Una propuesta disparatada para el FMI

En la película Dangerous Minds, la actriz Michelle Pfeiffer interpreta a una ex marine de los Estados Unidos que se convierte en profesora de secundaria en un barrio marginado. En ese entorno difícil, en el que el desempeño académico dista de ser prioritario para los rebeldes adolescentes, al personaje de Pfeiffer se le ocurre una idea heterodoxa (y eficaz): cada estudiante comenzará el año con la nota más alta, pero de lo que haga luego dependerá que no la pierda. En un momento en que muchas economías emergentes están tan desalentadas como los alumnos de Pfeiffer, tal vez el guión de la película pueda servir de inspiración al Fondo Monetario Internacional.

Las economías emergentes habitan un mundo peligroso, caracterizado por la volatilidad de los flujos de capitales. Pero en vez de fiarse de que el FMI cumplirá su mandato de protegerlas de crisis de liquidez, prefieren protegerse solas acumulando grandes reservas de divisas internacionales. En este momento, las economías emergentes y en desarrollo tienen casi 7,5 billones de dólares prestados al Tesoro de los Estados Unidos; recursos que podrían usarse para financiar muy necesarios proyectos de infraestructura.

Lo curioso de este estado de cosas es que el historial de manejo de crisis financieras del FMI, aunque dista de ser perfecto, es bastante bueno. ¿Por qué entonces la renuencia a confiar en el Fondo?

Tal vez la razón más obvia sea el tiempo. Por razones históricas, los instrumentos del Fondo suelen ser más aptos para manejar crisis ya declaradas que para prevenirlas. Cuando los países piden ayuda al FMI, ya perdieron acceso a los mercados internacionales de capitales. Y aun así, tienen que embarcarse en largas negociaciones, durante las cuales la situación seguirá empeorando. Echar mano de reservas propias no será una opción ideal, pero al menos es rápida.

Pero el FMI también tiene una opción rápida. Su Línea de Crédito Flexible (LCF) otorga acceso inmediato e incondicional a los recursos del Fondo. Es el equivalente de un préstamo preaprobado que los países habilitados pueden obtener cuando quieran, según la fortaleza de sus fundamentos económicos y su historial de políticas. Esto lo convierte en la herramienta perfecta para evitar que el mero temor a una crisis de liquidez se convierta por sí mismo en realidad.

Pero los miembros del FMI no parecen interesados en la LCF. Siete años después de la creación de este instrumento, sólo lo usan tres países (Colombia, México y Polonia). Aunque no todos los 189 miembros del Fondo reúnen los requisitos de la LCF, hay mucho más que tres países habilitados. Otro instrumento similar, la Línea de Precaución y Liquidez, es todavía más accesible, pero sólo tiene dos participantes.

El problema es la estigmatización. Los países temen que inscribirse para la preaprobación (proceso de cuyas garantías de confidencialidad desconfían) enviará señales de riesgo de problemas económicos. Para peor, la solicitud puede ser rechazada, al momento de hacerla o en las sucesivas revisiones (cada uno o dos años), lo cual, en caso de divulgarse, causaría un perjuicio cierto a la confianza en sus economías.

Aquí es donde podría ser útil la estrategia de Pfeiffer. En vez de obligar a los países a ganarse la aprobación, el FMI podría crear un nuevo instrumento similar a la LCF para el que todos sus miembros ya estén preaprobados, salvo aquellos que no cumplan ciertos criterios en materia de políticas y fundamentos económicos. Las excepciones podrían identificarse como parte del proceso de supervisión pautado por el artículo 4 del convenio constitutivo del Fondo, lo que fortalecería dicho mecanismo. En cuanto al resto, el hecho de contar con crédito preaprobado reduciría considerablemente la tentación de autoprotegerse acumulando reservas.

Como cualquier intento de cambiar el statu quo, esta estrategia conlleva algunas dificultades. Para empezar, puede exponer al personal del FMI a presiones políticas de los países excluidos de la línea de crédito (sobre todo si estuvieran entre los miembros del FMI más influyentes). Pero como propusieron Tito Cordella y Eduardo Levy Yeyati en 2006, este riesgo podría mitigarse con la aplicación de criterios específicos, medibles y transparentes. La desventaja de esta estrategia es que impediría análisis más elaborados y específicos de cada país que incluyan evaluaciones cualitativas.

Además, en caso de publicarse, las evaluaciones negativas podrían acelerar la aparición de una crisis. Algo que ayudaría a evitarlo es asegurar que los criterios de aprobación sean claros y específicos. Un método más directo para prevenir crisis en economías débiles sería crear una escala de aprobación continua, similar a la calificación de la deuda soberana (que no afecta mucho al riesgo país); según su posición en la escala, cada país tendría acceso a diferentes tipos de instrumentos preventivos.

El último riesgo es que muchos países reúnan los requisitos y el Fondo no tenga recursos suficientes para cumplir sus compromisos en una crisis. Este problema se podría resolver mejorando la capacidad de endeudamiento del Fondo y reduciendo al mismo tiempo la cantidad de recursos que debe apartar para instrumentos del tipo de la LCF. Después de todo, una línea de crédito preventiva es exitosa cuando no se usa nunca (o casi nunca).

La globalización financiera demanda una red de seguridad financiera mundial más fuerte. Economistas y políticos vienen haciendo retoques a la arquitectura financiera internacional desde mediados de los noventa, sin mucho éxito. La idea de una redefinición total del statu quo puede sonar disparatada, pero como dijo el físico Niels Bohr, tal vez sólo sea suficientemente disparatada para ser correcta.

Ugo Panizza is Pictet Chair and Professor of Economics at the Graduate Institute, Geneva. Traducción: Esteban Flamini.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *