Una recuperación global fallida

La economía global se encuentra en medio de su segundo "pánico" del  crecimiento en menos de dos años. Tendremos que acostumbrarnos a ellos. En un mundo post-crisis, son claras señales de una recuperación fallida.

La razón es sencilla. El ciclo económico típico tiene un mecanismo de amortiguación natural que protege de golpes inesperados. Cuanto más profunda es la recesión, la reacción es más potente y mayores son las fuerzas acumuladas de recuperación autosostenible. Los rebotes vigorosos en forma de V poseen una resistencia interna que les permite hacer frente a los golpes con relativa facilidad.

Sin embargo, una recuperación post-crisis es un animal muy diferente. Como Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff han demostrado en su libro Esta vez es diferente, en el largo recorrido de la historia las recuperaciones post-crisis en la producción y el empleo tienden a ser decididamente mediocres.

Por definición, estas recuperaciones débiles carecen de la amortiguación de los rebotes  en forma de V. En consecuencia, los golpes externos exponen rápidamente su vulnerabilidad. Si las crisis son lo suficientemente agudas -y si afectan a una economía mundial debilitada que se aproxima a su "velocidad estancada" de crecimiento en torno al 3% anual- la reincidencia podría convertirse en la temida recesión de doble caída.

Ese es el riesgo en la actualidad. No puede haber dudas sobre el carácter decididamente mediocre de la recuperación mundial actual. A primera vista, las cifras parecen contundentes: el PIB mundial se recuperó un 5,1% en 2010 y se espera que aumente otro 4,3% en 2011, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Pero, debido a que estas alzas siguen a la contracción masiva que se produjo durante la Gran Recesión de 2008-2009, están muy lejos de la trayectoria de una recuperación clásica en forma de V.

De hecho, si la última previsión del FMI resulta ser correcta, el PBI global a finales de 2012 se mantendrá en torno al 2,2% por debajo del nivel que habría alcanzado el mundo si hubiera proseguido su camino de crecimiento de más largo plazo del 3,7% anual. Incluso si la economía mundial se mantiene a una velocidad de crucero del 4,3%  -lo cual, en mi opinión, resulta extremadamente hipotético-, se mantendrá por debajo de su potencial por más de ocho años consecutivos, hasta 2015.

Esta prolongada "brecha de la producción global" pone de relieve la ausencia de un amortiguador en la economía mundial actual, así como su mayor sensibilidad a los golpes. Y ciertamente ha habido numerosos golpes en los últimos meses, desde la crisis de la deuda soberana en Europa y los desastres naturales en Japón al fuerte aumento de los precios del petróleo y otro revés en la recuperación del mercado de la vivienda en los Estados Unidos.

Si bien ninguno de estos golpes parece haber sido lo suficientemente grave como para haber descarrilado la recuperación económica mundial actual, el efecto combinado es preocupante, sobre todo en un mundo todavía debilitado tras la crisis.

La mayoría de los expertos descartan la posibilidad de una recesión de doble caída. Califican la actual desaceleración como un "bache suave" temporal y basan su optimismo en el rebote inevitable que sigue a todo golpe. Por ejemplo, se espera un impulso a la reconstrucción de Japón y la reanudación de su cadena de suministro. Otra ayuda puede provenir de la reciente decisión de Estados Unidos de aprovechar sus reservas estratégicas de petróleo en un esfuerzo por bajar los precios del petróleo.

Sin embargo, tras la peor crisis y recesión de los tiempos modernos -cuando los shocks pueden empujar a una economía global ya debilitada hacia su punto de inflexión de manera mucho más rápida que en un escenario de mayor crecimiento- es mucho más difícil de alcanzar la velocidad de escape hacia una recuperación autosostenible. El bache suave puede convertirse más bien en un pantano.

Esta conclusión no se debe perder de vista en las economías de alto vuelo de los mercados emergentes, especialmente en Asia, que es en la actualidad la región mundial de mayor crecimiento y que impulsa lo que muchos llaman un mundo "de dos velocidades". Sin embargo, con exportaciones que representan todavía un récord de cerca del 45% del PIB pan-regional, Asia no puede permitirse el lujo de tomar a la ligera los golpes externos, en especial si han afectado una trayectoria base de crecimiento ya debilitado en el mundo desarrollado post-crisis. La reciente desaceleración de la actividad industrial de China pone de relieve este riesgo.

Los políticos no están bien preparados para hacer frente a una serie continua de "pánicos del crecimiento". Siguen favoreciendo estrategias que se adaptan mejor a la lucha contra la crisis que a la promoción de la necesaria curación subsiguiente.

Eso es especialmente cierto en los Estados Unidos. Si bien la primera ronda de flexibilización cuantitativa de la Junta de la Reserva Federal de EE.UU. fue eficaz para poner fin a una dolorosa crisis, la segunda ronda ha tenido muy pocos efectos de recuperación significativa en el mercado laboral y la economía real. Los consumidores "zombi" de Estados Unidos tienen que reparar sus dañados estados de cuenta y los trabajadores estadounidenses deben alinear nuevas habilidades con nuevos puestos de trabajo. Las inyecciones de liquidez sin plazo de término no logran ninguno de estos objetivos.

Las autoridades europeas están atrapadas en una mentalidad similar. Al confundir un problema de solvencia con un déficit de liquidez, Europa se ha convertido en adicta a la alimentación por goteo de los rescates financieros. Sin embargo, esto sólo funciona si países como Grecia logran crecer para salir de una trampa de la deuda o anular contratos sociales profundamente arraigados. Hay muy pocas probabilidades de que así ocurra.

La probabilidad de que en los próximos años sigan ocurriendo "pánicos del crecimiento" recurrentes  implica pocas esperanzas de enfoques nuevos y creativos de políticas monetarias y fiscales para después de la crisis. Con la mirada puesta en horizontes electorales de corto plazo, las autoridades parecen buscar una y otras vez soluciones rápidas: otro rescate o una inyección de más liquidez. Sin embargo, tras una recesión del balance de los EE.UU., y en medio de una trampa de la deuda en Europa, tal enfoque está condenado al fracaso.

Las inyecciones de liquidez y los rescates financieros sólo sirven para un fin: ganar tiempo. Sin embargo, el tiempo no es la respuesta para economías que necesitan desesperadamente reparaciones estructurales de consolidación fiscal, desapalancamiento del sector privado, reformas del mercado laboral o mejorar la competitividad. Tampoco sirve el tiempo como amortiguador de las anémicas recuperaciones post-crisis ante la próxima e inevitable conmoción.

Es difícil saber cuándo ocurrirá el golpe siguiente, o la forma que adoptará... de lo contrario, no sería un golpe. Pero es inevitable, tal como la noche sigue al día. Puesto que los responsables políticos se resisten a enfocarse en los necesarios imperativos estructurales, el resultado será otro episodio de "pánico del crecimiento", o algo peor. La recuperación fallida pone de relieve los riesgos de un final cada vez más peligroso en el actual mundo post-crisis.

Stephen S. Roach, miembro de la facultad de la Universidad de Yale, presidente no ejecutivo de Morgan Stanley Asia y autor de The Next Asia (La próxima Asia). Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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