Una segunda oportunidad para la reforma europea

El Banco Central Europeo logró tranquilizar a los mercados con su promesa de compras ilimitadas de bonos de gobiernos de la eurozona, porque efectivamente aseguró a los tenedores de bonos que los contribuyentes y los pensionados de las economías todavía sólidas de la eurozona asumirían la carga del reembolso si fuera necesario. Aunque el BCE no especificó cómo es que esto se llevaría a cabo, su compromiso despertó el apetito de los inversores, redujo los diferenciales de las tasas de interés en la eurozona y permitió reducir el financiamiento de las economías afectadas por la crisis a través de la imprenta.

Este respiro ofrece una oportunidad ideal para impulsar las reformas. El primer ministro griego, Antonis Samaras, debe convencer a sus compatriotas de que tiene serias intenciones de ponerlas en práctica. El primer ministro español, Mariano Rajoy, y el ministro de Finanzas portugués, Vitor Gaspar, merecen más respaldo para sus planes. Y es de esperarse que el primer ministro interino de Italia, Mario Monti, dispute la próxima elección general. Todos estos líderes entienden qué es lo que se debe hacer.

Francia, en cambio, no parece haber entendido lo que sucede. El presidente François Hollande quiere resolver los problemas de su país con programas de crecimiento. Pero cuando los políticos dicen "crecimiento" están hablando de "endeudamiento". Eso es lo último que necesita Francia.

El ratio deuda/PBI de Francia ya está cerca del 90%; aún si su déficit presupuestario de 2013 no supera el 3,5% del PBI, su ratio deuda/PBI habrá trepado al 93% para fin del año. La participación del gobierno en el PBI, 56%, es la más alta en la eurozona y la segunda más alta entre todos los países desarrollados.

No son sólo los actores cinematográficos como Gérard Depardieu los que se van del país para huir de sus impuestos elevados; la industria también se va. Los fabricantes de autos alguna vez orgullosos de Francia luchan por sobrevivir.

De hecho, la industria manufacturera de Francia se ha reducido a apenas el 9% del PBI, por debajo que en Gran Bretaña (10%) y menos de la mitad que en Alemania (20%). Su cuenta corriente está cayendo en un agujero de déficit cada vez más profundo. El desempleo está alcanzando niveles sin precedentes.

El problema esencial de Francia, como el de los países más afectados por la crisis, es que la ola de crédito barato que hizo posible la introducción del euro alimentó una burbuja inflacionaria que la privó de su competitividad. Goldman Sachs ha calculado que Francia debe volverse 20% más barata para cumplir con su deuda sobre una base sustentable.

Lo mismo es válido para España, mientras que Italia tendría que volverse entre 10% y 15% más barata, y Grecia y Portugal necesitarían que los precios domésticos cayeran 30% y 35%, respectivamente. Las estadísticas de poder adquisitivo de la OCDE pintan un panorama similar, en el que Grecia necesita una depreciación del 39% y Portugal del 32%, sólo para alcanzar el nivel de precios que prevalece en Turquía. Pero, hasta el momento, prácticamente no se hizo nada al respecto. Peor aún, las tasas de inflación de algunos de los países en problemas todavía son superiores a las de sus socios comerciales.

Los políticos de la eurozona tienden a creer que es posible recuperar la competitividad si se llevan a cabo reformas, si se emprenden proyectos de infraestructura y si se mejora la productividad, pero sin reducir los precios domésticos. Esa es una falacia, porque estas medidas mejoran la competitividad sólo en la medida que reducen los precios internos con respecto a los competidores de la eurozona. Es imposible que haya una reducción en los precios domésticos relativos mientras estos países permanezcan en la unión monetaria: o deflacionan, o sus socios comerciales inflacionan más rápido.

No existe una manera fácil o socialmente agradable de lograrlo. En algunos casos, este tipo de acción puede ser tan peligrosa que no se la debería desear a ninguna sociedad. La brecha es decididamente demasiado grande entre lo que se necesita para restablecer la competitividad y lo que los ciudadanos pueden tolerar si siguen formando parte de la unión monetaria.

Para volverse más barato, la tasa de inflación de un país debe permanecer por debajo de la de sus competidores, pero eso sólo se puede lograr mediante un desplome económico. Cuanto más defienden los sindicatos las estructuras salariales existentes, y cuanto menor es el crecimiento de la productividad, mayor será la caída económica. España y Francia necesitarían un desplome de diez años, con una inflación anual 2% por debajo de la de sus competidores, para recuperar su competitividad. En el caso de Italia, el camino hacia la competitividad es más corto, pero para Portugal y Grecia es sustancialmente más largo -tal vez demasiado largo.

Italia, Francia y España deberían poder recuperar la competitividad en la eurozona en un período predecible de tiempo. Después de todo, Alemania recortó sus precios en relación a sus socios comerciales de la eurozona un 22% entre 1995, cuando se anunció definitivamente el euro, y 2008, cuando estalló la crisis financiera global.

Hace diez años, Alemania era como Francia hoy -el enfermo de Europa-. Sufría un creciente desempleo y una falta de inversión. La mayor parte de sus ahorros se invertían en el extranjero y su porcentaje de inversión doméstica neta estaba entre los más bajos de todos los países de la OCDE. Bajo una presión cada vez más fuerte, el gobierno socialdemócrata de Gerhard Schröder en 2003 decidió privar a millones de alemanes de su seguro de desempleo, abriendo así el camino para la creación de un sector de bajos salarios, reduciendo a su vez la tasa de inflación.

Desafortunadamente, hasta el momento, no existe ninguna señal de que los países en crisis, sobre todo Francia, estén dispuestos a morder el polvo. Cuanto más tiempo sigan creyendo obstinadamente en fórmulas mágicas, más tiempo la crisis del euro se quedará entre nosotros.

Hans-Werner Sinn, Professor of Economics at the University of Munich, is President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry’s Advisory Council.

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