Una oportunidad para muchos

Hoy la atención del mundo estará centrada en Pakistán, y con razón. Existen muchas razones para ello, pero conviene ordenarlas por orden de importancia. La primera y la más determinante, es que estas elecciones son cruciales para los paquistanís, para los hombres y mujeres de ese país, que tienen tanto derecho a intentar vivir mejor como cualquier otro. Y se esfuerzan. La segunda es porque está en juego, de un modo u otro, un importante movimiento o bien hacia una mayor estabilidad regional o bien hacia la dirección contraria. Y en este sentido, las relaciones de Pakistán con Afganistán son uno de los puntos clave para entender el problema afgano y para intentar solucionarlo. Aunque cabe adelantar que lo que pasa en Afganistán no es responsabilidad exclusiva de Pakistán. De hecho en Afganistán hay, sobre todo, una guerra civil (¡desde 1973!) en la que se ha metido demasiada gente, desde la Unión Soviética a Estados Unidos, pasando por Pakistán, Arabia Saudí y otros varios. Demasiada gente en la cocina, como dicen en Oriente Medio.

Pero, además, Pakistán tiene armas nucleares --aunque los expertos aseguran que esta variable está severamente controlada por sus responsables militares, políticos y científicos--, y tiene un contencioso abierto con la India, también potencia nuclear y con la disputa de Cachemira de por medio.

Y la tercera razón que subraya la importancia de estas elecciones es más global, pues la sombra de la sospecha en relación a la galaxia Al Qaeda se cierne sobre Pakistán. Pero a este respecto es imprescindible subrayar algunos datos. Ante todo, nadie cuestiona que la llamada zona tribal, entre Peshawar y Quetta, es un río de aguas revueltas, pero lo cierto es que nunca, desde al menos el siglo XVII, ni Kabul ni Rawalpindi (Islamabad fue creada en los años 60), ni el Imperio Británico en tiempos, han logrado administrar (en el sentido de gobernar con normalidad) las zonas tribales. Es necesario subrayar, también, que solo en el 2007 Pakistán ha perdido cerca de 800 soldados en combate en dichas zonas tribales, contra talibanes y señores de la guerra. Es un alto precio y Washington no debería hacer acusaciones a la ligera. Pero, sobre todo, si Pakistán ha sido y es tierra de reclutamiento para Al Qaeda, es también su objetivo, y sus habitantes, víctimas de salvajes ataques terroristas. Al Qaeda ha matado a muchos musulmanes en Pakistán.

Y, sin embargo, contradiciendo muchas simplificaciones, estas elecciones se presentan abiertas, competitivas, y el envite de fondo es real. A pesar de su perfil autoritario, bajo Musharraf ha seguido funcionando un entramado institucional: además y aparte del presidente, un Gobierno, un Parlamento bicameral, una compleja Administración federal, además de una sociedad civil relativamente densa (sobre todo en medio urbano) y un abanico de medios de comunicación bastante abierto.

Doy fe de que en abril y mayo últimos, por ejemplo, los medios de comunicación paquistanís informaban y debatían abiertamente y sin metáforas de la subterránea negociación entre Musharraf y Bhutto (esta todavía en el exilio), sobre las condiciones en que se debían realizar las elecciones. A esta dinámica se sumó en octubre el tercer gran partido, la Liga Musulmana de Pakistán (LMP-N) de Nawaz. En el Parlamento saliente, además de los tres principales partidos (el PPP de Bhutto, la Liga Musulmana de Musharraf (LMP - Q) y la Liga Musulmana de Nawaz, están representados otros 14 partidos o coaliciones.

Antes del atentado que costó a vida a Bhutto, las encuestas daban una especie de empate a tres, cada uno entre el 23 y el 25% de los votos, aunque todo parece indicar que el asesinato de la popular líder del PPP propulsará a su partido hacia un resultado muy superior. Nuevamente, la prensa especula acerca de los contactos en curso entre el PPP y la LMP de Nawaz para formar coalición, mientras que probablemente la LMP-Q buscará consolidar la alianza que ya le permite gobernar la provincia de Beluchistan con el MMA (Muttahida Majlis e Amal), una interesante pequeña coalición de partidos islamistas institucionales, comprometidos --desde su obvia confesionalidad islámica-- a jugar exclusivamente en el terreno parlamentario. La presencia de este tipo de partidos, aunque su intención de voto sea limitada (no llega al 10%) es esencial para deslegitimar a los islamistas radicales que juegan a fondo no solo contra Musharraf o Bhutto, sino contra el sistema institucional en su conjunto.

En otras palabras, técnicamente Pakistán es un país sumido en una larga y compleja transición, que avanzará por momentos de oportunidad y tendrá incidencias graves como el asesinato de Bhutto y otros actos de violencia. El país vive un episodio más de su larga tradición de tensiones entre dos ejes: el del Gobierno civil frente al poder militar, por un lado, y el del integrismo inmovilista frente al concepto de modernidad y sociedad abierta, por el otro. Es esencial para todo el mundo que, como ha ido sucediendo en Indonesia, se demuestre que su perfil socio-religioso no es incompatible con un sistema institucional más estable, donde la lucha política sea menos destructiva, y donde la gente pueda ejercer el derecho a vivir mejor.

Pere Vilanova, catedrático de Ciencias Políticas de la UB.