¿Una primavera árabe?

¿Es Túnez la primera ficha del dominó autoritario árabe en caer? ¿O se trata de un caso excepcional que no se debe considerar un precedente ni para el mundo árabe en general ni para el Magreb en particular? Los dictadores de la región han intentado descartar la “Revolución del Jazmín”, pero la chispa que saltó en Túnez podría propagarse –tal vez en cuestión de meses o años– a todo el mundo árabe.

De hecho, el muro de miedo se ha desmoronado, el pueblo ha hablado y podría estar próxima una “primavera árabe”. El mensaje procedente de Túnez, al menos hasta ahora, es claro: “Atención, regimenes autoritarios y corruptos, si no aplicáis reformas rápidas y profundas, vuestros días están contados”. El mayor peligro es el de que la Revolución del Jazmín siga el camino del levantamiento anticomunista de Rumania de hace veinte años y los subordinados del régimen expulsen a sus jefes para mantenerse en el poder.

Pero la mejor analogía para el Túnez de hoy es la de España en los años que precedieron y siguieron a la muerte de Francisco Franco. Al abrirse al mundo mediante el turismo y con su insistencia en la educación y los derechos de las mujeres, el régimen de Ben Ali creó algo excepcional en Oriente Medio: una pujante clase media, pero el régimen, como la dictadura de Franco, no trató a los miembros de la nueva clase media como a adultos, por lo que fomentó una frustración generalizada.

En vista de ello, sería un error, si no un peligro, comparar a Túnez y su Revolución del Jazmín con otros marcos nacionales de la región. No obstante, si bien Marruecos parece estable actualmente, ello es reflejo en gran medida de dos factores: la monarquía y la reforma. Un proceso de reforma –incluida la liberalización política–, encabezado por un grupo de tecnócratas que rodean al joven rey Mohammed VI, ha comenzado en serio, aun cuando los resultados sean modestos.

Además, Mohammed VI, como “Comendador de los Creyentes” que es, cuenta con una legitimidad “musulmana” de la que los dirigentes de Argelia y Egipto, dos de los regímenes más vulnerables de la región, carecen. Y Marruecos, a diferencia de Argelia, no padece la maldición del petróleo.

Aunque el caso de Túnez sea en gran medida excepcional, sería cortedad de miras descartar su potencial influencia en otros países de la región, donde muchos jóvenes árabes en esta época de Facebook y Twitter se sienten ahora “tunecinos”. También ellos se sienten humillados por la actuación de sus dirigentes y, más profundamente, su vulgar esencia despótica. También ellos tienen sed de libertad. Sea cual fuere el resultado de la Revolución del Jazmín y aun cuando no pueda llegar a ser para el mundo árabe lo que la caída del muro de Berlín fue para Europa, establecerá un “antes” y un “después”.

Es probable que el “después” ponga de relieve dos posibles modelos de desarrollo político para el mundo árabe: Turquía y el Irán. Si la ola revolucionaria iniciada en Túnez se extiende al resto del mundo árabe, ¿cuántos países se sentirán tentados por la apertura tunecina y cuántos por el fundamentalismo iraní?

Naturalmente, se trata de una dicotomía algo simplista. En el experimento turco con el “Islam moderado” hay zonas grises y, dejando aparte los mulás del Irán, hay motivos para la esperanza en el carácter resistente y vivo de la sociedad civil de este país.

Lo que está claro es la preferencia del Oeste por el modelo turco. La mayoría de los europeos pueden querer mantener a Turquía a una distancia prudencial, pero, al afrontar los cambios y el posible desorden, si no caos, en el mundo árabe, consideran favorablemente las posibilidades de Turquía de desempeñar un papel estabilizador.

Desde luego, la Historia nunca se repite, pero, ¿no podría algún tipo de orden neootomano ser la mejor reacción ante el riesgo de “caos árabe”? El Primer ministro Recep Tayyip Erdoğan de Turquía desempeña ya un papel cada vez mayor en la región y ha fortalecido su prestigio entre los árabes al adoptar una posición diplomática firme contra el sangriento asalto militar de Israel en junio de 2010 a una flotilla de ayuda con destino a Gaza y organizada por una organización benéfica turca.

Pero una cosa es ser popular y otra servir de modelo. Turquía está demostrando que el islam y la modernidad son compatibles, pero los turcos son los herederos del Imperio Otomano y el mundo árabe, al contrario de las esperanzas occidentales, puede no estar dispuesto a intercambiar su frustración actual por el humillante reconocimiento de que necesita el modelo de sus antiguos gobernantes para avanzar hacia la modernidad.

Sería peligroso dar por sentado que, después de lo sucedido en Túnez, la democracia en el mundo árabe está a la vuelta de la esquina, pero la creencia de que nada cambiará es igualmente ilusoria. Para bien o para mal, la Historia está en marcha en el mundo árabe... y poco es lo que Occidente puede hacer al respecto.

Dominique Moisi, autor de The Geopolitics of Emotion. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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