Una oportunidad para Ecuador

América Latina es un continente lleno de contrastes y paradojas. Ecuador es uno de los países donde son más evidentes. Dos aspectos son clara manifestación de ello: la pobreza y la emigración. Este bello país es, tras Haití y Bolivia, el más pobre de de la región. De los 13 millones de habitantes, casi la mitad viven en la pobreza. El salario medio es de solo 180 dólares mensuales y es un Estado cuyo desarrollo está muy lastrado por una enorme deuda externa equivalente a un 42% de su presupuesto. Pero, al tiempo, hay que resaltar que Ecuador tiene una gran potencialidad económica. Además de ser el primer exportador mundial de bananas y también de las bellas rosas que se cultivan, y de su producción de cacao y café, tiene una riqueza oculta por explotar. Son las reservas de recursos naturales, especialmente el petróleo, que le colocan como el 24° país del mundo.

La segunda paradoja es que, siendo uno de los países con más emigrantes de América Latina (aproximadamente 800.000 en España, en segundo lugar tras los marroquís), es, curiosamente, un país que recibe más inmigrantes. Miles de peruanos y colombianos se desplazan a Ecuador buscando empleo. Precisamente las remesas enviadas desde el exterior son, tras el petróleo, la segunda fuente de ingresos. El 25% de la población recibe dinero proveniente de familiares que emigraron.

Sin embargo, aunque la llegada de euros que, convertidos en dólares (es su moneda oficial desde el 2000), suponen una importante inyección económica, ello esconde otras realidades, como cuando a veces el emigrante va poniendo distancia con su familia de origen, reorganiza su vida y deja de enviar dinero a los suyos que quedaron allí.

Pero aún más que lo expresado, el principal activo que tiene Ecuador es su gente. Prueba de ello es que dentro de la diversidad de grupos inmigrantes a España, los más requeridos son precisamente los ecuatorianos, tanto por su laboriosidad como porque inspiran más confianza que otros grupos. Así, junto al trabajo en agricultura, es frecuente encontrar a nacionales de este país en tareas que implican una relación especial en el ámbito familiar, cual es el servicio do- méstico, y especialmente el cuidado de niños y la atención a las personas mayores.

Pero los ecuatorianos, como tantos otros latinoamericanos, han sido poco afortunados con sus gobernantes. El conjunto de dirigentes políticos no se ha caracterizado por su entera aplicación a resolver los problemas del país ni por su honestidad. Al tiempo, la capacidad de movilización social ha supuesto una gran inestabilidad. Tres presidentes derrocados por revueltas populares en 10 años y cuatro mandatarios interinos en el mismo periodo.

Hace un año hubo elecciones presidenciales y parlamentarias. En la segunda vuelta, a un contrincante muy acaudalado y sanador evangélico le ganó un candidato joven y casi desconocido. Rafael Correa había sido ministro de Economía en el Gobierno de transición anterior, y había destacado en ese gabinete junto a quien era ministro de Exteriores y antes brillante embajador en España, Francisco Carrión. Correa hizo una apuesta arriesgada al no presentar candidaturas al Congreso. Demandaba la formación de una Asamblea que redactase una nueva Constitución. En este año ha habido tensiones, incluso físicas, entre los parlamentarios y a nivel popular, pero, aun con dudas jurídicas, se ha salido con la suya: el Parlamento ha cedido ante esa ambiciosa pretensión presidencial.

Este domingo se elige a los 130 congresistas que habrán de redactar una Constitución que sustituya a la anterior, de apenas 20 años, y fije las bases de un progreso de país. En ese proceso hay luces y sombras. Entre las primeras, la ilusión colectiva de dar un impulso frente a una clase dirigente desprestigiada, y, en este sentido, es preciso aire fresco y una oportunidad de desarrollar Ecuador.

Sin embargo, a quienes defendemos la democracia, las libertades (entre ellas la de discrepar) y el equilibrio de poderes y el control de estos, el contexto nos preocupa. Frente a otras formas más racionales (y democráticas) de desarrollar ideas de izquierda --como sucede en Chile, Uruguay o Brasil-- la presencia populista de Chávez en toda la región es un elemento perturbador. Sabido es que el dirigente bolivariano no aspira solo a dirigir su país, sino también a ejercer una gran influencia sobre los demás estados de la zona.

Junto al seguidismo de Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador es otro alumno aventajado de Chávez. No obstante, le diferencia del líder cocalero su formación universitaria (en Europa) y sus firmes creencias cristianas en un contexto claramente católico. Del absoluto fracaso de la Asamblea Constituyente de Bolivia debe aprender. Este país andino está fracturado y tiene un alto nivel de confrontación. Correa debe evitar para Ecuador esa senda. Así, deberá hacer algo tan sano en democracia como dialogar y no soliviantarse por las críticas que otros le hacen. Tiene por delante el reto de poner en marcha un país en el que nadie se sienta excluido, eliminar la abundante corrupción (el tercer país tras Haití y Venezuela), fortalecer las instituciones y combatir la pobreza. Para ello, no son necesarios populismos demagógicos.

Jesús López-Medel, diputado por Madrid (PP). Observador de la OEA en Ecuador en el 2006.