Una revolución en la revolución: los Houthi y las nuevas relaciones de poder en Yemen

Tema: La transición política en Yemen ha entrado en una fase crítica a raíz de la toma del poder en Sana’a por los Houthi y la huida del presidente Hadi a Adén. La polarización de las fuerzas políticas yemeníes refleja la creciente tensión en la región y va camino de desembocar en un conflicto abierto.

Resumen: El frágil equilibrio de la transición en Yemen, apoyado en la iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), está en peligro de estallar por la presión de dos fuerzas contrapuestas: un proyecto político alternativo representado por Ansar Allah, basado en la tradición tribal y religiosa del país, y el desafío de la utopía yihadista por parte de al-Qaeda en la Península Arábiga (AQAP) y el Estado Islámico (EI o Daesh). La polarización entre dos centros de poder en competencia en Sana’a y Adén están actuando como catalizador de las tensiones regionales entre Irán y Arabia Saudí y sus respectivos aliados. El riesgo de una escalada militar que arrastraría a los países de la región, en el contexto de una crisis humanitaria sin precedentes en Yemen, reclama urgente atención de la Comunidad Internacional.

Análisis

La crisis política en Yemen y sus repercusiones internacionales
La aparición de Ansar Allah como la fuerza política dominante en Yemen ha producido un autentico terremoto político en toda la región. La reciente declaración constitucional aprobada por el Comité Revolucionario de este grupo fue considerada de facto un golpe de Estado y desencadenó el cierre de la mayoría de las misiones diplomáticas occidentales y árabes en Sana’a. Los países del Golfo se apresuraron a acusar a Irán de estar detrás de la toma del poder por parte de este “grupo chií rebelde”, como parte de un plan de subversión de toda la región. Lejos de intentar contradecir esas acusaciones, responsables iraníes cercanos a la Guardia Revolucionaria se felicitaron por los éxitos de sus aliados, a los que dieron la bienvenida como nuevos miembros del “eje de la resistencia”. Aunque ha habido diversos canales de comunicación activos entre Teherán y Riad, incluida la mediación de Omán, no parece haber habido resultados positivos hasta ahora.

El avance de las milicias Houthi sobre Sana’a en septiembre pasado, seguido por una rápida expansión a otras provincias del norte del país, fue seguido por la toma de los centros de poder en la capital que todavía estaban bajo control del presidente. Estas rápidas conquistas fueron el resultado de su habilidad en aprovechar el vacío de poder creado por la incapacidad del presidente Hadi de ejercer un gobierno efectivo en los últimos dos años, más que un plan preconcebido de conquista del poder. De hecho, muchos observadores dentro y fuera del país consideran que el ex presidente Ali Abdullah Saleh fue realmente el estratega que abrió las puertas de la capital a los Houthi, aprovechando las disensiones entre el presidente y sus antiguos aliados, Ali Mohsen y el clan el-Ahmar, como medio de hacer descarrilar la transición y facilitar su vuelta al poder.

La revolución de 2011 permitió a Ansar Allah intervenir en la renegociación del futuro régimen político del país, un proceso del que habían estado excluidos hasta entonces. El choque entre los intereses de la clase política tradicional y las aspiraciones de los grupos que se habían visto marginados del sistema clientelista instaurado por Saleh en sus 33 años de gobierno, es lo que ha creado las condiciones para que este movimiento se convierta en la fuerza decisiva en esta nueva fase del proceso político. Los dramáticos acontecimientos desde la dimisión del presidente y el gobierno el 22 de enero pasado han dado pie a fundados temores de que los avances democráticos de los últimos dos años pueden estar en peligro. La radicalización del discurso de los Houthi y su comportamiento cada vez más agresivo hacia sus oponentes ha ido en paralelo a su progresivo aislamiento internacional. Las negociaciones en curso parecen lejos de conseguir un nuevo acuerdo y las perspectivas de que el amplio consenso que ha impulsado el proceso hasta ahora se mantenga a largo plazo son cada vez más difíciles. En sus últimas declaraciones, el asesor especial de Naciones Unidas, Jamal Benomar, ha advertido que Yemen se encuentra al borde de la guerra civil.

La reciente huida del presidente Hadi a Adén ha incrementado las tensiones políticas, tras su declaración de que todas las decisiones desde septiembre pasado eran nulas por haber sido forzadas bajo amenaza. La división de facto del país entre la zona controlada por los Houthi y el territorio que reconoce la autoridad del presidente puede dar un impulso a la causa secesionista de forma más efectiva que todas las campanas de movilización que ésta había realizado hasta ahora. La creciente polarización ha sido subrayada por el nombramiento del brigadier Thabit Jawas como comandante en jefe de las Fuerzas Especiales de Seguridad por Hadi, dado que este oficial es considerado el responsable de la ejecución de Hussein el-Houthi. Ambos bandos parecen estar preparándose para una demostración de fuerza que resuelva la actual situación en su beneficio, lo cual crea un alto riesgo de libianización del país. Los recientes enfrentamientos en Adén entre unidades militares leales al ex presidente Saleh y milicias Houthi contra fuerzas del presidente Hadi por el control del aeropuerto, han puesto en evidencia la creciente escalada militar. Por su parte, el Comité Revolucionario Supremo de los Houthi ha declarado la movilización general y sus fuerzas han ocupado Taiz, la tercera ciudad del país, en un rápido avance hacia Adén.

Ansar Allah y el renacimiento zaydí
El movimiento Houthi tiene profundas raíces en la historia de Yemen, aunque es innegable el efecto que la revolución iraní tuvo sobre Hussein el-Houthi. El gobierno de Saleh se enfrento desde el principio con este proyecto de recuperación de las tradiciones del zaydismo, una escuela de jurisprudencia próxima al sunismo pero que defiende el derecho hereditario de la familia del Profeta a ejercer el poder político. El ex presidente Saleh, él mismo zaydí como el 35% de los yemenitas, consideró siempre a la elite hachemita, que gobernó Yemen desde el siglo X, como una amenaza a su liderazgo y su legitimidad política. A fin de dividir a las tribus del norte promovió el salafismo wahabí. Al mismo tiempo, lanzo una serie de sangrientas campañas contra los Houthi con apoyo de Arabia Saudí y EEUU, acusándolos de ser un instrumento de la política iraní y una amenaza a la naturaleza republicana del Estado y a la seguridad de la región.

El conflicto se prolongó desde 2004 a 2010, causando miles de víctimas, además de unos 150.000 refugiados, enfrentando el ejército con una organización flexible de combatientes temporales perfectamente enraizados en la sociedad local. El apoyo iraní durante este período parece haber sido limitado, proporcionando entrenamiento y algunos envíos de armas ligeras. A pesar del creciente volumen de ayuda militar norteamericana y la implicación directa del ejército saudí en las operaciones militares en 2009, los Houthi consiguieron resistir los ataques de ambos y aprovecharon las desavenencias entre Ali Mohsen y Saleh. Tras su conquista de Amran, con el ejército dividido en diversas facciones y la revolución en plena efervescencia, el grupo de activistas que comenzó llamándose “la juventud creyente” se transformó en una disciplinada milicia y acabó convirtiéndose en un movimiento político organizado Inspirado en el modelo de Hizbollah. Su combinación de programas sociales con la percepción de ser un movimiento dirigido a regenerar el país, no contaminado por la corrupción omnipresente del régimen de Saleh, les permitió extender su base de apoyo. Cuando la revolución de 2011 creó un terreno abonado para el mensaje nacionalista y de justicia social de los Houthi, éstos aprovecharon la ocasión para romper su marginación y cambiar la dinámica política de Yemen, a pesar de los intentos de la iniciativa del GCC por excluirlos del acuerdo de reparto de poder.

El movimiento está articulado en torno al clan el-Houthi, que actúa como centro de una red de alianzas entre influyentes jefes tribales y prominentes familias hachemíes. El patriarca, Badr el Din el-Houthi era un reputado jurista islámico a caballo entre varias generaciones que lo vinculan directamente con el imanato zaydí, una fuente poderosa de legitimidad política y religiosa. Abd el Malik el-Houthi, con apenas 33 años, sucedió a su hermano Hussein al frente del movimiento tras la muerte de éste último a manos de las fuerzas de Saleh. Es un dirigente carismático y a pesar de su escasa experiencia y su relativo aislamiento en Sa’ada, ha manifestado un certero instinto político. El liderazgo del movimiento se apoya fuertemente en lazos familiares dentro del clan. La organización ha evolucionado desde su heterogénea alianza de elementos tribales y familias tradicionales en una eficiente organización político-militar cimentada en la lealtad al Seyyed, como denominan a Abd el Malik, y en vínculos sociales, religiosos y tribales. La considerable autonomía de los comandantes locales y de las unidades militares les ha dado la ventaja de la flexibilidad y la iniciativa, pero al mismo tiempo ha limitado el control estratégico y la coherencia de mensajes y actuaciones. La extensión de la afiliación al movimiento en los últimos meses, con la incorporación de numerosos miembros del antiguo régimen y del Congreso General del Pueblo (CGP) ha introducido aún más tensiones dentro de la estructura de mando, especialmente entre el sector político y el militar. Por el momento, la influencia sigue estando del lado de los comandantes militares veteranos de las campañas militares, como Abdallah Yahia al-Hakim y el hermano de Abd el Malik, Abdelhalik el-Houthi, ambos incluidos en la lista de sanciones. Este proceso se vio acelerado por los asesinatos de diversos dirigentes políticos de este movimiento desde 2014, el último de los cuales tuvo como objetivo al prestigioso periodista y defensor de los derechos humanos Abdelkarim al-Khaiwani el 17 de marzo pasado.

Una revolución dentro de la revolución
La revolución que puso fin al largo gobierno de Saleh concluyó con un acuerdo entre las diferentes facciones del régimen auspiciado por el GCC. El plan, respaldado por la Comunidad Internacional, estaba diseñado para preservar el papel de las elites políticas tradicionales en el proceso de transición, excluyendo a Ansar Allah de los acuerdos de reparto de poder. El mismo Saleh consiguió garantizar su inmunidad y su enorme fortuna y continuó ejerciendo su influencia a través de una extensa red de patronazgo. Su anterior vicepresidente fue elegido por consenso como el nuevo presidente, encargado de llevar el país a una transición democrática. Entre 2012 y 2014 Yemen protagonizó uno de los experimentos políticos más extraordinarios en la región, con una Conferencia del Dialogo Nacional en la que nuevos actores políticos, como organizaciones de jóvenes y mujeres, tuvieron un destacado protagonismo. A partir de la conclusión del Dialogo Nacional se inició la redacción de una nueva Constitución, pero en ese momento las diferentes agendas de los principales actores empezaron a entrar en conflicto. De forma inesperada, en septiembre los Houthi emergieron como protagonistas del proceso político, forzando un nuevo reparto del poder, rápidamente reconocido por la Comunidad Internacional a través del Acuerdo de Paz y Partenariado Nacional (PNPA) logrado con la mediación del enviado especial del SGNU, Jamal Benomar.

Las causas del repentino protagonismo de los Houthi dentro del proceso político se deben más a las luchas internas dentro de la elite política tradicional que a un plan premeditado. El presidente Hadi intentó utilizar la formula de su predecesor para reducir la influencia de los antiguos hombres fuertes del régimen, el general Ali Mohsen y el clan al-Ahmar, principal apoyo del partido Islah. Por su parte, Saleh aprovechó la ocasión para ajustar cuentas con aquellos que le habían traicionado cuando estallo la revolución. Paradójicamente, fueron los saudíes los que facilitaron este dramático proceso con su estrategia de minar la influencia de la Hermandad Musulmana en Yemen, dentro de su campaña contra la versión republicana del islamismo en la región. Todos ellos se vieron sorprendidos por el resultado. La agitación contra la decisión del gobierno de eliminar los subsidios al combustible, tomada como bandera por los Houthi, súbitamente se convirtió en un terremoto político cuando unidades clave del ejército se negaron a luchar contra los Comités Populares de esta organización o incluso colaboraron con ellos en su ocupación de la capital. El partido Islah (franquicia yemení de los Hermanos Musulmanes) fue rápidamente neutralizado por la ofensiva de los Houthi, eliminando la única fuerza organizada que podía oponerse a ellos. La toma del control de Sana’a es el comienzo de lo que Abd el Malik el-Houthi define como la nueva fase de la revolución nacional, iniciada en las protestas populares de 2011, dirigida a contrarrestar las maniobras de los partidos políticos tradicionales apoyados por poderes extranjeros, que pretendían secuestrar el proceso político.

¿Cuál es la agenda de los Houthi para Yemen?
El objetivo inicial de defender las tradiciones zaydíes y reivindicar el papel de la elite hachemita evolucionó con la consolidación de una organización militante que aspira a trasladar sus éxitos militares en influencia política. Las dos grandes causas de Ansar Allah serán la lucha contra la corrupción y el rechazo a la interferencia de poderes extranjeros. Presentándose como los campeones de la independencia nacional y de una regeneración política, consiguieron extender su base de apoyo rápidamente. Los representantes de este movimiento han participado activamente en el Dialogo Nacional y en el proceso político consiguiente, aunque sin dejar de mantener una cierta ambigüedad en relación con los elementos más progresistas de esas recomendaciones.

El inesperado éxito en la toma de la capital lanzó a los Houthi a una nueva dinámica política, asumiendo responsabilidades en materia de seguridad y gobierno. Su interferencia con el trabajo de la Administración, por muy ineficiente y corrupta que fuera, les ha puesto en conflicto con diversos sectores de la elite urbana yemení, principales beneficiarios del sistema. Las tensiones con el gobierno tecnocrático del primer ministro Bahah, que fue creado a instancias de los Houthi, fueron el resultado de las dificultades de este movimiento de reconciliar sus expeditivos métodos tradicionales con la cultura política republicana. La supervisión de los Comités Populares de la labor de los diferentes ministerios y la toma de oponentes políticos como rehenes a fin de obtener concesiones durante las negociaciones, como sucedió con el jefe de la oficina presidencial, Ahmed ben Mubarak, han sido un ejemplo claro del choque entre los métodos tradicionales y los procesos políticos aceptados.

La última crisis parece haber sido un error de cálculo por parte de el-Houthi, que le ha dejado expuesto a críticas tanto dentro como fuera del país. Al lanzar un órdago al presidente cuando éste intentó hacer aprobar el borrador de la nueva constitución, Ansar Allah tomo el control de los centros de poder de la capital así como de los medios de comunicación oficiales. El confuso drama político fue complicándose con el descubrimiento de las maniobras del presidente contra los Houthi y acabó con la dimisión del presidente y el gobierno, decisión que sumió al país en una situación de vacío de poder. Tanto Saleh como el presidente Hadi han sido los principales beneficiarios de esta intriga, mientras que los Houthi han aparecido como los responsables de poner en peligro el proceso de transición. También los separatistas del sur se han visto beneficiados, al aprovechar la desobediencia de diversas autoridades constitucionales de las órdenes de Sana’a para fortalecer sus demandas de independencia. Aunque carece de una sólida base de apoyo en el Sur, Hadi ha conseguido formar una Alianza de Salvación Nacional, que agrupa con otro nombre a las fuerzas que apoyaban su primer gobierno con excepción de los socialistas y la facción pro-Saleh del CGP.

La agenda política de los Houthi es todavía objeto de debate, pues sus enemigos les acusan de querer restaurar el imanato zaydí, que gobernó Yemen desde el siglo X, y al mismo tiempo de ser parte de un proyecto revolucionario chií de acuerdo con las ambiciones geopolíticas iraníes. En cierta manera, esta confusión se debería al carácter híbrido del movimiento, que incorpora tanto una base tradicionalista como un ideal revolucionario, además de elementos nacionalistas. En ese sentido, Ansar Allah representa un proyecto revisionista que lo relaciona con otros movimientos similares a raíz de la crisis de las estructuras políticas surgidas de las revoluciones árabes de los años 50 que está haciendo aflorar nuevamente las identidades tribales y religiosas tradicionales. Por su parte, sus dirigentes insisten en sus credenciales como movimiento político libre de la corrupción de las prácticas políticas tradicionales, decidido a restaurar la seguridad en el país, eliminar a al-Qaeda y defender la soberanía nacional. Como prueba de ello, a poco de tomar la capital, filtraron a los medios de comunicación una lista de los pagos que los saudíes habían realizado durante años a la mayoría de los políticos del país, y acusaron a personalidades políticas del anterior gobierno de tolerar las actividades de AQAP y los salafistas radicales por sus propios intereses políticos.

Desde septiembre de 2014 los Houthi han aplicado una estrategia gradual, demostrando que podrían tomar el poder si quisieran pero buscando finalmente una solución negociada. Esta serie de órdagos les dio considerables réditos políticos, pero a medida que las apuestas se hicieron más altas también lo hizo la resistencia de los demás jugadores. Son conscientes de que no pueden gobernar Yemen en solitario y, mientras insistían en la validez de su “Declaración Constitucional” unilateral, daban señales de estar dispuestos a negociar un compromiso con los demás grupos políticos. En estos momentos se enfrentan a un escenario muy diferente al de septiembre, con las apenas disimuladas ambiciones políticas de Saleh, la creciente oposición de las fuerzas surgidas de la revolución de 2011 y los intereses fundamentales de otros grupos tribales. Este complejo panorama exige compromisos que pondrán a prueba la capacidad política de los dirigentes Houthi, puesto que las ventajas conseguidas podrían perderlas si las alianzas políticas y tribales se vuelven en su contra. Las críticas al liderazgo carismático de Abd el Malik el-Houthi se han centrado en una supuesta concepción mesiánica de su misión política. Diversas reacciones en los últimos tiempos, como ataques a manifestantes opositores y medios de comunicación críticos han culminado con la vandalización de las oficinas del Secretariado del Dialogo Nacional. Estas acciones parecen indicar un creciente sentimiento de desconfianza respecto a las intenciones de sus oponentes políticos, exacerbado por el aislamiento internacional y el temor de conspiraciones inspiradas por Arabia Saudí, lo que ha aumentado la influencia del sector más radical del movimiento.

Una de las mayores debilidades de los dirigentes Houthi está siendo su falta de comprensión de las condiciones económicas del país y de la dimensión internacional de este problema. La suspensión de la asistencia financiera del GCC y la reducción de los ingresos por petróleo y gas a finales del año pasado están llevando a Yemen al colapso financiero. El FMI y el Banco Mundial han suspendido sus programas y la mayor parte de la cooperación internacional se han visto afectados por el cierre de las embajadas y la ausencia de un gobierno reconocido. La continua caída del PIB desde 2011, que sólo en 2014 bajo un 2%, la disminución de las reservas de divisas y el déficit incontrolado serán duras realidades a las que los Houthi se enfrentaran pronto y de las que tendrán que responder a una población cada vez mas frustrada, aunque no puedan ser considerados responsables del resultado de tantos años de corrupción y mala gestión.

Los Houthi y la amenaza yihadista
Los Houthi no son la causa de la polarización sectaria en Yemen, sino una reacción a ella. Los salafistas radicales han actuado durante años con el apoyo del régimen de Saleh y personajes como Zindani incitaron desde hace años la radicalización de las diferencias sectarias en el norte. La fundación de la Madrasa Dar el-Hadith en Dammaj en los años 80 es un claro ejemplo de la incitación de conflictos religiosos con fines políticos. Por otro lado, el yihadismo tiene una larga tradición en el sur del país, siendo utilizado como en Afganistán, en el contexto de la Guerra Fría, contra las fuerzas marxistas del Sur. AQAP surge en 2009 de la fusión entre las ramas saudí y yemení de la organización, utilizando una efectiva estrategia de colaboración con ciertos elementos del régimen y la eliminación sistemática de sus oponentes para implantarse en las provincias de Marib, Shabwa, Abyan y Hadramaut. A pesar de su intento por establecer su identidad yemení creando una marca local (Ansar Sharia) y de su asistencia a las comunidades locales sin acceso a ningún servicio del Estado, es percibido generalmente como un grupo de fuerte presencia extranjera. No debemos olvidar que el primer califato yihadista de la región fue establecido por AQAP en 2011, una advertencia de las ventajas que estos grupos militantes pueden conseguir explotando conflictos locales.

La posibilidad de que la actual división de Yemen, en una zona bajo control de los Houthi y otra que reconoce la autoridad del presidente Hadi, desemboque en una partición según la frontera entre los antiguos Estados previos a 1990 no es algo inverosímil. Algunos poderes regionales podrían considerarlo incluso una opción conveniente para limitar la influencia de los Houthi. La cuestión de la viabilidad de ese Estado y la capacidad de las fragmentadas fuerzas políticas del sur de evitar un conflicto interno, en un contexto en que la amenaza de al-Qaeda y el EI es particularmente peligrosa, presenta serias dudas. La reciente toma de una base militar en Bayhan por un reducido grupo de militantes de AQAP y tribus locales, con la rendición de unos 1.200 soldados y considerable armamento es un serio aviso que recuerda escenas similares en Irak. EEUU ha continuado con su estrategia contrainsurgente desde sus bases en el sur hasta la semana pasada, pero la evacuación de la base de Anad y de las fuerzas especiales ante el avance de los Houthi hacia el Sur hace difícilmente viable el mantenimiento de su actual estrategia anti-terrorista desde sus bases en Arabia Saudí. Más aun, en el contexto de un conflicto militar abierto, donde grupos jihadistas se unirían a milicias tribales y fuerzas leales al presidente Hadi, haría difícil la continuación de estas operaciones. AQAP y el EI podrían aprovechar este vacío de poder para extender su influencia territorial y conseguir nuevos reclutas, aprovechando las armas proporcionadas a las fuerzas opuestas a los Houthi. Por otro lado, la falta de presencia del Estado en amplias zonas del país y la cada vez más dramática situación humanitaria proporcionan un caldo de cultivo ideal para el mensaje yihadista.

La posibilidad de que los miles de combatientes yemeníes luchando con el EI en Iraq y Siria constituyan una plataforma para la instalación de este grupo en el país es un factor de preocupación para el futuro, pues no en vano esta organización anunció hace unos meses la creación del Emirato Yemenita (Wilaya Yemen). El sangriento atentado contra dos mezquitas zaydí en Sana’a el viernes pasado, que causó más de 130 muertos y cientos de heridos, ha puesto en evidencia el objetivo de Daesh (ES) de crear un conflicto sectario como su trampolín para extender su influencia. Hay que destacar que en Yemen fieles zaydí y sunní utilizan las mismas mezquitas y que el supuesto conflicto sectario es una manipulación política, hábilmente utilizada por Sale para dividir a sus oponentes. Precisamente por esa razón, AQAP no había cruzado la línea de las masacres indiscriminadas, en su esfuerzo por ganarse a la población local. Sin embargo, la presión para mantener el liderazgo de la yihad en Yemen podría crear un efecto de emulación que acentué la espiral de violencia actualmente en ascenso.

Conclusiones: Como sucedió ya en 1962, cuando Nasser se embarco en una catastrófica aventura militar para sustituir al secular imanato por una Republica Árabe, mientras la monarquía saudí apoyaba a los zaydí, Yemen podría convertirse nuevamente en el campo de batalla donde se libre la lucha por redefinir las nuevas relaciones de poder regionales. El hecho de que este conflicto vaya a superponerse a una crisis socio-económica y humanitaria sin precedentes en uno de los países árabes más pobres, aumenta todavía más el riesgo para la estabilidad regional. La radicalización de una juventud desempleada y fuertemente armada debería ser suficiente razón de preocupación, incluso si no se encontrase en la vecindad de los países petroleros más ricos de Oriente Medio.

Cuál puede ser la reacción de los Houthi en las circunstancias actuales, enfrentados al aislamiento internacional, el inminente colapso económico y una creciente presión interna, es ciertamente causa de preocupación. La posibilidad de una huida hacia delante, con una ofensiva hacia Adén parece probable o incluso una lucha por el control de los recursos energéticos de Marib. En su más reciente discurso, Abd el Malik el-Houthi ha lanzado una clara advertencia de que responderá militarmente a lo que describió como una conspiración internacional apoyada por el presidente Hadi, al que definió como una marioneta, y otros partidos yemeníes, que utilizan a al-Qaeda como un instrumento para conseguir sus objetivos. Su negativa a acudir a la conferencia de Riad, solicitada por Hadi y apoyada por Arabia Saudí era algo esperado, probablemente el objetivo buscado por esa propuesta. La solicitud de una intervención militar del GCC contra los Houthi por parte del presidente Hadi no parece mostrar un especial interés en una solución negociada.

El colapso del sistema apoyado y financiado por Arabia Saudí, garantizado por Saleh primero y Hadi después, tras la irrupción de los Houthi, ha sido percibido en Riad como un desafío al orden regional, una situación que está forzando a los nuevos dirigentes del reino a tomar trascendentales decisiones estratégicas, entre ellas reconsiderar su política hacia los Hermanos Musulmanes y algunos de sus antiguos colaboradores, como el general Ali Mohsen. Arabia Saudí está enviando todo tipo de apoyo a los grupos que se oponen a los Houthi a la vez que ha advertido de su decisión de intervenir a través de una fuerza internacional islámica en caso de que la situación lo requiera. La frenética actividad diplomática saudí desde la toma de posesión del rey Salman va dirigida a preparar una coalición que incluiría a Egipto, Pakistán y Turquía a fin de contrarrestar la influencia iraní en la región y Yemen parece ser el más próximo escenario de esa confrontación.

Por su parte, Irán ha elevado el perfil de su colaboración con los Houthi, con la firma de un acuerdo de transporte aéreo que establece 14 vuelos semanales, promesas de ayuda económica y el envió de mas asesores. La intención de Teherán no parece ir dirigida a provocar un conflicto con Arabia Saudí, sino a consolidar la situación actual, pero la dinámica de las fuerzas en marcha puede ser difícil de controlar. Las actuales negociaciones con P5+1 sobre el acuerdo nuclear y los conflictos de Siria e Irak son prioridades más importantes para Irán y absorben una gran parte de sus cada vez más limitados recursos. No se debe subestimar el potencial de un conflicto en Yemen para hacer estallar las tensiones acumuladas en el Golfo pero, al mismo tiempo, puede ser también el primer ejemplo en que la estrategia norteamericana de crear un nuevo sistema de equilibrio de poderes en la región, que sería uno de los resultados de un acuerdo con Irán sobre la cuestión nuclear, ofrezca resultados positivos. La alternativa a una solución negociada es desgraciadamente demasiado evidente en la región, con diferentes escenarios entre los que elegir: somalización, sirianización, libianización, iraquización, etc.

Ramón Blecua, diplomático.

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