaciones continuarán por un tiempo.

Ramón Pacheco Pardo es profesor titular del King's College de Londres, experto en Asia.

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