Una paradoja insospechada

En el cálido domingo de tardor, el 77,44% de los catalanes llenaron las urnas de esperanza; lo nunca visto en unas elecciones autonómicas. Y la paradoja arrancó la misma noche electoral cuando, entre la bulla victoriosa del sí –que bañó el Born barcelonés de esteladas– y gargantas al viento, al grito de un sol poble, llegaron las declaraciones sucesivas de los líderes secesionistas. El primero, Homs: “Hemos conseguido hacer un referéndum, hoy el sí ha ganado en escaños y en votos’’; seguido, ya con la chaqueta puesta, por Junqueras: “Se han escrito las páginas más gloriosas de nuestra historia”, y añadió: “El qué lo han decidido los catalanes, ahora hay que negociar el cómo con el Gobierno español y el conjunto de la comunidad internacional”; y para concluir, el estrambote de Mas: “Había ganas de votar en Catalunya, los que negaban el carácter plebiscitario de estas elecciones ¿qué dirán ahora, con el 76% de participación? ¡Claro que es un plebiscito!”.

Y así fue como fueron enredándose en su propio embeleco, tras haber ganado las elecciones autonómicas y haber perdido el plebiscito independentista. Conclusiones, pues, apresuradas. A todas estas, el cabeza de lista de la CUP se contoneaba en Twitter: “Al Estado español, sin rencor, adéu”.

Una paradoja insospechadaEntretanto –y como prueba de que el signo de este tiempo es la volatilidad– sonrisas de alivio en la calle Nicaragua, ante los resultados del mago Iceta, el más bailón en la campaña y el más sereno en la noche electoral: “Tras la dramática escisión en el PSC, estos 16 escaños son un éxito”. Y eso que acostumbraban a igualar el obtenido ahora por los segregacionistas.

Malos resultados de los pactistas, especialmente Unió, desaparecida en combate cuando hace apenas dos meses gobernaba con Convergència. Derrota, momentánea, de Duran Lleida que –no se equivoque nadie– desempeñará un papel nuclear en la magna tarea del encaje.

Descalabro formidable del PP, en su intento de hacerse con el voto de los catalanes que también se sienten españoles. Al exalcalde de Badalona no sólo le faltó tiempo –hasta el 28 de julio no le encargaron la tarea– sino también discurso para hacerse condonar los errores previos. Parcos resultados para contar en territorio tan neurálgico.

Ciudadanos ha hecho acopio de votos en, al menos, tres caladeros (PP, PSC y CiU), lo cual supone un excelente balance. Las urnas han premiado la frescura y espontaneidad de la jerezana Arrimadas. Mientras, Rivera, con la cabeza ya en Madrid, alienta el cambio: “Tenemos que reconstruir juntos un proyecto común para toda España”.

Los resultados de Podemos, desmayados, sobre todo, para Pablo Iglesias, que –desde Madrid– justificaba así el chasco: “Nuestro mayor reto ha sido apostar por la responsabilidad, no sacrificarla por razones electorales”.

Hay coincidencia en que el derrotado –la paradoja– ha sido Mas pues quería la independencia y ha perdido su plebiscito. Se ha quedado con 30 escaños, ha desunido su coalición –eje importante de la vida política de las últimas décadas–, ha diluido y privado de singularidad su propia ideología y corre serio peligro de no ser investido presidente de la Generalitat. El sumatorio de evidencias podría desembocar en el cumplimiento de la primera condición –la interlocución– que ya adelantamos.

Los resultados revelan un viraje a babor, un avance del nacionalismo ya independentista, lo que situaría a Esquerra –otra paradoja– en el centro del tablero y la mutación del catalanismo político, que al pasar a ser secesionismo, se coloca en trance de consunción.

La expresión extrema de este giro a la izquierda la desmenuza el cabeza de lista de la CUP, de quien depende la investidura de Mas y que ha demostrado que la política también se puede hacer con una sonrisa. Primero llama a la insurrección: “La legalidad española debe ser desobedecida cuando vaya en contra de la gente”; después, tras invitar a la ruptura con la monarquía, las leyes del mercado y la troika, asusta: “Somos muchos y estamos determinados”. Concluye, no obstante, con coherencia: “Con mayoría de escaños se puede formar gobierno pero sin mayoría de votos no se legitima la independencia”. El reconocimiento de una evidencia que se esperaba de quienes han hecho una lectura irreal de los resultados.

Tampoco cabe obviar la unión de Convergència y ERC, para disimular al president –cuarto en la papeleta–y al padre de Catalunya – ausente del debate–. Por cierto, ¿dónde votó? El muy cuco se había cambiado de colegio para la ocasión. Madrugó, eludió las cámaras y apareció sonriente, acompañado de la dona, en otro colegio alejado de General Mitre.

La sociedad civil catalana, que ha vuelto a dar otra lección de democracia, está fracturada, con un conflicto de interpretación –por delante– que puede seguir envenenando la vida política entre ambas orillas; la independencia era un derecho y se ha convertido en una obligación, por más que el 47% no pueda imponérsela al otro 53%; los rupturistas no han logrado configurar un programa pero tienen que formar gobierno y el debate urgente tras las generales seguirá siendo el encaje de Catalunya en España, hoy entre la ruptura unilateral y el quietismo.

Decía Talleyrand que todo lo que es excesivo es insignificante. Quienes buscaban convertir en plebiscito unas elecciones autonómicas –mezclando votos y escaños– han quedado atrapados en una confusión inducida que ha tenido un efecto contrario al deseado. Por ello, la victoria, siendo voluminosa, se vuelve insignificante para los objetivos marcados. Y ahí radica la paradoja –aunque siempre quede la duda de que sea insospechada– de quienes celebrando la victoria lamentaban su derrota en unas elecciones que, además, dejan un poso de debilidad, confusión y malestar generalizado, como si se tratase de un postoperatorio.

Por eso, y para que la concordia sea posible: serenidad, legalidad y democracia.

Luis Sánchez-Merlo, exsecretario general de la presidencia del Gobierno (1981-1982)

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