Una revolución silenciosa

Con sigilo e incesante progreso, una revolución cobra fuerza en el mundo educativo, con cada vez más escuelas que dan el paso hacia otra forma de enseñar y más padres seducidos por un aprendizaje más participativo para sus hijos. Una instrucción organizada en torno a tres pilares: protegerse frente a la intemperie, defenderse de los peligros y crecer en una sociedad más culta y libre.

La pedagogía activa se gestó en Bélgica, donde la confluencia de varias realidades culturales ha exigido la búsqueda de métodos efectivos.

Este método, desarrollado después en el mundo anglosajón (active learning), coloca al niño en el corazón del modelo educativo, estimulando su curiosidad, enseñándole a aprender, a vivir en comunidad y a ser un futuro ciudadano, lo que le convierte en agente de su propio aprendizaje, explorador, portador de ideas e iniciador de proyectos. Y lo hace mediante el manejo coordinado de tres facultades inherentes al individuo: la observación de fenómenos reales, la asociación reflexiva de ideas y la expresión de lo aprendido. El aprendizaje teórico indisociable del desarrollo físico y social.

A principios del siglo XX, en un barrio popular de Bruselas, el neuropsiquiatra belga Ovide Decroly, responsable de una consulta para niños con problemas de disfasia (señal inequívoca de escasez de afecto y cuidado emocional), sentaba las bases de la pedagogía activa, a partir del estudio científico de la evolución de las capacidades de estos niños de los que ninguna institución se podía hacer cargo y que, por su déficit de desarrollo, quedaban fuera del sistema educativo convencional.

Cuando le propusieron ser jefe de una clínica laboratorio, lo aceptó con la condición de que se abriese en su propia casa para poder atender a los pacientes en su vida cotidiana. Así nació un internado de enseñanza especial para niños con problemas de aprendizaje.

Los alumnos vivían en un ambiente familiar, educados junto a los tres hijos del pedagogo, quien, en 1907, ampliaba su campo de acción a niños normales, creando la escuela Decroly. Esta formaba parte de la red libre subvencionada no confesional, desmarcada de la enseñanza clásica, con una orientación resueltamente moderna de los cursos –ciencias y matemáticas, francés y neerlandés– dejando espacio a actividades manuales, deportivas, artísticas y sociales.

Aunque la burguesía progresista secundó la iniciativa, la opinión pública se mostró hostil a prácticas que suscitaban el rechazo del sector más tradicional de la enseñanza.

Un paso más en el impulso de esta técnica de enseñanza lo dio Jacqueline Singelijn (profesora a domicilio en la Bruselas ocupada), quien, en 1944, fundó una escuela privada, mixta y laica, lo que en esa época resultaba, cuando menos, audaz y desde luego original en sus exigencias pedagógicas. En 1951 pasó a ser concertada y beneficiaria, por tanto, de ayudas públicas.

La escuela Singelijn de pedagogía activa, alternativa y de integración forma parte de la red de escuelas libres subvencionadas independientes, lo que la resguarda de presiones políticas o religiosas, al tiempo que puede seleccionar a sus profesores y garantizar sus señas de identidad.

Sensibilizar a los alumnos sobre sus derechos y deberes es una de las premisas de este centro, muy activo contra la degradación del clima escolar y el acoso, por su impacto negativo inmediato sobre el rendimiento de los alumnos.

Singelijn ha puesto en marcha buenas prácticas para erradicar la violencia escolar, gestionando los conflictos de forma constructiva y positiva, pues evitarlos es imposible. Y la experiencia muestra que, en infantil, el 70% de las diferencias se resuelven sin intervención de un adulto. En primaria, los “consejos de clase” permiten dirimir disputas con la ayuda de alumnos que, tras haber recibido seis meses de formación, actúan como mediadores entre sus compañeros, conscientes de que en caso de diferencias importantes los adultos estarán detrás para deshacer nudos. Pero este tipo de iniciativas sólo dan frutos si el niño se siente respetado como persona. Un respeto recíproco.

La pedagogía activa invade todas las manifestaciones de esta escuela donde los alumnos aprenden a convivir con niños con minusvalías –desde problemas auditivos hasta trastornos genéticos– y a jugar al ajedrez.

La Singelijn desprende el aroma de las orientaciones pedagógicas de los colegios animados por la Fundación Hogar del Empleado, donde no se escatimaba la práctica de la “nueva pedagogía” con la exigencia del esfuerzo. O la de la “formación para una ciudadanía responsable” en la Escola Garbí Pere Vergés, de la que tanto me ha hablado Joan Mas-Brillas.

El otoño de Bruselas dispensa al visitante un clima suave y soleado, mientras en las inmediaciones de la escuela, al pie de un riachuelo poco impetuoso, un simpático y pacífico italiano hace su agosto vendiendo helados en una furgoneta.

Luis Sánchez-Merlo

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