Una pandemia debería ser un gran ecualizador. Esta tuvo el efecto contrario

En Brooklyn, en la ciudad de Nueva York, unas personas reciben comida fuera de una mezquita y centro cultural el 18 de septiembre de 2020. (Spencer Platt/Getty Images)
En Brooklyn, en la ciudad de Nueva York, unas personas reciben comida fuera de una mezquita y centro cultural el 18 de septiembre de 2020. (Spencer Platt/Getty Images)

Las pandemias deberían ser un gran ecualizador. Afectan a todos, ricos y pobres, negros y blancos, de la ciudad y el campo. Incluso el presidente de Estados Unidos contrajo el coronavirus. Sin embargo, el COVID-19 en realidad ha tenido el efecto contrario. El virus está dándole paso al mayor aumento de desigualdad económica en décadas, tanto en Estados Unidos como a nivel mundial.

A pesar de la preocupación por la desigualdad en Estados Unidos, vale la pena señalar que la desigualdad global —la brecha entre los más ricos y los más pobres de todo el mundo— había disminuido en las últimas décadas. Gracias al crecimiento de China, India y otros países, la proporción de personas viviendo en pobreza extrema (menos de dos dólares al día) es menos de una cuarta parte de lo que era en 1990.

Pero un asombroso conjunto de estadísticas recopiladas por The Economist muestra cómo años de progreso se están desmantelando en cuestión de meses. El Banco Mundial estima que alrededor de 100 millones de personas están volviendo a caer en la pobreza extrema este año. África subsahariana, que había disfrutado de un crecimiento económico anual durante los últimos 25 años, se reducirá en 2020. El Programa Mundial de Alimentos —ganador del premio Nobel de la Paz de este año— estima que el número de personas que padecen hambre se duplicará este año a 265 millones de personas. La Fundación Bill & Melinda Gates advierte que las tasas de vacunación infantil son tan bajas como hace más de dos décadas. Detrás de todas estas estadísticas hay seres humanos que están hambrientos o enfermos, y cuyos hijos están cada vez más débiles, desesperados y privados de esperanza.

La división entre ricos y pobres es marcada incluso en Estados Unidos. Dos nuevos estudios estiman que entre seis y ocho millones de personas han caído en la pobreza en los últimos meses. Millones de estadounidenses no pueden pagar sus facturas del servicio eléctrico o están saltándose comidas para poder ahorrar dinero. Una encuesta reciente reveló que 38% de las personas que han perdido su empleo debido al COVID-19 no tienen ni un mes de ahorros.

Consideremos cómo la pandemia está ampliando la desigualdad en Estados Unidos. El Post analizó datos del Departamento de Trabajo sobre cómo las últimas cuatro recesiones afectaron al 25% superior de los asalariados frente al 25% inferior. En las recesiones de 1990, 2001 y 2008, ambos grupos perdieron empleos casi al mismo ritmo, lo cual fue un pequeño porcentaje. En la recesión actual, el 25% más rico, después de una leve caída inicial, se ha recuperado por completo. Por otro lado, el 25% más pobre se ha hundido, experimentando más de 20% de pérdidas de empleo. Podemos ver cómo ha sucedido esto. Para aquellos cuyos trabajos pueden realizarse de forma remota —banqueros, consultores, abogados, ejecutivos, académicos— la vida continúa con algunos pequeños contratiempos. Para quienes trabajan en restaurantes, hoteles, cruceros, parques de diversiones, centros comerciales, etc., el trabajo simplemente ha desaparecido.

La tragedia de todo esto es que sabemos lo que tenemos que hacer. En marzo, el Congreso y el gobierno de Estados Unidos actuaron de manera rápida y efectiva para aprobar un enorme paquete de estímulo económico, el cual fue tan exitoso que al parecer ha hecho que muchos en Washington se hayan confiado. Ya ese paquete expiró hace tiempo, y los dos partidos han vuelto a su guerra partidista. Los demócratas tienen razón al querer un paquete de ayuda mucho más grande que el que está ofreciendo el gobierno. Las ciudades y los estados no deberían ser castigadas por el colapso de los ingresos fiscales producto de la pandemia. Pero seguramente, el mejor camino para el país es que los demócratas acepten las concesiones que han logrado obtener de los republicanos y luego presionen por más después de las elecciones.

La semana pasada, Wolf Blitzer de CNN presionó a la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi (demócrata por California) sobre su negación a aceptar la oferta del gobierno de 1.8 billones de dólares. Su respuesta fue defensiva y combativa. De manera injusta acusó a Blitzer de ser un apologista del Partido Republicano. Mencionó algo sobre cómo los republicanos “no comparten nuestros valores” (por supuesto que no, por eso existen dos partidos y se tienen que hacer concesiones). Nada de eso terminó en una posición coherente en un momento de emergencia nacional. Los republicanos en el Senado bien podrían bloquear lo que ha ofrecido el gobierno del presidente Donald Trump. Ya han demostrado un gran descontento con la magnitud del paquete. Pero entonces, ¿por qué no aprobar el proyecto de ley y dejarle esa presión al líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell (Kentucky) y sus colegas republicanos?

No puedo evitar preguntarme si la relativa normalidad de la vida de las élites nos ha impedido comprender la gravedad del problema. Para aquellos de nosotros que usamos Zoom, las cosas han sido un poco extrañas y disruptivas. Pero para decenas de millones de personas en Estados Unidos —y cientos de millones en todo el mundo—, esta es la Gran Depresión. ¿Podemos ayudarlos, por favor?

Fareed Zakaria writes a foreign affairs column for The Post. He is also the host of CNN’s Fareed Zakaria GPS and a contributing editor for the Atlantic.

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