Una política exterior sin complejos

Por Emilio Menéndez del Valle, embajador de España y eurodiputado socialista (EL PAIS, 31/03/04):

Sin complejos. Por primera vez en años, la iniciativa en política europea y en política exterior es nuestra, española. Del Gobierno y de la sociedad españoles. Del Gobierno que ha ganado las elecciones y que mucho antes de ellas defendía un nuevo rumbo para la Unión Europea y que se opuso, cuando todavía era oposición, a la planeada invasión de Irak sin la aprobación de la ONU.

Iniciativa también de la sociedad española, que es preponderante, europeísta y que durante los primeros meses de 2003 fue líder y articuló lo que entonces denominé OPEC (opinión pública europea común) y que se fue extendiendo por Europa como opción política y moral de primer orden. Rodríguez Zapatero asumió en primera persona esa opción y no vaciló en participar en las manifestaciones, lo que le acarreó la calificación de "pancartero", que el sector cavernícola de la derecha española despectivamente le aplicó y sobre lo que centenares de miles de votos jóvenes construyeron un trampolín de dignidad que ha acabado llevando a un nuevo dirigente a La Moncloa.

Conviene delimitar las opciones y posibilidades que se abren al nuevo Gobierno de España en relación a Europa y a la política exterior inmediata. Por ésta entiendo lo que algunos han llamado patata caliente que ha de manejar el Gobierno socialista. Pero el problema no consiste en retirar o no las tropas españolas en Irak. Cualquiera que haya escuchado las declaraciones del nuevo presidente del Gobierno in péctore en los distintos medios de comunicación no se llamará a engaño: Rodríguez Zapatero transmite confianza y credibilidad hacia la palabra dada cuando asegura que los soldados volverán a casa si la ONU no se hace cargo, verdaderamente, del control político, no solamente testimonial, de la situación en Irak.

La cuestión estriba en que el inminente Gobierno socialista en general y su presidente en particular desean cumplir la palabra dada a los millones de electores -incluidos los jóvenes que gritaban y continuarán gritando "ZP, no nos falles"- y simultáneamente convencer a la Administración de Bush no sólo de que tenemos todo el derecho para hacerlo, sino que además no deben interpretarlo como una acción hostil.

Sin complejos. Ni para la retirada de las tropas ni para protagonizar un papel destacado en Europa. Retirada de Irak, salvo que por fin la ONU asuma la autoridad que desde el inicio debió haber tenido y que habría evitado la guerra y la extensión del terrorismo de Al Qaeda a Irak, a España y a otros lugares. Un papel en la Europa ampliada -ni vieja ni nueva (algo que sólo existió en la militarizada cabeza de Donald Rumsfeld)- que José María Aznar se encargó de arruinar.

"Más Europa" era el lema por él adoptado durante la última presidencia española de la Unión. Sin embargo, se trataba de una superchería, porque para Aznar y su Gobierno, "Más Europa" equivalía a más intergubernamentalidad, menos supranacionalidad, más Estado y, sobre todo..., más Estados Unidos.

No basta ser europeo. Hay que ser europeísta y Aznar no lo era. Creyó poder ser líder atlantista e influir sobre Bush. Con esa finalidad hizo más viajes a EE UU que el propio Ariel Sharon, genuino aliado estratégico. Ignoro si nuestro presidente en funciones se percatará algún día de que -por razones culturales e históricas- en esa pretendida relación íntima Tony Blair era el original, y él, una copia. El paripé "atlántico" nos ha hecho perder un tiempo precioso con nuestros verdaderos socios de ese lado del océano, los pueblos latinoamericanos, que no adoran precisamente a la Administración de Bush. Ésa es otra historia, si bien no es superfluo recordar que Rodríguez Zapatero prometió en campaña electoral integrar a España en la Alianza para la Lucha contra el Hambre, el digno empeño lanzado hace unos meses por los presidentes de Chile, Brasil y Francia para ayudar a evitar las causas que terminan por provocar el terrorismo. Empeño e intención de Rodríguez Zapatero tomados a pitorreo por el aludido sector cavernícola, pero seriamente asumido por muchos votantes, jóvenes incluidos.

De todas maneras, y como decía al principio, hablo sobre todo de política exterior inmediata, que, además, desde el alevoso asesinato extrajudicial del jeque Yasin a cargo de Israel, cobra especial urgencia y da más relevancia al asunto iraquí. Fue siempre obvio que la invasión de Irak era ilegal, inmoral y basada en mentiras. Y, además, que llevarla a cabo sin solucionar previamente el conflicto israelo-palestino convertiría el tema en algo todavía mucho más peligroso ante la previsible reacción de la opinión pública árabe-islámica. Asesinar a Yassin -aparte de demostrar que el primer ministro israelí desprecia el plan del Cuarteto y que no desea la paz, sino apuntarse al "cuanto peor, mejor"- supondrá la exacerbación del odio y la inevitable complicación de la ya bastante caótica situación iraquí.

A partir de ello, la retirada de las tropas españolas adquiere un mayor sentido. No solamente los Estados Unidos engañaron inicialmente, sino que se están moviendo en dirección opuesta a la requerida al no condenar el asesinato extrajudicial de Yassin (cosa que sí ha hecho la Unión Europea), dando alas a Sharon y, por lo tanto, favoreciendo un estallido de venganza no ya islamista, fundamentalista islámica, sino simplemente islámica y árabe. En estas condiciones, ¿quién en el mundo musulmán puede pedir con éxito moderación en la respuesta? Por si fuera poco, los desatinados esfuerzos que Washington realiza para combatir a Al Qaeda (que debieron realizarse en otros lugares, pero no en Irak, donde no se hallaba presente antes de la invasión) resultarán dañados porque los líderes árabes moderados tendrán que cerrar filas en la condena del asesinato del jeque y distanciarse de EE UU.

Sin complejos, las tropas deben ser retiradas de Irak. ¿Qué puede ello suponer? De entrada, la reafirmación de la soberanía de España, un país democrático, al igual que Estados Unidos, que acaba de cambiar de Gobierno, Gobierno que desea ser coherente con los postulados defendidos antes de alcanzar el poder, algo que se supone Washington debe entender fácilmente. Dos, la convicción de que, en todo caso, si se desea aportar tropas para luchar contra el terrorismo, éstas deben situarse donde aquél existe, por ejemplo en Afganistán. Tres, una vez dada satisfacción al expreso deseo del pueblo español de rechazar la guerra de Irak en los términos por todos conocidos, nada impide que, ante nuevas circunstancias y condiciones, el Gobierno pueda plantear al Parlamento, con discusión pública, luz y taquígrafos, el envío de un contingente militar que coopere a la reconstrucción del país con un Gobierno iraquí democráticamente elegido y con una Constitución en ejercicio. Si es que la política de la Administración de Bush -algo que por el bien de todos nadie desea- no termina por hundir definitivamente las posibilidades de paz y prosperidad en Oriente Próximo y Medio. En definitiva, con los Estados Unidos, respeto, pero no sumisión. Cooperación, pero no dependencia. Y ya digo, sin complejos.