Una propuesta para la regeneración democrática

No es frecuente que en las democracias consolidadas aparezcan, en un corto lapso de tiempo, nuevas formaciones políticas que traten de disputar el terreno a las históricamente ya asentadas. Si bien es cierto que España no se puede comparar, en este sentido, con otros países del mundo occidental —puesto que nuestro actual sistema de partidos data de hace tan solo unas décadas—, no deja de ser significativo que, en muy poco tiempo, la situación de los partidos políticos en nuestro país se encuentre en un proceso de abierta agitación que ha originado la situación que vamos a analizar. Si surgen nuevos partidos habrá alguna razón de peso para que esto ocurra y no encontramos otra más evidente e inmediata que esta: hoy en España existe una profunda insatisfacción respecto del funcionamiento de las fuerzas políticas del arco parlamentario. Así, los distintos sondeos de opinión acreditan a diario que los partidos políticos han pasado a ser, para la mayoría de españoles, uno de los problemas más graves de nuestra democracia. No cabe la menor duda, sin embargo, que la severa crisis económica que padecemos es también un poderoso caldo de cultivo para la insatisfacción y el desasosiego que sufre un amplio sector de la población. No obstante y dada la situación descrita ¿es raro que aparezcan nuevas formaciones políticas que traten de dar respuesta a las legítimas aspiraciones de una ciudadanía crecientemente desalentada? La respuesta, lógicamente, es que es entendible lo que está sucediendo.

La primera sonada aparición en el escenario político se produjo en el campo de la izquierda hace tan solo unos años con la creación de UPyD. En Cataluña, también ante la grave situación que se está viviendo —en vista de la alocada apuesta del nacionalismo catalán a favor de la independencia y dada la pasiva actitud del partido del Gobierno y la crisis que desgarra al PSC—, ha surgido Ciudadanos, un partido joven y sin complejos que parece estar ganando terreno aceleradamente y al que se le augura una considerable presencia en el futuro Parlamento catalán. Por tanto, ¿por qué no puede surgir una fuerza política que trate de dar satisfacción a un electorado que se muestra tantas veces desconcertado ante la trayectoria y comportamiento del Partido Popular? Es público y manifiesto que una gran parte de los millones de votantes que dieron su apoyo al PP en las últimas elecciones generales, no parece entender cabalmente el rumbo que lleva el partido de Mariano Rajoy hasta el momento, según manifiestan la mayoría de los sondeos de opinión.

Si además, a diario se sigue contemplando la continua aparición de casos de abusos y corrupción que afectan a una gran parte de los partidos políticos actuales sin que, en realidad, se tome medida práctica alguna para impedirlo, no es extraño que cunda la desafección y el pesimismo.

¿Resulta extraño que ante este panorama que venimos describiendo surja una fuerza política como Vox? Un proyecto político que proclama en su ideario la necesidad de una profunda regeneración democrática y una reforma eficaz de las estructuras del Estado desde el convencimiento de que la unidad de España es innegociable y que la soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español. Las distintas medidas que propone Vox en su manifiesto fundacional ponen de relieve la defensa del principio de libertad como condición imprescindible para la articulación de una verdadera democracia ya que es la libertad la que debe presidir la organización de la vida política, económica y social. Todo lo cual supone una firme garantía de que Vox es un partido que defiende hasta sus últimas consecuencias la democracia en España. Cualquier lector de buena fe que se moleste en leer nuestro manifiesto atribuiría, por tanto, a Vox una filiación claramente liberal y democrática por su defensa infatigable de la libertad individual, el Estado de Derecho, el imperio de la Ley, y su apuesta decidida por la separación de poderes y por una auténtica independencia del Poder Judicial.

Por todo ello causa sorpresa que un periódico de la seriedad y envergadura de EL PAÍS pueda incurrir en el error de distraer a sus lectores con un superficial trabajo que, sin embargo, adorna con imponentes fotografías repletas de banderas inconstitucionales dando a entender que Vox pudiera suponer una amenaza y un asalto a nuestra democracia queriéndonos condenar, al parecer, al extremismo y la marginalidad en un burdo intento de confundir interesadamente a la opinión pública

A los que llevamos ya más de 40 años defendiendo la libertad y la democracia en nuestro país —antes de que la propia Constitución aún existiera— nos parece una broma de mal gusto que se nos quiera asimilar a grupos políticos con los que no tenemos coincidencia alguna ni en España ni en Europa.

Comprendemos que nuestra salida al ruedo político ha de incomodar a más de uno y, aunque estamos muy satisfechos y esperanzados con las adhesiones que a diario recibimos, tenemos asumido que deberemos aceptar el desprecio de los arrogantes, la descalificación de nuestros competidores y el alejamiento y la orfandad de los que viven al calor de la protección gubernamental. Pero todas estas actitudes, si bien nos apenan, no van a sembrar duda ni causar desfallecimiento en lo que son nuestros ideales y compromisos fundacionales.

España, lo venimos afirmando muchos desde hace un tiempo, se encuentra en el final de una época. Una época que algunos ayudamos a poner en marcha con esfuerzo y una inmensa esperanza pero que, con el paso del tiempo y el desgaste sufrido, necesita un conjunto de reformas serias y decididas que están aún pendientes de llevarse a cabo. Si no lo hacemos con prontitud el edificio que hoy ya da señales inequívocas de estar agrietado corre el riesgo de venirse abajo, que es lo que ninguno de nosotros deseamos, porque el pueblo español no se merece quedar sumido de nuevo en un período de incertidumbre con el riesgo de volver a dar saltos en el vacío.

La necesidad de un cambio de rumbo es inapelable. Vox nace con la convicción de que puede ayudar a ese cambio que el país precisa. Nosotros no ofrecemos meras palabras ni vagas promesas. Por el contrario, los nueve puntos de nuestra Agenda para el Cambio que se especifican en nuestro manifiesto fundacional constituyen un buen inventario de problemas y posibles soluciones que es preciso debatir y tratar de acordar.

No hay tiempo que perder. La hora del diagnóstico y la denuncia ya está cumplida. Ha llegado el momento de la movilización y la acción, de la responsabilidad y del compromiso cívico.

Ignacio Camuñas Solís es exministro de UCD y miembro fundador de Vox.

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