¿Una pandemia de desglobalización?

El brote del nuevo coronavirus, COVID-19, que comenzó en Wuhan, China, podría convertirse en una pandemia mundial. Casi 50 países han confirmado casos del virus, sin que esté clara hasta ahora la naturaleza precisa del mecanismo de transmisión.

Las pandemias no son únicamente tragedias de enfermedad y muerte. La omnipresencia de tales amenazas a gran escala, y la incertidumbre y el miedo que las acompañan, conducen a nuevos comportamientos y creencias. Las personas se tornan en más suspicaces y más crédulas. Sobre todo, se convierten en personas menos dispuestas a comprometerse con cualquier cosa que parezca foránea o extraña.

Nadie sabe cuánto durará la epidemia de COVID-19. Si no se hace menos contagiosa con la llegada del clima primaveral en el hemisferio norte, las poblaciones nerviosas de todo el mundo tendrán que esperar hasta que se desarrolle y se implemente una vacuna. Otra variable importante es la eficacia de las autoridades de salud pública, que en muchos países son significativamente menos competentes que en China.

De cualquier manera, los cierres de fábricas y las suspensiones de producción ya están perturbando las cadenas mundiales de suministro. Los productores están adoptando medidas para reducir su exposición a vulnerabilidades de larga distancia. Hasta ahora, por lo menos, los comentaristas financieros se han centrado en los cálculos de costos para determinados sectores: los fabricantes de automóviles están preocupados por la escasez de piezas; los fabricantes de textiles por insuficiencia de telas; los comerciantes minoristas de artículos de lujo están ávidos por encontrar clientes; y, el sector turístico – y, dentro de él de manera especial los cruceros – se ha convertido en caldo de cultivo para el contagio.

Sin embargo, se ha reflexionado relativamente poco sobre lo significa el nuevo clima de incertidumbre para la economía mundial en general. El momento que las personas particulares, las empresas, y quizás incluso los gobiernos, deliberen a profundidad sobre las consecuencias a largo plazo que conlleva la crisis causada por el COVID-19 tratarán de protegerse mediante complejos contratos de contingencia. Es fácil imaginar, por ejemplo, la estructuración de nuevos productos financieros para pagar a los fabricantes de automóviles en caso de que el virus alcance un determinado nivel de fatalidad. La demanda por innovadores contratos puede inclusive fomentar nuevas burbujas, a medida que se multipliquen las posibilidades de ganar dinero.

La historia ofrece precedentes intrigantes sobre lo que podría venir a continuación. Consideremos la famosa crisis financiera que sobrevino tras la “tulipomanía”, también llamada ‘manía de los tulipanes’ en los Países Bajos entre los años 1635 y 1637. Este episodio es específicamente conocido porque sus lecciones fueron popularizadas por el periodista escocés Charles Mackay en su libro publicado el año 1841: Memoirs of Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds. Para Mackay, la crisis de los tulipanes parecía anticipar las oleadas especulativas de capitales en los ferrocarriles y otros emprendimientos industriales en América del Norte y del Sur durante su propia época. A lo largo del libro, el autor exprime a más no dar lo humorístico del episodio, contando historias de marineros ignorantes que literalmente engullían fortunas al confundir los bulbos de tulipán con cebollas.

No obstante, y tal como nos recuerda la historiadora cultural Anne Goldgar, Mackay olvidó mencionar que la manía coincidió con la excepcionalmente alta mortalidad causada por la peste, que fue diseminada por los ejércitos que lucharon en la Guerra de los Treinta Años. La peste golpeó a los Países Bajos en el año 1635, y alcanzó su punto máximo en la ciudad de Haarlem entre agosto y noviembre de 1636, que es precisamente cuando entró en apogeo la manía de los tulipanes.

La gran afluencia de capital especulativo dirigido a los bulbos de flores fue fomentada por una ola de inesperados dineros en efectivo que eran acumulados por los sorprendidos herederos de las víctimas de la peste. Los tulipanes sirvieron como una especie de mercado de futuros, debido a que los bulbos se intercambiaban durante el invierno cuando nadie podía examinar las características de la flor. También se convirtieron en objeto de contratos complejos, como por ejemplo uno que estipulaba un precio a pagar si los hijos del propietario aún estuviesen vivos en la primavera (de lo contrario, las bulbos se transferirían gratuitamente).

La especulación financiera en este entorno bestial y apocalíptico nació de la incertidumbre. Pero, a menudo se ha reinterpretado como evidencia de un materialismo codicioso, el fracaso del cual lleva a una imputación por lujos impíos y exotismo foráneo. Los tulipanes, al fin y al cabo, originalmente provinieron de la Turquía otomana, una cultura forastera.

Al igual que en la actualidad, la epidemia de peste de la Edad Moderna en Europa generó vastas teorías conspirativas. Cuanto menos obvio sea el origen de la enfermedad, más probable era que se atribuyera a alguna influencia maligna. En aquel entonces circularon historias sobre siniestras figuras encapuchadas que iban de puerta en puerta “ungiendo” superficies con sustancias contagiosas. A los forasteros – comerciantes y soldados extranjeros – así como a los pobres marginados, se lo señalaba con el dedo y se los consideraba como los culpables

Una vez más, una fuente del siglo XIX ofrece lecciones poderosas para la actualidad. En la novela del año 1827 de Alessandro Manzoni,The Betrothed (I Promessi Sposi), la trama alcanza su punto culminante durante el brote de peste en Milán en la década de 1630, misma que se consideró como un flagelo introducido por los extranjeros, entre ellos se culpabilizó también a la monarquía española de los Habsburgo que gobernaba Milán. La novela se convirtió en un potente catalizador para el nacionalismo italiano durante la Unificación Italiana, denominada en italiano como el Risorgimento.

No es de extrañar que la epidemia de COVID-19 ya desempeñe un rol dentro de las narrativas nacionalistas de la actualidad. Para algunos estadounidenses, los orígenes chinos de la enfermedad simplemente reafirmarán la creencia de que China representa un peligro para el mundo y que no es posible confiar en que este país se comporte de manera responsable. Al mismo tiempo, es probable que muchos chinos vean algunas medidas estadounidenses para combatir el virus como medidas motivadas racialmente y destinadas intencionalmente a bloquear el ascenso de China. Teorías de conspiración sobre que fue la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) la que creó el virus ya circulan. En un mundo inundado de desinformación, el COVID-19 promete aportar aún más desinformación.

Como demostró el historiador holandés Johan Huizinga, el período posterior a la Peste Negra en Europa resultó ser el “menguante de la Edad Media”. Para él, la verdadera historia no estuvo meramente compuesta por las secuelas económicas de una pandemia, sino que  incluyó el misticismo, el irracionalismo y la xenofobia, que fueron los que finalmente pusieron fin a una cultura universalista. Del mismo modo, es completamente posible que el COVID-19 precipite el período “menguante de la globalización”.

Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University and a senior fellow at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German economic history and on globalization, he is a co-author of the new book The Euro and The Battle of Ideas, and the author of The Creation and Destruction of Value: The Globalization Cycle, Krupp: A History of the Legendary German Firm, and Making the European Monetary Union. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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