¿Una revolución pedagógica?

Una de las estrellas del último Foro de Davos fue Khadija Niazi, una chica paquistaní de 12 años. Una selecta, cuando menos en términos económicos, audiencia escuchó con interés su experiencia como seguidora de uno de los cursos MOOC que ofrecen las más prestigiosas universidades americanas en el campo de la astrofísica, la materia que despierta su interés. El acrónimo MOOC sintetiza la denominación Massive Open Online Courses, una iniciativa cuyo sorprendente y masivo éxito explica la atención que este año los asistentes a la cumbre de Davos le han prestado.

Son varios los proyectos que han surgido en EEUU para ofrecer cursos a distancia sobre todas las ramas del saber. Coursera es quizá la que presenta la oferta más amplia, pues incluye 214 materias, impartidas por profesores de 33 universidades, entre ellas Stanford. Ya cuentan con cerca de dos millones de inscritos, la mayoría de países emergentes o en desarrollo, como la India, Brasil y Rusia. Por su parte, el MIT y Harvard han puesto en marcha EdX y fueron más de 155.000 los matriculados en el primer curso, que versaba sobre el diseño de circuitos electrónicos.

Dado el éxito conseguido, el ejemplo se ha extendido. Representantes de Oxford y Cambridge se desplazaron a Davos para anunciar la inmediata puesta en marcha de proyectos similares. Una institución rusa, el Instituto Skolkovo de Ciencia y Tecnología, ha fichado a un veterano profesor del MIT para emular el ejemplo americano. Y el dragón chino no quiere estar ausente de este nuevo movimiento educativo global y ha movilizado su inmenso potencial para conseguir que sus universidades compitan con la élite mundial.

No todo es un camino de rosas. Los cursos son gratuitos, lo que en parte explicaría la inmensa demanda, pero también el gran número de abandonos registrados. A quienes siguen hasta el final se les entrega un certificado que no tiene efectos académicos oficiales. Pero todo lleva a suponer que en cuanto se perfeccionen los procedimientos para asegurar que es el matriculado quien responde a las pruebas de suficiencia, por un lado se impondrá un precio a la inscripción y, además, el título que se entregue tendrá ciertos efectos académicos. Hagan la prueba de entrar en la página web de Coursera y seguramente repetirán mi experiencia. Reconozco que varias de las ofertas me tentaron y aún me ronda por la cabeza inscribirme en alguna. Las que más me atrajeron no eran de mi especialidad, sino históricas o literarias. El abanico es tan amplio y tan atractivamente bien presentado que uno tiende a morder el anzuelo.

Discrepan los expertos sobre el peligro que este uso masivo de las nuevas tecnologías para la difusión del conocimiento representa para las universidades tradicionales, es decir las que exigen la presencia física del alumnado. Frente a quienes sostienen que el modelo clásico más temprano que tarde desaparecerá, como hace Thrun, el promotor de Coursera, un profesor de computación de Stanford que ha visto cómo se inscribían en su curso sobre inteligencia artificial más de 160.000 estudiantes, parece más plausible creer que vamos hacia una fórmula mixta. Pero el hecho de que las universidades punteras se hayan lanzado con tanto ímpetu a la creación de redes de ámbito mundial para difundir el conocimiento que atesoran sus profesores e investigadores lleva a sospechar fundadamente que un menosprecio altanero de las posibilidades que ofrecen las TIC puede ser letal para una institución que quiera competir a nivel internacional.

El hecho cierto es que Coursera, EdX y tutti quanti permiten a los habitantes de los lugares más alejados y recónditos disfrutar de las enseñanzas de la flor y nata de la intelectualidad, como dice el chotis. Por ahora se requiere dominar el inglés para tener este privilegio, lo que restringe a las clases más acomodadas de los países no anglófonos su participación. Pero ya se habla de subtitular en árabe u otros idiomas de amplio espectro los cursos de más éxito e interés. Como le ha ocurrido a Khadija, a la que un interesante curso de astrofísica le ha despertado el gusanillo de convertirse en una especialista en esta materia, pueden ser muchos quienes se sientan motivados a mejorar su formación después de escuchar, a través de la pantalla, una clase magistral impartida por un especialista de fama mundial.

Las universidades de nuestro país pasan por momentos difíciles, poco propicios a nuevas iniciativas. Pese a ello, con un esfuerzo digno de encomio algunas ya han puesto en marcha algún curso y otras se aprestan a hacerlo. Y la UOC, de impecable trayectoria, debería aportar su considerable know-how en la enseñanza no presencial para que el sistema universitario catalán se incorporara al pelotón que encabeza tan trascendente cambio de decorado.

A. Serra Ramoneda, presidente de Tribuna Barcelona

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