Una oscura empresa de demolición

A quien haya tenido la suerte de leer a Daniel Kahneman, psicólogo israelí y premio Nobel de Economía, le resultará muy familiar el barómetro del CIS. A mí me ha cogido, precisamente, con «Pensar rápido, pensar despacio» a medias. Muchos de los sesgos en la formación de juicios y en la elección entre distintas opciones, ámbitos cuya sistematización es parte capital de la obra de Kahneman y Amos Tversky, aparecen ejemplificados en la encuesta trampa de Tezanos. Se diría que la verdadera especialidad del viejo socialista es favorecer los errores sistemáticos de juicio de nuestra maquinaria mental.

Con el atrevimiento que confiere la impunidad, Tezanos va esta vez unos pasos más allá en su chiquero dizque científico. Ante situaciones excepcionales, mentiras excepcionales. Entre la hojarasca habitual de sus marcos trucados y sus capciosidades de rigor, esta edición de la gran trola nos cuenta que, desde que hay pandemia, la gente cree que la economía va viento en popa.

Justo antes, no era así. El personal era tan pesimista que apenas el 8% consideraba que la economía iba bien. Pero ha sido llegar la peste y ¡zas! El 52% se ha venido arriba y solo ve vacas gordas. Mientras, el FMI predice que el PIB español caerá este año un 8%. Todo el decrecimiento de la larga crisis de 2008 en un solo año. Es más, si vamos a otros gabinetes de estudio, por ejemplo el de UniCredit, la caída prevista es de un 15’5%.

El turismo representa un 13% de nuestra economía, y se ha congelado. Es difícil imaginar el momento en que ese potente motor vuelva a ponerse a pleno rendimiento. Las perspectivas de un «distanciamiento social» largo casan mal con él. Un millón de autónomos se está ahogando. Las ventas de automóviles han caído un 70% en marzo. Etcétera. Y, con todo, más de la mitad de los españoles están encantados con la marcha de la economía. CIS dixit.

Cuando alguien te intenta vender esa burra, no es de extrañar que, ya puestos, te cuele en el mismo paquete una mayoría abrumadora, una unanimidad técnica, un apoyo como el que le dieron a Ceaucescu en el último congreso de su partido, donde todos los compromisarios sin excepción -tres mil y pico creo que había- eran agentes de Securitate. Al militante Tezanos no le bastaba con inventarse, qué se yo, un 58% de apoyo a Sánchez, un 63% ya en plan bestia. No: al presidente del Gobierno del país con más muertos por Covid-19 en relación a la población le apoyan en sus medidas contra la pandemia ¡más del 97% de los españoles! Los que faltan se habrán equivocado de casilla.

Todo es tan exagerado que al final resulta inútil, y no se lo ha tragado ni el más crédulo militante de la agrupación más exaltada de un PSOE sumido en culto al líder. Por eso el valor político instrumental del barómetro de Tezanos, que siempre es el de la profecía que busca cumplirse mediante su mera formulación, se auto destruiría en cinco segundos, como aquellas cintas magnetofónicas de Misión imposible, si no fuera porque contiene una cuchillada trapera a la democracia: la normalización de la censura.

La pregunta archicapciosa donde el CIS proyecta una España con una única fuente de información, que es la oficial, dibuja y colorea un golpe de Estado, pues plantea como posible y deseable, desde ese mismo Estado (el CIS depende de Presidencia), la desaparición de derechos fundamentales intocables. Y no es una pieza suelta, no es el exceso de celo servil del militante y exdirigente socialista Tezanos: es parte de una estrategia de mayor alcance. A su lado, y con las mismas intenciones liberticidas, avanza contra nosotros la tropa verificadora, los que se arrogan la potestad de establecer lo que es verdadero o falso. Junten las dos cosas: pretender privar a los ciudadanos de fuentes de información independientes y, a continuación, etiquetar como falso, como bulo, como fake cuanto no se atenga a dichas informaciones.

Ello arrojaría directamente al terreno de la falsedad, y convertiría en censurable, todo aquello sobre lo que el Gobierno decidiera no informar. Por ejemplo, el verdadero número de víctimas mortales del Covid-19, su identidad y el contexto de su fallecimiento. Por ejemplo, el íter preciso de las adquisiciones fallidas de material sanitario. Por ejemplo, los responsables de decisiones como no comprar por los canales habituados al sector sanitario, las razones para escoger a ciertos intermediarios, la identidad de estos y los resultados efectivos de todo ello en términos de retrasos, incumplimientos, partidas que no se corresponden con lo comprado, otras que no llegaron nunca, etc.

Una opacidad, una oscuridad total y comodísima para un gobierno que, en coherencia con lo anterior, ha anulado el Portal de Transparencia, ha obstaculizado cuanto ha podido el control parlamentario de la oposición y ha invertido los términos de su relación con esta. Si la oposición le exige explicaciones cumpliendo con su deber, es desleal. Y fascista. Si la oposición no se suma al pacto de silencio que de forma bastarda llaman Pactos de la Moncloa -manoseando la historia de nuestra democracia- es ella la que no está a la altura, es ella la que merece lupa, examen, juicio y condena.

Vox es un partido de la oposición que, guste o no guste, es el tercero de España. De él no cabe esperar ninguna escenificación de consenso. Está claro que solo lanzará acerbas críticas y que mencionará constantemente a los miles de muertos reconocidos. Son unas críticas algo menos crudas que las que la izquierda patria se permitió cuando el sacrificio del perro Excalibur, dada la actual imposibilidad de organizar manifestaciones. ¿Qué hacer? Acusar a Vox de una serie de delitos y poner la cosa en manos de una Fiscalía cuya jefa viene de ocupar un ministerio y de ser reprobada ¡tres veces! por el Parlamento.

Esas acciones no tienen la menor posibilidad de prosperar, pero lanzan un mensaje clarísimo al resto de la oposición. Hay que ver qué susceptibles son los que llamaban a Rajoy indecente, pedían guillotina para el Rey y administraban jarabe democrático en forma de escarche a sus adversarios. Porque eso es el gobierno. Esa oscura empresa de demolición.

Juan Carlos Girauta

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