La COVID‑19 ha causado enorme sufrimiento en toda Europa, y la lentitud de la campaña de vacunación de la Unión Europea amenaza con prolongar la agonía. Si los gobiernos de la región no toman pronto medidas decididas, la pandemia puede causarle un daño irreversible a la UE misma.
Cuando el coronavirus se abatió sobre la región en 2020, los estados miembros de la UE no lograron acordar el modo de implementar una campaña de vacunación (principal línea de defensa contra la enfermedad). Los gobiernos nacionales confiaron la compra de vacunas a la Comisión Europea, pero no armonizaron las estrategias de producción y distribución ni consensuaron las prioridades entre distintos grupos de población. Y hace poco, trece países europeos suspendieron el uso de la vacuna de Oxford‑AstraZeneca, después de unos pocos casos de trombosis vascular atípica entre sus receptores.
Que luego la Agencia Europea de Medicamentos haya concluido que la vacuna de Oxford‑AstraZeneca es «segura y eficaz» no bastó para tranquilizar a nadie. Aunque algunos estados miembros continuaron o reanudaron la vacunación, Dinamarca, Noruega, Finlandia y Suecia mantienen la suspensión, y Francia limitó el uso de la vacuna a personas de más de 55 años. Estas diferencias alientan una creciente desconfianza de la población, no sólo hacia la vacuna de Oxford‑AstraZeneca sino hacia toda la campaña de vacunación contra la COVID‑19.
La primera prioridad de la UE en las próximas semanas tiene que ser resolver la escasez de vacunas. Los estados miembros tampoco se pusieron de acuerdo en este tema, y algunos no dudaron en salir a comprar suministros fuera de la UE. Hungría comenzó a distribuir la vacuna rusa Sputnik V, Eslovaquia la compró, y la República Checa analiza comprarla; Hungría también adquirió cientos de miles de dosis de la vacuna china Sinopharm. En tanto, Austria y Dinamarca anunciaron hace poco un acuerdo separado con Israel para la producción de vacunas de próxima generación contra la COVID‑19. Un aspecto notable del pacto es que prevé la creación de un fondo de investigación y desarrollo conjunto y la colaboración en ensayos clínicos fuera de los programas habituales de la UE.
Mientras esto sucede, Europa debe dar protección a las personas vulnerables que aún esperan la vacuna y a las que por alguna enfermedad o tratamiento no son candidatas a recibirla. Para hacer frente a esta necesidad puede ser muy útil la terapia de anticuerpos monoclonales, cuya eficacia ha sido comprobada en Estados Unidos. En Francia, Alemania e Italia decidieron no esperar la aprobación de la AEM, y comenzaron a ofrecerla en cuanto consiguió la autorización de los organismos regulatorios nacionales, lo que hace pensar que el nacionalismo de los anticuerpos puede estar tan difundido como el nacionalismo de las vacunas.
En estas circunstancias, la Comisión Europea creó un comité para que gestione el suministro de vacunas durante los próximos meses. Este comité, bajo la dirección de Thierry Breton (comisario europeo para el mercado interno), buscará movilizar toda la capacidad productiva disponible de Europa, y se ha fijado el ambicioso objetivo de tener inmunizada al 70% de la población adulta europea al finalizar el verano en el hemisferio norte.
En paralelo, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, anunció en febrero la creación de «HERA Incubator», un proyecto para acelerar la respuesta a nuevas variantes del coronavirus, que servirá de base a la futura Autoridad Europea de Preparación y Respuesta ante Emergencias Sanitarias (HERA). Se prevé que HERA cumpla un papel similar al de la Autoridad para la Investigación y el Desarrollo en Biomédica Avanzada de los Estados Unidos (BARDA), que fue fundamental para lograr el desarrollo acelerado de las vacunas de Oxford‑AstraZeneca, Moderna y Johnson & Johnson. Y a través de BARDA, Estados Unidos consiguió en poco tiempo un suministro enorme de vacunas contra la COVID‑19, que le permitió iniciar una campaña de vacunación mucho más rápida que la de Europa.
El éxito de la Operación Warp Speed del gobierno estadounidense para el desarrollo de vacunas contra la COVID‑19 no es atribuible solamente al presupuesto del programa (más de doce mil millones de dólares) sino también a que integra y coordina etapas en toda la cadena de valor de las vacunas, desde la investigación básica hasta la producción y distribución a gran escala. De este modo, los sectores público y privado comparten los enormes riesgos que supone el proyecto.
Otro factor decisivo para el éxito de la Operación Warp Speed fue haber encomendado su dirección a un veterano ejecutivo de la industria farmacéutica con experiencia en vacunas y a un alto general del ejército de los Estados Unidos a cargo de la logística. Para replicar una iniciativa como esta en Europa, la UE tendrá que movilizar una cantidad suficiente de recursos financieros; pero puede que no sea este el mayor obstáculo.
Más bien, puede que la principal dificultad sea alcanzar un acuerdo entre los estados miembros y la Comisión Europea para que HERA tenga el grado de autonomía que la agilidad de sus operaciones demanda. En tal sentido, puede servir de modelo el Consejo Europeo de Innovación, inaugurado hace poco por Von der Leyen y por el presidente francés Emmanuel Macron. Junto con el Banco Europeo de Inversiones, el CEI suscribió un acuerdo con la biofarmacéutica alemana CureVac para asegurar el acceso de Europa a su próxima vacuna contra la COVID‑19.
Cualquiera sea la forma que adopte el nuevo organismo, la dirigencia europea debe acelerar cuanto antes la campaña de vacunación contra la COVID‑19, además de definir una estrategia que favorezca la innovación farmacéutica en Europa, por el bien de las personas de todo el mundo.
Michel Goldman, President of the Institute for Interdisciplinary Innovation in Healthcare (I3h) and Emeritus Professor of Immunology at the Université Libre de Bruxelles, was executive director of the Innovative Medicines Initiative from 2009 to 2014. Traducción: Esteban Flamini.