Una sana mejora sobre el PIB

La insatisfacción con el PIB está en aumento. Muchos economistas, autoridades de gobierno y otros críticos cuestionan la capacidad de este índice básico de medición del éxito social y gubernamental para reconocer las mejoras de bienestar derivadas de los avances tecnológicos, dar cuenta de la degradación ambiental o reflejar la creciente desigualdad. Son quejas que no harán más que crecer, a medida que los avances en los ámbitos de la inteligencia artificial y la robótica reduzcan de manera considerable la oferta de empleo, al tiempo que impulsen el PIB, en un proceso que probablemente se vea acelerado por la actual pandemia.

Por largo tiempo ha habido indicadores alternativos, y una opción prometedora es la esperanza de vida saludable (EVS o HLE, por sus siglas en inglés), un índice fácilmente entendible y que tiene una obvia importancia para cada uno de nosotros. Más aún, la EVS ya se está midiendo y sucede que aborda muchos de los factores que el PIB podría omitir.

Por ejemplo, las malas condiciones ambientales no conducen a tener vidas largas y saludables. Y hay multitud de evidencias de que las personas que viven vidas felices y plenas también tienden a vivir más y con mejor salud. Yendo incluso más al punto, las vidas más saludables y longevas retroalimentan el PIB, pues, así como un mayor PIB ayuda a proporcionar los recursos necesarios para promover la salud, una población más saludable ayuda a fortalecerlo.

Es más, al apuntar específicamente a la EVS, los gobiernos podrían abordar de manera más directa el problema de la desigualdad económica. Puesto que los ingresos de los hogares muy ricos pueden ser miles de veces superiores a los de los hogares más pobres, el PIB promedio es invariablemente mayor que el ingreso típico (media). Pero cuando se trata de la esperanza de vida en los países más ricos, se da lo contrario. Los que se apartan de la tendencia suelen ser aquellos que mueren jóvenes, por lo que la esperanza de vida típica (media) es superior a la esperanza de vida promedio.

Esto implica que se puede elevar la EVS promedio aumentando la de quienes se encuentran en la parte baja de la distribución de salud a la de la persona típica (media). Con ello no solo se vuelve más atractivo abordar la desigualdad, sino que no se necesita contar con innovaciones médicas revolucionarias para lograr vidas más longevas: basta con hacer que más gente logre los resultados típicos. Teniendo esto en mente, resulta urgente cerrar la considerable brecha de esperanza de vida, de cerca de 15 años, entre los ricos y pobres de Estados Unidos.

Como medida del progreso económico y social, apuntar al aumento de la EVS reconoce implícitamente que el envejecimiento es maleable (de lo contrario, no sería un objetivo viable). Resulta que una serie de conductas y políticas, así como el entorno en que habitamos, influyen sobre cómo vivimos y envejecemos. Se estima que nuestra genética constituye solo un cuarto de los factores que contribuyen al envejecimiento. Considerando esta maleabilidad, resulta crucial que los gobiernos apunten a mejorar la EVS para la máxima cantidad de personas.

Un énfasis así ayudaría además a los gobiernos a enfrentar uno de los mayores desafíos del futuro: el envejecimiento de la sociedad. Puesto que se espera que cada país del planeta lo experimente, adquiere la máxima importancia centrarse en cómo envejecer de la mejor manera posible. Esta maleabilidad del envejecimiento implicar trazar una distinción entre índices cronológicos y biológicos del envejecer, y centrarse en estos últimos.

Sin embargo, puesto que en la actualidad tantas políticas de gobierno se centran en la medición cronológica y no maleable, demasiados estados están poco preparados para los futuros retos demográficos, como la sobrecarga de los sistemas sanitarios y de pensiones. En vez de explorar maneras de influir en cómo envejecemos, las autoridades se centran casi por completo en la cantidad de “gente vieja”… pudiendo en lugar de ello reducir los costes económicos del envejecimiento de la sociedad al apuntar al logro de una longevidad más sana, prolongada y productiva.

Tras la crisis financiera de 2008, las autoridades se comprometieron a hacer “todo lo que sea necesario” para estabilizar el sistema financiero y reanudar el crecimiento del PIB. Tras la desaceleración subsiguiente y los devastadores efectos de la actual pandemia sobre la economía global han surgido numerosas sugerencias de medidas y un gasto sin precedentes para revertir las caídas del crecimiento del PIB.

En contraste, las noticias de una disminución de la esperanza de vida en varios países de la OCDE no han hecho surgir una cantidad similar de propuestas de solución. ¿Cómo podemos comprometer billones de dólares para asegurar el apoyo al PIB mientras hacemos tan poco para evitar el declive de la esperanza de vida? Ciertamente, la respuesta al COVID-19, en que el PIB se fue a los suelos como resultado de las medidas para detener la pandemia, sugiere que merece la pena implementar medidas para impulsar la EVS.

Para poner en práctica los objetivos de EVS, los gobiernos deberían imitar al Japón, que ha establecido “consejos de longevidad”. Una vez las autoridades comiencen a tratar el asunto, se darán cuenta de tres cosas. Primero, que la salud preventiva es clave. En todo el mundo los sistemas de salud tienden a estar centrados principalmente en las intervenciones médicas y la respuesta a enfermedades, más que a promover la salud general. Y en segundo lugar está la constatación de que muchos de los factores que determinan el que haya vidas longevas y saludables se encuentran fuera del sistema de salud, y se vinculan con el trabajo, la educación y la vida comunitaria, como han demostrado los economistas Anne Case y Angus Deaton en su trabajo de documentación de “muertes por desaliento”. En consecuencia, para poner el acento de las políticas en la EVS es necesario un acercamiento interdepartamental.

El hecho de que las muertes actuales por desaliento afecten desproporcionadamente a personas de mediana edad apunta al tercer punto: la longevidad es un tema que trata de resultados que abarcan toda la vida, no solo el final de esta. Cuando el gobierno británico estima que una bebé recién nacida tiene una chance de uno en cinco de llegar a los 100 años, resulta crucial que ampliemos nuestra visión de la longevidad a todo el curso de la vida. Las medidas que apunten a mejorar la EVS deben ser inclusivas, abarcando todas las cohortes etarias y deben centrarse en la longevidad, no solo en los viejos. Después de todo, quienes hoy son jóvenes son los viejos de mañana, y todo el tiempo que pasemos en este planeta importa.

Hay muchos indicadores que los gobiernos pueden utilizar para evaluar el éxito de sus medidas y la salud de la sociedad. Pero cuales sea que usen, la EVS se merece una posición central en la combinación de políticas. Pocas otras variables son tan importantes para nosotros en el nivel individual como efectivas para lograr beneficios macroeconómicos mayores.

Andrew Scott, Professor of Economics at the London Business School, is co-founder of The Longevity Forum and co-author (with Lynda Gratton) of The 100-Year Life: Living and Working in an Age of Longevity.

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