Una presidencia (idiomática) a medias

Una vez alcanzado el ecuador de la presidencia española del Consejo de la Unión Europea, ya es posible intuir cuál será el balance de este periodo: magro, magro. Probablemente, el primer semestre del año 2010 será recordado en los anales europeos como el semestre del rescate de Grecia, un episodio que está poniendo de manifiesto una verdad elemental: que en la Unión manda más la cancillera de Alemania, Angela Merkel, que el presidente de turno, José Luis Rodríguez Zapatero. Y el episodio griego también ha puesto sobre la mesa un asunto que la presidencia española no había sabido anticipar, cual es la gobernanza económica de la Unión. Si uno repasa ahora el discurso pronunciado por Rodríguez Zapatero ante el Congreso de los Diputados el pasado 16 de diciembre, enseguida se da cuenta de que la gobernanza económica de la Unión no estaba entre las prioridades de la presidencia española.

A la hora de hacer el balance definitivo habrá también que ver en qué queda el documento de contribución del Govern de Catalunya a la presidencia española, que aprobó el Consell Executiu en su sesión del 13 de octubre del 2009, un documento, por lo demás muy maduro, que ilustra a la perfección el europeísmo secular de los catalanes, que cuando se lo proponen son capaces de hacer propuestas europeas en cualquier ámbito, desde las políticas marítimas integradas hasta la extensión de la banda ancha rural. Pero hay un capítulo de este documento en el que el fracaso ya empieza a ser evidente y es el del multilingüismo. El documento de José Montilla sugería que la presidencia española debía «asumir activamente el objetivo de la difusión del multilingüismo en la UE, a partir del proyecto según el cual todos los ciudadanos europeos dominen al menos tres lenguas –la propia, más otras dos lenguas–» y llegaba incluso a proponer un Acuerdo Europeo por las Habilidades Lingüísticas. ¿Alguien ha oído a Rodríguez Zapatero hablar alguna vez de esto? Ciertamente, en este asunto Zapatero no es un buen referente. Ni él mismo domina al menos tres lenguas europeas, ni el país cuyo Gobierno preside luce por el multilingüismo de sus gentes. Recién empezada la presidencia española, el CIS, que preside Belén Barreiro Pérez-Pardo, difundió los datos de un barómetro de opinión que exhibe, una vez más, el secular atraso español en esta materia: los españoles que dicen hablar inglés no son ni siquiera un tercio de la población. Y lo del lifelong learning que tanto gusta a la Comisión aquí es pura entelequia: más del 90% de los españoles no están aprendiendo ningún idioma extranjero.
Además de promover el multilingüismo europeo, el documento de José Montilla también solicitaba a Rodríguez Zapatero que diera una visibilidad adecuada a la realidad multilingüe de la sociedad española, con una referencia explícita en el portal de la presidencia española. Por un lado, es cierto que el portal tiene un acceso en catalán/valenciano –además de castellano, gallego, vasco, francés e inglés–. Pero, por otro, en realidad este acceso es ficticio. Basta comprobar cómo después de darle a Benvingut en la página de inicio, toda la información sobre lo que está pasando y lo que sucederá no está en la lengua de Ausiàs March, sino en la de Cervantes. Pero, acaso más grave que este multilingüismo de fachada es lo que la presidencia española cuenta a los europeos en una sección titulada Un país multilingüe. Para empezar hay un desequilibrio notorio: 785 caracteres para el castellano/español –así, con la barra–, y 230, para las otras lenguas oficiales. Otras lenguas que no son tres como explica el mismísimo portal de la UE –catalán/valenciano, gallego y vasco–, sino cuatro –catalán, gallego, valenciano y vasco–. Por si este secesionismo antieuropeo fuera poco, la presidencia española asegura que a estas lenguas oficiales se suman diversos dialectos [sic] emplazados en otras zonas del país, una lista que incluye el aranés –presentado como variante de una inexistente «lengua gascona», sin ninguna referencia al occitano–, el aragonés y el asturiano.

A la vista de este estropicio sociolingüístico, pocas esperanzas quedan para que la presidencia española dé impulso alguno al reconocimiento de la oficialidad del catalán/valenciano en las instituciones de la UE, tal como solicitaba, por fin, el documento de Montilla –y tal como establece, por cierto, un antiguo texto llamado Estatut d’Autonomia de Catalunya–. Pero no es solo que después de la presidencia española el catalán/valenciano se vaya a quedar igual que estaba, sino que corre el peligro de perder la pica que había logrado poner, no en Bruselas, pero sí en la Representación de la Comisión Europea en Barcelona. Si Zapatero no lo remedia, su presidencia europea corre el riesgo de ser recordada como la presidencia durante la cual la Comisión suprimió el puesto de traductor al catalán en su oficina de Barcelona, una supresión zafia donde las haya que no solo va en contra de los intereses catalanes, sino que echa por tierra los esfuerzos de la Unión para acercarse al conjunto de sus ciudadanos.

Albert Branchadell, profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB.