Una realidad postergada

Grato almuerzo en Barcelona. Un editor catalanista, un hostelero liberal, un profesor socialdemócrata, un gallego desconfiado y una joven escritora puesta al día, muy puesta ella y segura de sí misma, se sentaron entre alguna otra y no muy variopinta gente. Cuando se sentaron, el gallego, algo escamado, razonó expresa y manifiestamente que aquello podría devenir en una tertulia mañanera. Mimbres no faltaban para componer tal cesto. A punto estuvo. En un momento dado, la joven y muy galardonada novelista, dueña de un humor profundo y socarrón, mordaz y lleno de ironía, a propósito de algo, exclamó con voz deteriorada, pero totalmente en serio:

--¡Ay, la españolidad está exánime!

Después cruzó las manos sobre el pecho, en un alarde se diría que freudiano, ladeó la noble testa, hizo cimbrear la brillante cabellera, sonrió y los dejó a todos sumidos en un pasmo. Quería decir, la muy ladina, que lo español, esa verdad revelada a nunca se supo muy bien a qué clase de elegidos, aunque siempre se les temió como a un nublado, está a punto de palmarla. ¿Lo está realmente?

En España se edita un millón de libros diariamente. ¿Lo sabían? Un millón de ejemplares, no un millón de títulos, quede claro. Una cultura, es decir, una visión del mundo, una manera de habitarlo y transmitirlo, que se manifiesta a diario con tal intensidad, ¿puede decirse que está exánime?

En España se editan anualmente 66.000 nuevos títulos en las diversas lenguas españolas. ¿Saben en qué proporciones? El 11,7% está en catalán, en gallego el 2,1%, el 1,8% en inglés y un 1,5% en euskera; el resto, un 78,3% con el que se compone ese millón diario de volúmenes, está en castellano. En España, se edita más en inglés que en euskera y casi tanto como en gallego. ¿Quién está exánime? ¿Quién teme al lobo feroz de las otras lenguas españolas? Barcelona fue y probablemente todavía siga siendo la capital mundial de la edición en castellano. ¿Qué sucede entonces para que escritores jóvenes, supuestamente adelantados a su tiempo, acaparadores de posturas supuestamente progresistas, amparados en la inmunidad de un comentario, que sin dudarlo suscita audiencias y anuencias, ladeen la cabeza se supone hacia qué lado, se conduelan de lo exánime que está el espíritu nacional y reciban la sonrisa cómplice de algunos?

Sucede que aquí se miente y tergiversa mucho. Perdido el rumbo de lo que debe ser una política de oposición veraz, constructiva y con sentido de Estado, perdido ese rumbo, concreta clase política, léase la ubicada a la derecha que continúa siendo portadora de valores que, también al parecer, continúan siendo eternos, ha hecho de la que debiera ser política institucional una política propia de partido al enajenar los grandes temas comunes y ponerlos al servicio de su interés más partidario. Léase que entre ellos está incluido el terrorismo y entiéndase de paso que también lo está toda política cultural que tienda a contemplar una realidad secular que ha sido constantemente postergada.

Ni España, ni lo español, están exánimes. España no está rota. No lo está pese a los denodados esfuerzos que alguna gente pone en conseguir tal cosa. Quienes están en peligro de consunción son las culturas minoritarias españolas, que las hay, claro que sí, y tienen idéntico derecho a la existencia que la mayoritaria, incluso tanto derecho como el inglés en el que no poco de lo español se está ya expresando. Y que dure así. La universalidad, ese concepto, se practica y se asume de dentro a afuera, pero también de dentro a adentro.

El grato almuerzo no devino en tertulia mañanera, no hubo gritos. Hubo, eso sí, miradas sorprendidas, temores infundados, sospechas ciertas y un cierto sarpullido interior que alertó más de una conciencia. ¿Por qué se miente, o se simula tanto y se hace de modo tan impune? Nadie serio puede manifestarse con tamaña impunidad y lograr confundir a la ciudadanía de un modo tan soez. Llevamos años escuchando inermes la vieja letanía de la España exánime que, a fin de cuentas y de modo afortunado, un modo esplendoroso del que todos obtenemos beneficios al tiempo que nos alegramos, no lo está. Y son insaciables, sin embargo, los que así se manifiestan.

Han convertido el terrorismo en un argumento de campaña electoral y de la desmemoria han hecho un ejercicio de prestidigitación política al tiempo que, sin pudor alguno, mientras lo español se expande y manifiesta mundialmente, se muestran compungidos y dolientes por lo mal que va el asunto; ahogado, al parecer, por lo vasco, lo gallego y también lo catalán. ¡Hay que echarle narices al asunto! Dicho sea sin ladear la cabeza, gemir con desconsuelo ni alardear de nada. ¡Ah, los almuerzos gratos!

Alfredo Conde, escritor.