Una oportunidad para filántropos

Se percibe una contrariedad en la corriente principal. Últimamente comparten desvelos las multinacionales, los medios, los docentes y los activistas de sofá y cuesco. A todos les preocupa mucho que al acabar la pandemia vuelva el mundo a girar como siempre porque estaríamos matando al planeta. Mientras nos marchitábamos confinados, la pelota azul respiraba tranquila y caían la polución, el ruido y los accidentes de tráfico. Ya te digo.

Pero es del daño infligido por Walt Disney de lo que nunca se recuperará el mundo. Porque una cosa eran las fábulas de Esopo y otra la prosopopeya universal inoculada a todos los niños del mundo urbano. En el campo sabían distinguir entre reírse con Bugs Bunny y cogerle cariño al conejo que vas a preparar al ajillo. El ecologismo está hoy centrado en lo climático, que da más dinero, pero sigue siendo tan ajeno a la naturaleza como la poesía pastoril. Ambos esteticismos mecen a un monstruo. Esto ya lo vio Carlos Marx; quizá lo único que subsista del sablista de Tréveris sea la conciencia de la obligación existencial de domeñar la naturaleza que poseemos los retrógrados.

Las víctimas de Disney crecieron y la prosopopeya alcanzó a la propia Tierra. Circunstancia agravada por la confluencia de varios factores: el inexplicable predicamento moderno de la Pachamama; la operación de marketing espiritual con que los jesuitas, tan dados al sincretismo, celebran lo anterior; una querencia por el panteísmo en las mentes menos reflexivas y más impresionables; el resurgimiento de los nacionalismos, que siempre excitan mucho, incluso sexualmente, a sus envenenados seguidores con la cosa del suelo. Empiezas atribuyendo derechos a las rocas sobre los vecinos -como el derecho a erradicar la lengua de la mayoría porque no es la propia de los lagos y las flores y los ruiseñores- y acabas genuflexo ante el planeta.

Creo que lo que desagrada a la corriente principal somos nosotros, los humanos. Les fastidian sobre todo las señales que emiten quienes no creen en las pamplinas de las multinacionales woke, o despertadas a la conciencia del hombre nuevo. Y ese hombre nuevo, subrayémoslo, no es el del comunismo. Empieza a resultar enojosa la brocha gorda del «marxismo cultural». Al hombre nuevo de ahora, Marx lo habría considerado indeseable, débil y alienado. Pero, ¿cómo no emitir señales de alarma, e incluso de SOS, cuando tu proveedor de energía habla como tu prima cooperante de Cáceres, o cuando tu banco te coloca píldoras de pedagogía barata en plan Summerhill como si fuera el marido podemita de Pili la del quinto?

Lo que les duele a los ingenieros sociales de todas las escalas no son tanto los muertos con cuyas cifras juega Simonilla, tan numerosos que van perdiendo peso (se tienen que repartir el pesar entre más). Lo que les duele es que vaya a regresar la normalidad y sea normal. O sea, tal como era cuando todo se interrumpió. Así que han decidido que no, que desacreditar el concepto de lo normal es tarea hercúlea, pero que adjetivando la normalidad como «nueva» pueden traer una anormalidad del siete a la vuelta de la peste y hacérnosla tragar.

El Foro Económico Mundial, cada vez más parecido a las Juventudes Socialistas de Albacete, está dispuesto a acelerar la historia, que ya venía acelerada. En la línea de una siniestra sesión de coaching universal, nos señalan que la Coviz, que diría Ruiz-Quintano, es una oportunidad. Como somos de buena pasta, de entrada nos entran unas ganas tremendas de saltar de alegría por esa bendición que ha enviado el cielo. Pero para que el coaching te anule por completo el raciocinio y la dignidad tienes que ser un poco luterano, y aquí pinchan en hueso. Moderamos pues la exaltación inicial, atravesamos unos instantes de extrañeza y por fin nos centramos y reaccionamos: ¿Oportunidad? ¡La Coviz es una maldición del infierno y queremos volver a lo de antes! ¿Qué moto pretendéis vendernos?

Uno cree estar releyendo «Gog», donde Giovanni Papini presintió el fin del mundo, que llegaría pronto en forma de Segunda Guerra Mundial. Lo que interpreto como trompetas que anuncian el fin son opiniones e ideítas enfocadas al bien común, igual que en «Gog». Propuestas disparatadas de personajes respetadísimos. Gog, que financia y escucha, vendría a ser un Soros. Y donde antes desfilaban Henry Ford, Lenin o H. G. Wells veríamos hoy pasar a Klaus Schwab, Bill Gates o Mark Zuckerberg.

El padre de la marca Ford y de la producción en cadena se tenía por filántropo mientras difundía «Los Protocolos de los sabios de Sión». La admiración que sentía hacia Hitler solo era superada por la que Hitler sentía hacia él. De Lenin no vale la pena consignar nada porque cualquier lector de ABC que haya llegado hasta aquí ya conoce los logros del personaje. El brillante novelista H. G. Wells, que revolucionó la ficción científica, también tenía, como buen intelectual socialista, firmes convicciones, siempre filantrópicas: la eugenesia sin contemplaciones en primer lugar. De los términos hondamente racistas que el progresista Wells empleaba nada dice la Wikipedia.

Intelectuales y políticos progresistas, de Keynes a Allende, defendieron la eugenesia, y no solo en términos de esterilización de quienes ellos consideraban seres «fallidos». La vieja preocupación por la sobrepoblación del mundo ha vuelto. Contra toda lógica, sus defensores no se arrojan por acantilados sino que teorizan sobre quién sobra, y dónde. Y en eso siguen, convencidos de su filantropía, difundiendo sus ocurrencias, alabados por todos, en una ceremonia de la que el futuro se avergonzará.

Juan Carlos Girauta

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